Funciona mal la economía global

Alfredo Ríos Camarena

La violencia, la desigualdad y la pobreza han dibujado un mapa del horror en el mundo contemporáneo; países enteros son flagelados por el terrorismo que, como lo demostró el ataque terrorista en Niza y esta semana en Londres, ni siquiera requieren de una gran tecnología, sino simplemente fanáticos enfermos y suicidas pueden utilizar un simple automóvil para perpetuar sus crímenes brutales; así sucedió en Londres con el solitario ciudadano ingles Abu Izzadeen.

En México, cada día se encuentran más hallazgos de fosas donde aparecen cadáveres anónimos, que solo son explicables por una patología social que raya en la locura. La inseguridad en la Ciudad de México es creciente y la fuga de los capos de Sinaloa, prueba de que nuestro sistema de seguridad tiene enormes hoyos, mientras que el Congreso de la Unión no resuelve las reformas esperadas.

Mientras tanto, la revista Forbes —bitácora de la absurda riqueza— informa que solo 15 mexicanos tienen una riqueza de 116 mil 700 millones de dólares; en el lado opuesto, Coneval —órgano constitucional originado en el artículo 26— nos revela que la lucha contra la pobreza ha tenido mediocres resultados.

Lo que estamos presenciando es el enriquecimiento insultante y absurdo de unas cuantas familias, debido al mal funcionamiento de la economía global, inspirada en el neoliberalismo.

Las políticas de desarrollo social abandonaron el concepto de la producción, para convertirse en procesos asistencialistas que poco resuelven el tema de la pobreza.

¿Cómo es posible que 15 personas, encabezadas por Carlos Slim con 54,500 millones de dólares, German Larrea con 13,800 mdd, Alberto Bailleres con 10,800 mmd y otros 12 más, puedan concentrar una desproporcionada cantidad que crece exponencialmente año con año, mientras la población más pobre sigue sin resolver sus necesidades más elementales?

No podemos dejar de mencionar que estas riquezas, en su mayor parte, emanan de funciones que el Estado concesiona, como telecomunicaciones, carreteras, infraestructura, entre otras.

El Estado, al abandonar su función rectora —que tiene el carácter de servicio público y función social, de conformidad con el artículo 25 constitucional—, ha entregado, a manos llenas y sin consideración, sus funciones más trascedentes para lo que fue creado, contraviniendo el espíritu teleológico de la Constitución de 1917.

Sí, un mapa del horror creciente se está configurando en el planeta.

Las locuras del desquiciado presidente Trump, la falta de capacidad de la clase política, la enorme corrupción y la impunidad señorean este momento obscuro de la historia humana.

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