Hace 23 años

Mireille Roccatti

Nuestro país, a lo largo de la historia, se ha caracterizado por la desaparición violenta o, sin eufemismos, por el homicidio o ejecución de sus héroes o sus grandes hombres, desde luego con sus excepciones.

Hidalgo, Allende, Morelos, Guerrero, Iturbide entre los que participaron en la guerra de Independencia. Entre los liberales: Melchor Ocampo y Leandro Valle. El propio Juárez, si hacemos caso a la leyenda de su envenenamiento con veintiunilla. Aunque es más creíble su muerte por angina de pecho. Y, sin embargo, murieron de viejos y en su cama; Santana y Porfirio Díaz, las bestias negras de la historia de bronce.

En el siglo XX, los hombres de la Revolución: Madero, Carranza, Orozco, Villa, Zapata, Obregón, Gómez, Serrano y Cedillo y un largo etcétera, perecieron asesinados o ejecutados por sus antiguos compañeros de armas. Y también, sin embargo, el Jefe Máximo, Calles, De la Huerta y Cárdenas, murieron de viejos y en su cama. Algún otro como Ortiz Rubio sobrevivió al atentado en su contra el propio día de asumir la presidencia.

Esos tiempos violentos de senadores y diputados empistolados y armados de ametralladoras que resolvían sus disputas políticas a balazos parecían superados, hasta la aciaga tarde del 23 de marzo de 1994, cuando en la colonia marginal de Lomas Taurinas en Tijuana, Baja California, resultó asesinado Luis Donaldo Colosio, el candidato del PRI a la Presidencia de la República.

El pasado jueves 23, lo recordamos en ocasión del 23 aniversario de ese lamentable hecho que detuvo el pulso del país, expectantes todos los mexicanos, acudimos a informarnos del proditorio asesinato, que hasta la fecha sigue causando controversias y para algunos fue una ejecución ordenada desde el poder.

La verdad, por sencilla, es muy difícil de creer y aceptar. El desaseo de la investigación y la preservación del lugar de los hechos, así como la manipulación con fines políticos de la tragedia, lejos de contribuir a esclarecer los hechos terminaron enturbiándola más aún.

Las hipótesis de una acción concertada, la de un asesino solitario, la secesión de fiscales especiales, los voluntarismos de las “viudas de Colosio”, las especulaciones de la participación del narco o las venganzas entre grupos políticos afectados por su nominación y otras más. Todo en su conjunto constituyó un coctel de trascendidos, murmuraciones y difamaciones que persisten hasta hoy, en la cual existen millones de verdades. Lo que provoca que cada aniversario, un sector amarillista de los medios y ahora desde las redes se atizan, sin sustento y sin pruebas, las diferentes versiones.

Lo que es un hecho incontrovertible es que su muerte violenta aceleró los cambios político sociales que se venían gestando lenta pero inexorable en nuestro ya para entonces anquilosado sistema político. El asesinato de Colosio cambió el país. Del discurso de Colosio el 4 de marzo, unos pocos días antes del magnicidio, todavía hoy, se lee, sí como una especie de testamento político, pero también como indicador de un rumbo para combatir la desigualdad social.

Por todo ello duele que algunos continúen con la osadía de convertirse en albaceas del colosismo, insistan en seguir anclados en un pasado que ya no fue o persistan en utilizar su memoria para sus propios y miopes intereses de escalar o atacar en política.

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