La vida de los cabarets marcó un antes y un después en la Ciudad de México. La noche existía para una sola cosa: beber, charlar, bailar y ver a mujeres hermosas con poca ropa. En esos lugares desfilaron las más famosas vedettes, cubiertas por el brillo de las lentejuelas y el plumaje de sus vestuarios. Por años, las vedettes fueron la mujeres más asediadas por hombres y medios de comunicación, convirtiéndolas en un símbolo sexual mexicano.

¿Alberto Vázquez Ortiz tomó fotografías a las mujeres más hermosas y exuberantes en la década de los sesenta y setenta? La realidad dice que sí. Ana Luisa Peluffo, Ana Bertha Lepe, Mariza Olivares, Meche Carreño y Rossy Mendoza, entre otras, posaron para el lente de “El Panterita”.

Con 60 años de trayectoria, en sus inicios Alberto era un joven tímido y antisocial que de no haber encontrado en la cámara un arma de defensa, simplemente su vida no tendría ningún sentido. Tuvo la capacidad de retratar a las más famosas vedettes, aquellas mujeres capaces de entretener al público en un show a través del baile, la seducción, el canto y la actuación arriba de un escenario.

“Cuando sentí que yo era el que podía manejar a las personas ¡sonríe!, ¡llora!, ¡muévete de este lado, ahora del otro!, eso me quitó la timidez y me dio el poder de manejar a gente que ya triunfaba”.

A los 17 años, Alberto trabajaba en un joyería y un primo cercano, recién egresado de la carrera de medicina, le propuso enseñarle fotografía. “El Panterita” aceptó. ¿Cómo sería traducir en imágenes la experiencia cotidiana? Alberto quería buscar la verdad a través de contornos, los blancos y los negros, los grises y las sombras.

El hospital de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes se convirtió en su estudio fotográfico, “su forma de enseñarme fue explicarme que en el negatoscopio, donde va la radiografía, toma un treintavo de segundo con tal diafragma”. La poca experiencia pero las inmensas ganas de aprender los secretos de la luz, hizo que Alberto se convirtiera en fotógrafo médico con una Retina III C de 35 milímetros, su primera cámara.

Seis años más tarde, Alberto conoció a quien se convertiría en uno de sus grandes maestros: José Luis Mújica, quien le enseñaría la técnica y le proporcionaría las herramientas necesarias para que aprendiera fotografía periodística.

Intentarlo una y otra vez, leer y aprender de sus errores fueron la materias que llevó Alberto durante su proceso formativo para convertirse en el fotógrafo de la noche. Durante este largo periodo también conoció a Mario Marzano, con quien terminaría trabajando a lado de Mújica para el periódico Cine Mundial, su verdadera escuela fotográfica.

A cambio de esas enseñanzas, en el estudio donde trabajaban, estuvo como “chícharo de peluquería”: se encargaba de limpiar, ir por los mandados, preparar los químicos de revelado. “Así empecé a conocer a muchos artistas y a grandes personalidades”.

Entre 1963 y 1972, Alberto trabajó para Cine Mundial, diario que publicaba en portada y en páginas centrales a preciosas vedettes. Más nombre, más belleza, menos ropa. “Aprendes tanto que teníamos que decirles ‘oye, se te ven los ojos muy chiquitos, auméntate la raya’”.

Para fotografiar a una estrella del espectáculo se recurría a hacer citas, las cuales nunca le fueron difíciles de conseguir. Si una vedette quería ser muy famosa, tenía que recurrir al trabajo de algún fotógrafo profesional, ya que eran ellos quienes se encargaban de lanzarlas al estrellato.

Alberto corrió con suerte: lugar en donde entraba con su cámara Yashica-Mat, era bien recibido. Su trabajo siempre estuvo salpicado del buen trato hacia las mujeres y por su efectividad: foto que tomaba, foto que era publicada. La popularidad de Alberto creció como la espuma y todas querían ser retratadas a través del lente de “El Panterita”.

“Estás más preocupado por que tus fotos salgan bien, que por estar admirando tanta belleza. Debes aprender a controlar tus instintos como hombre y ponerle más atención a lo que estás haciendo. Es fundamental ofrecer esa confianza para que te modelen bien”.

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Producciones Escorpión formó parte de la otra etapa de la vida de Alberto. Su amigo Ramiro Meléndez le propuso hacer la imagen a Fabiola Falcón, su mujer. Debían borrarle la sensualidad de chica a go-go y convertirla en actriz. Alberto tuvo que cambiar su manera de trabajar y comenzó a realizar series con más ropa, pero siempre reflejando una esencia sexy.

El lanzamiento de Fabiola Falcón, con una imagen más recatada, se dio en el programa Dos y su Show, al lado de Enrique Rambal. Se tenía planeado realizar un programa, sin embargo, se grabaron 52. Del show nace la idea de hacer cine, otro mundo totalmente diferente para Alberto; para Producciones Escorpión colaboró —y apareció— en la película Mecánica Nacional, dirigida por Luis Alcoriza, la cual fue la primera producción que contaba con seis millones de dólares. Después colaboró en Presagio, basada en un cuento de Gabriel García Márquez, y en Fe, Esperanza y Caridad.

Para Alberto la tarea de un fotógrafo es aportar, a través de la imagen, historias impactantes de países y de personas. Es un papel bien cumplido el consolidar la iconografía popular mexicana y la identidad nacional, considera que así lo ha hecho en su vida, “muchas cosas que fotografié, ya no existen”.

Por ejemplo, El Capri, ubicado en el Hotel Regis, en avenida Juárez, fue uno de los centros nocturnos más concurridos y esenciales. En sus carteles se anunciaban a las vedettes más famosas de los años sesenta y setenta. Este lugar dejó de existir tras el terremoto de 1985. Alberto relata, con cierta nostalgia, que un día fotografió el alumbrado de la Ciudad de México: “tengo la esquina exacta donde estaba el Hotel Regis, dos cabarets y una estación de radio. Ahora ya no existen, pero la foto ahí está: memoria viva”.

 


 

Con 78 años de edad, Alberto conserva la picardía que lo ha caracterizado, por ratos suelta una broma para que se rompa la formalidad del momento. Recuerda su gran salto a Los Pinos: pasaron seis años para que llegara a formar la imagen oficial de los presidentes José López Portillo y Miguel de la Madrid.

Gracias a la ayuda de su hermano Leopoldo, quien llegó a ser presidente de la Asociación de Fotógrafos de los Diarios de México y después subdirector de fotografía en Presidencia, Alberto formó parte del equipo de 11 fotógrafos encargados de hacer los “aspectos humanos” del entonces candidato López Portillo.

Su paso por la Presidencia de la República fue agotador, por las exhaustivas y largas jornadas laborales. Sin embargo, acompañar a López Portillo le permitió viajar por todo el mundo, conocer a personalidades de la talla de Fidel Castro. Después de terminar con la agenda de López Portillo, estuvo en la campaña electoral de Miguel de la Madrid.

“Son caminos totalmente diferentes, aunque estemos hablando de la fotografía”, refiere al preguntarle sobre la transición de retratar vedettes a presidentes.

Aunque pareciera que los caminos de las vedettes y de los presidentes se bifurcan, al final son paralelos, “siempre existen vedetes y políticos, imagínense por qué”. Quizá lo dijo porque al final de la administración de López Portillo se encontró con que Sasha Montenegro, una actriz del cine de ficheras, sería la futura esposa del del creador de la frase “defenderé el peso como un perro”.

 

Con un archivo de más de 25 mil imágenes, Alberto sigue enamorado de la fotografía por todo lo que le ha dado y por lo creativo que se volvió gracias a ella. Su obra es reconocida gracias a la curiosidad de los jóvenes por conocer ese México que fue: “les interesa cómo vivieron sus padres, sus abuelos, cómo era la vida de antes. Afortunadamente, uno tuvo la oportunidad de vivir esa época, siento que estoy cumpliendo con un deseo de los jóvenes de platicarles cómo era aquel país”.

Alberto jamás se imaginó que pudiera existir un avance tan grande en la fotografía. Antes, para que una imagen llegara a la redacción, era necesario colgarse de un poste para sacar la línea del teléfono y por medio de un transceiver, con una lucecita abarcaba toda la foto y al mismo tiempo la trasmitía. Tiempo atrás tenían que revelar, imprimir, ir con el jefe para que autorizara la foto. Ahora, se toma una foto y al minuto ya está en el periódico.

“Yo tomaba los reportajes con una cámara de 6×6, usábamos rollos de 12 exposiciones, esas exposiciones tenían que salirnos a fuerza, ya que no las podíamos ver. Además lo hacíamos por la economía porque a mí me pagaban 100 pesos por un reportaje. Ahora tomo una foto y hasta me agarro la mano porque tomas miles de fotografías y no te cuesta un centavo”.

“El Panterita” tiene miles de anécdotas que contar y por eso disfruta la vida. Revisa sus fotografías con la misma emoción que cuando las reveló por primera vez, le hacen recordar aquellos años de aprendizaje. Instantes congelados que atraparon para siempre rostros, cuerpos, gestos. La proyección de la vida: buen ojo y dedos seguros.