Blas Galindo (1910-1993) (Tercera y última parte)

 

Por Eusebio Ruvalcaba

Nunca en su vida había estado en la capital, pero su espíritu osado lo llevó a pararse delante de la puerta del Palacio Nacional el día de su arribo y esgrimir el juramento de que había llegado para no irse más, y que de ahí nadie lo iba a sacar así como así. Era el mes de mayo de 1931.

Lleva algo más: dos cartas de recomendación: una de Irineo Monroy, el cura del pueblo, dirigida a su hermano: Ricardo Monroy, zapatero remendón; y otra firmada por Marcial Santana, tinterillo de su padre, dirigida a su hermano: Juan Santana, violinista segundo de la Sinfónica Nacional. Blas acude de inmediato a la zapatería y localiza a Ricardo Monroy; éste no tiene nada que ofrecerle salvo un lugarcito en el tendajón de su zapatería, cosa que Blas acepta feliz de la vida y en el acto; y al día siguiente tempranito se va a la casa de Juan Santana, simplemente por considerarlo hombre instruido, para que le diga cómo ingresar a la escuela de leyes. Juan Santana le dice que lo guiará con mucho gusto pero que antes pasen por el Conservatorio, donde tendrá un ensayo con la orquesta. Blas Galindo, que nunca dice no a nada, se queda sentadito en un rincón mientras el ensayo se ejecuta. Allí está, apenas con un día de haber dejado San Gabriel, a un ladito de la orquesta, y tiene frente a sí a dos titanes: Carlos Chávez, que dirigió la primera parte del ensayo, y Silvestre Revueltas, que dirigió la segunda. Solamente hacía unas horas desconocía lo que era una orquesta, y ahora escuchaba en toda su fuerza la máxima conjunción de instrumentos. “¡Yo soy músico!”, le dijo a Juan Santana, y ni tardo ni perezoso el nuevo amigo lo llevó ante Chávez, quien le autorizó su inscripción. ¿De qué viviría de allí en adelante? Quién sabe, pero de hambre no se moriría.

Y no se murió. Pidiendo prestado aquí, pidiendo prestado allá, los días, las semanas fueron pasando. Con el conocimiento que ya tenía de la música, pronto se sintió a sus anchas en el Conservatorio. Fue familiarizándose cada vez más con las técnicas de composición —bajo la vigilancia de Carlos Chávez— y cuando menos lo pensó ya tenía en su haber una suite para violín y violon violonchelo, que se estrenaría el 7 de noviembre de 1933.

A la misma clase de creación musical que tomaba con Chávez, asistían José Pablo Moncayo —otro jalisciense, creador del Huapango—, Daniel Ayala y Salvador Contreras. Entre todos se estableció un vínculo estrecho y fructífero, que daría pie a la creación de un grupo musical: el Grupo de los Cuatro, cuya obra colectiva, por los caminos individuales que cada uno de sus integrantes encontró, provocaría la más importante alternativa de música nueva de aquel momento. En la no muy larga duración que tuvo el Grupo —de noviembre de 1935 a noviembre de 1940—, los cuatro músicos se consolidaron como compositores manifestándose su propia voz y su estética.

Como autor de franco timbre nacionalista, Galindo estrena en 1941 Sones de Mariachi, que como el Huapango —estrenado en el mismo concierto, bajo la dirección de Chávez— daría la vuelta al mundo.

A la par que sus estudios, Galindo no ceja en la composición. Consigue trabajo como maestro de música y se aplica con entusiasmo al dominio de su oficio. Más tarde conoce a Ernestina Mendoza Vega, con quien se casará en 1952 y por fin asentará cabeza. El suyo se convirtió entonces en un trabajo prudente y continuo, que no tardó en cosechar triunfos.

No pasa un solo día sin trabajar. No cree en la inspiración sino en el tesón, y a su buen humor y sencillez agrega la dicha de contemplar mujeres hermosas y de saber que sus obras se tocan en todo el mundo; entre las cuales hay que precisar, de entre más de centenar y medio: tres sinfonías, dos conciertos para piano y orquesta, un concertino para violín y orquesta de cuerdas, un concierto para flauta y orquesta, una sonata para violonchelo solo, otra para piano y una más para piano y violonchelo, además de una sonata para violín y piano y un concierto más para violín y gran orquesta, sin olvidar su concierto para guitarra eléctrica y orquesta y sus ballets La Manda y El Sueño y la Presencia.

Hablar de sus premios, condecoraciones y homenajes sería largo. En 1964 recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes, y en 1983 el Premio Jalisco.

[gdlr_video url=”https://youtu.be/cvEEfa81l0M”]

@eusebioruval