Demagogia ante el Congreso

Alfredo Ríos Camarena

El pasado martes 28 de febrero, por primera vez, como presidente de Estados Unidos, Donald Trump se dirigió al Pleno del Congreso, en un discurso plagado de una actitud nacionalista y demagógica; en general, no variaron sus propuestas, aunque hay que reconocer que, como se trató de un discurso leído, tuvo mayor orden y consistencia.

Sobre su política interna propuso una reforma fiscal, cuyo objetivo es bajar los impuestos a las grandes corporaciones, y al mismo tiempo, aumentar el gasto público, lo cual desembocará necesariamente en un mayor déficit fiscal que será financiado, probablemente, por los ingresos del exterior o por nuevos impuestos, como el denominado BAT que consiste en cobrar un 30 por ciento a las importaciones que daría al traste con el TLCAN.

En el gasto pretende aumentar enormemente el presupuesto militar, lo cual preocupa al mundo en general. Hizo referencia directa al Tratado Nuclear que el presidente Obama con otros países firmó con Irán: si compramos pistolas es para usarlas, si aumentamos nuestro armamento es porque tenemos la intención de usarlo.

A pesar de su bajo reconocimiento en público, en su primer mes tiene 44 por ciento de aceptación y recibió ovaciones constantes y estruendosas por parte de la bancada republicana y también de algunos demócratas.

Afortunadamente no mencionó a México, aunque volvió a insistir en su muro, sin señalar quien lo va a pagar; sin embargo, anunció el aumento de las policías de inmigración, particularmente el denominado grupo ICE, así como la creación de una oficina para apoyar a las víctimas de los delincuentes inmigrantes, lo que marca su misma tendencia de agresión brutal a millones de seres humanos, que llegaron a Estados Unidos en busca de un nuevo horizonte y que no son delincuentes.

Se ha mencionado en diversos medios que el derecho soberano de una nación —en este caso Estados Unidos— permite definir a quiénes acepta y a quiénes no; ello supondría un derecho para deportar masivamente a los inmigrantes ilegales.

Efectivamente, está en la voluntad soberana de una nación el manejo de su política migratoria, pero, no es cierto que los inmigrantes —aun sin papeles— carezcan de derechos, porque las Convenciones Internacionales de Derechos Humanos establecen a que quienes se encuentren en un determinado territorio se les debe garantizar el debido proceso y el respecto a sus derechos humanos; vulnerados, hoy, al separar a las familias de quienes han vivido durante mucho tiempo en ese país y en la forma brutal en que son perseguidos y cazados como si fueran animales.

Es verdad que los inmigrantes mexicanos no quieren regresar a México, de aquí salieron no por gusto, sino por la miseria y la falta de oportunidades en las que se vieron envueltos. Por eso, la mejor forma de auxiliarlos y ayudarlos es apoyando la defensa jurídica y no permitiendo su deportación inmediata y brutal sino acogiéndose a las leyes que deben establecer un procedimiento judicial que regule la deportación a nuestros connacionales, que además tienen derechos adquiridos por haber vivido y trabajado en ese país, pagando impuestos y asistiendo a centros de educación.

El discurso de Trump aparentemente moderó su posición frente a México, pero sus intenciones hostiles no han variado ni un solo ápice. Por eso, el señor Trump es un showman camaleónico y perverso.

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