Francisco I. Madero

Mireille Roccatti

El pasado miércoles 22 de febrero se cumplieron 104 años del vil asesinato de Francisco I. Madero, el más puro y honesto de los revolucionarios de 1910. Y lo lamentable y triste es que la efeméride pasó casi inadvertida.

Resulta paradójico que en esta coyuntura en que estamos inmersos por la agresión del nuevo presidente estadounidense, este episodio no sea evocado de cómo en nuestro pasado, en nuestra historia, en nuestro devenir, hemos sufrido la injerencia intervencionista de Estados Unidos. Y, como siempre, ha existido un grupúsculo de traidores que por sus intereses políticos terminan aliándose con los enemigos de nuestra patria.

Es necesario que las nuevas generaciones tengan presente que las ejecuciones del presidente constitucional Francisco I. Madero y del vicepresidente Pino Suárez fueron producto de una siniestra trama urdida en la embajada norteamericana por el nefasto representante diplomático de ese país, con cuyo nombre no ensuciaré estas páginas.

El éxito del golpe de Estado que llevó al poder al general Victoriano Huerta fue posible debido a la traición de algunos militares del ejército porfirista, que había quedado casi intacto después de la revolución maderista y el libramiento de algunas batallas menores. Incluso la propia toma de Ciudad Juárez por los revolucionarios no es considerada un gran enfrentamiento militar.

La paz pactada en esa ciudad fronteriza, después de largas negociaciones en Washington, Nueva York y la Ciudad de México, terminó con la renuncia del viejo dictador y su exilio; la instalación de un gobierno provisional; la convocatoria a elecciones. Estas condiciones para acabar con las escaramuzas bélicas ocasionaron que prácticamente el viejo régimen persistiera sin mayores cambios.

Madero, que era miembro de una acaudalada familia norteña y había sido educado esmeradamente en Estados Unidos y en Francia, era esencialmente un hombre sencillo, un idealista que en la administración de las propiedades familiares instrumentaba algunas de las utopías de Saint Simón en el trato con sus trabajadores.

Los ideales democráticos y sus preocupaciones sociales, así como su convicción de que debieran mejorarse las condiciones de vida de los hombres del campo y los trabajadores de las incipientes plantas industriales, lo llevaron a plantear una serie de reformas graduales, pero principalmente la libre participación de los ciudadanos en la elección de sus gobernantes.

Una vez realizadas las elecciones, Madero obtuvo una gran victoria que legitimó su gobierno, el cual duró tan sólo quince meses, periodo en que debido a su tolerancia, talante democrático y auténtico respeto a las libertades públicas frente al poder, se vivió un abuso en el ejercicio de la libertad de expresión y de prensa, que rayaba en terrenos de lo absurdo.

Pronto tuvo que enfrentar alzamientos armados de sus antiguos aliados: Zapata y Orozco. Luego vendría la traición del anterior secretario de Guerra de Díaz y otros generales, que urdieron el complot con el embajador estadounidense que le costara la vida. Estos hechos reales de nuestra historia deben recordarse siempre, para no volver a errar.

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