Juan Antonio Rosado

El vocablo “sintaxis”, que en griego significaba el orden de los soldados en un ejército, con el gramático romano Valerio Probo empezó a utilizarse para designar el orden de las palabras en una frase o discurso. Las posibilidades son limitadas y dependen de cada lengua. Una de las virtudes del español es su flexibilidad en el arte combinatoria, de ahí que la sintaxis sea uno de los elementos que intervienen en el estilo. Cuando mucha gente escucha la palabra “gramática” se aterroriza, pero esta disciplina de la palabra, cuyo fin es que tomemos conciencia de la lengua para guardar su orden, es muy antigua y en sus orígenes pretendió ser descriptiva para fijar un fenómeno en constante evolución. En la India anterior a nuestra era, las gramáticas nunca perdieron su importancia. Un hindú llamado Panini (siglo IV o V a. de n. e.) redactó la primera gramática que se conserva, titulada Astabhyayi, aunque él no fue el primer gramático, pues se remite a las obras de sus antecesores. Si se considera a Panini el padre de la lingüística es porque no sólo describió morfología y sintaxis, sino también fonética. Expuso las formas y empleos de la lengua sánscrita de una manera clara y concisa, de modo que incluso hoy se sigue leyendo como modelo de gramática. En otro rincón del mundo, muchos pueblos prehispánicos, como los mexicas (con el concepto de Flor y canto, que implica musicalidad y eufonía, al mismo tiempo que belleza) o los araucanos, le confirieron gran relevancia a la sintaxis y a la forma de expresión. Ellos sabían que sin un buen conocimiento del orden, de la gramática, sería imposible comunicarse con los dioses.

La función más destacada de la buena escritura ha sido preservar lo que se desea. Lamentablemente, instituciones como la inquisición católica destruyeron miles de manuscritos y con ellos se borró buena parte de la memoria humana; se perdieron valiosas creaciones del intelecto, y hoy es difícil reconstruir muchas épocas de la antigüedad. Como no puede darse marcha atrás a la historia, a menudo sólo queda la ironía: los cristianos nos ahorraron muchas lecturas cuando quemaron bibliotecas enteras y destruyeron completa o parcialmente las obras de autores como Safo, Hipatia o Porfirio (para citar sólo tres).

Salvador Elizondo afirma que sólo existe una forma real, concreta, del pensamiento: la escritura: “La escritura es la única prueba que tengo de que pienso, de que soy”; entonces, al fijar las palabras, las vuelve intemporales, las aparta del tiempo. Si deseamos conocer la Ciudad de México en el siglo XIX, ¿qué mejor que leer una novela como Los bandidos de Río Frío? Y si deseamos conocer Roma en la época de Nerón, ¿por qué no leer Satiricón, de Petronio (siglo II), de la que el azar pudo conservar muchos fragmentos? Estos textos nos proporcionan imágenes, descripciones, interpretaciones, críticas, denuncias, hechos… Exponen idiosincrasias; explican momentos históricos que jamás volverán. Nada es comparable con la escritura, de ahí la necesidad de escribir bien, de conocer y asimilar la gramática.

En un discurso de 1891, Justo Sierra, fundador de la Universidad Nacional, dijo que la literatura perfecciona el instrumento supremo del pensamiento, que es el idioma. Sin la lectura y la escritura nos convertiríamos en simples hombres que ven, entes pasivos que sólo contemplan. Con el conocimiento de las reglas básicas de la escritura, nuestro pensamiento se hace más ordenado y el mundo cobra mayor legibilidad. La buena escritura es el instrumento por excelencia para organizar y fijar lo que se siente o piensa.

Twitter Revista Siempre