Segunda y última parte
Sara Rosalía
El apartado que se titula “La semana de colores” inicia un nuevo tipo de relato, esta vez hay dos niñas, rubias como alter egos de la autora, que son las protagonistas, Eva es la narradora y la secunda su hermana de nombre Leli. El primero es el más extraño de los relatos y es el que da título al volumen. A pesar de las advertencias, ambas niñas se arriesgan a visitar a Don Flor, (un hombre que tiene un aire similar al Anacleto Morones de Rulfo), quien tiene en diversos cuartos a los días y cada día es de distinto color hasta formar un arcoíris. Las aventuras de Don Flor con los días, todos mujeres, son eróticas y hasta sado-masoquistas, pues cada día es una mujer y éstas obedecen a Don Flor. En los cuartos habitan la lujuria, la pereza, la castidad. Los nombres recuerdan los pecados capitales o las virtudes, y rondan la alegoría. El lector teme, como Candelaria, la lavandera, que lastime a las niñas. Es un cuento extraño y casi seguro de tradición oral, mezclado por la autora con la infancia de sus protagonistas.
En otro cuento, las pequeñas se fingen perros y se tiran al sol o comen en el suelo como si lo fueran. Elisa y Antonio, distantes, son los padres. Rutilo, el jardinero, también acompaña, como Candelaria, la vida de las niñas, mientras leen la Ilíada y toman partido, una por Héctor, el troyano, la otra por Aquiles que pertenece a las huestes de Agamenón y acaba con la vida de Héctor.
“El robo de Tixtla” relata la complicidad de una mujer y una de las niñas para ocultar un secreto a la madre de cada una. La niña inventa un tesoro, el amante de la mujer intenta robarlo, ambas fingen que fue el demonio, en resumen, que no son culpables. Este secreto cómplice, esta vez entre dos hermanitos, aparece también en Balún-Canán de Rosario Castellanos. Igualmente las niñas, en un texto de Garro y en la novela de Castellanos, se fingen muertas, tal vez como castigo a su sentimiento de culpa. Pasajes de infancia, narrados con maestría, Garro en busca de lo fantástico, Castellanos evocando, sin dejar el mundo maya, la tragedia griega o la Eneida. En “El duende” se juega también con el mas allá, y en las travesuras de Eva se refleja de modo transparente la autora. Aquí aparecen más personas de la familia, un hermano, Antoñito, y con su nombre, citado completo, Estrella Garro.
Como se decía en la primera parte de este comentario, la autora siempre se basa en su vida y deja que se trasluzcan los nombres ocultos tras la ficción. Un hecho es evidente, la Garro, al contrario por ejemplo de Simone de Beauvoir, que confía en la sinceridad a rajatabla, reinventa su vida. En Memorias de España, que recupera a una Elena Garro recién casada con Paz, el mejor personaje de ficción es ella misma.
“El anillo” es excelente. Se mezclan amores y desamores, y un objeto, en este caso la emblemática sortija, y una mujer que, supuestamente embrujada, al exorcizarla arroja animales por la boca. Breve, como cuento que es, podría haber sido una novela.
No hay pueblo sin un relato sobre un hombre sin cabeza, el de la Garro se titula “Perfecto Luna”, nombre rulfiano si los hay. En “El árbol” encarna el miedo a la otredad en la figura de una india que impensadamente deja una mujer de ciudad entrar a su casa. La en el fondo gratuita determinación de la india mantiene en un hilo la respiración del lector, mientras el miedo, lo desconocido, avanza.
En “Era Mercurio”, un hombre vislumbra la belleza, pero condenado a casarse con otra, la deja escapar para siempre.
En el relato que cierra el volumen, Garro recupera a las niñas. El tema de la muerte aparece con el esperado suicidio de un viudo y la figura de un impasible, joven y guapo general que fusila el gobierno. Al comparar la vida con los ríos, Leli, la niña, literaliza la metáfora y la Garro hace gala de estilo literario al arrojar a las niñas al fluir de las metáforas sobre la muerte.