Norma Salazar
Ahmed Salman Rusdhie nace un 19 de junio de 1947 en Bombay, India, procedente de una familia pudiente de cachemires y religión musulmana. Su padre Anis Ahmed no ejercía su devoción, fue un hombre de negocios educado en Cambridge, su madre profesora del idioma inglés aunque en casa se hablaba la lengua urdú. A los catorce años de edad es enviado para educarse en el Reino Unido donde ingresó al Rugby School, prestigioso internado que no la pasó nada bien por ser hindú, posteriormente ingresa al King’s College de la Universidad de Cambridge obteniendo una maestría en historia en el año 1968.
Joseph Anton. Memorias libro autobiográfico escrito en tercera persona relata los peores momentos de su vida en la clandestinidad, hace un recorrido desde sus primeros años infantiles, su convivencia con sus tres hermanas, la estancia en el Reino Unido —nada placentero—, además la fatwa por el entonces ayatola Jomeini que decretó un pronunciamiento que le cambiaría íntegramente su vida por amenaza de muerte.
Pero también es grato leer fragmentos dedicados a sus dos hijos Zafar (1979) y Milan (1997), vive al máximo ser padre no es así con la descripción hacia Clarissa Luard, Elizabeth West, Marianne Wiggins y Padma Lakshmi donde trastoca esas relaciones sentimentales poco afortunadas que van teniendo poco afecto y se van destruyendo hasta sentir un profundo vacío agregado al dolor por los amigos ausentes.
Terminó Joseph Anton. Memorias consumido, fue un desahogo, dice Rusdhie para una consumada entrevista en Nueva York: “Al acabar Joseph Anton me harté de la verdad. Me sentí desplazado hacia la gran fabulación”. Quedó embrujado al escribir los libros Harún y el mar de las historias y Luka y el fuego de la vida, dedicados a sus hijos. La literatura se transformaría con aquellas historias infantiles que leyó o le narraban; lecturas como los cuentos tradicionales de Medio Oriente: Las mil y una noches, El Mahabharata enaltecidas a una épica mitológica extraordinaria del siglo III a.C, otro punto cardinal que notan sus leyentes tiene en sus venas escriturales la influencia de ser un escritor atemporal.
Dos años, ocho meses y veintiocho noches narra periodos transitorios emblemáticos que podemos vincular en la ficción de Las mil y una noches, colmado de ironía metafórica demuestra nuestros bajos instintos humanos, Rusdhie no desperdicia la irrealidad-estética, incrusta figuras de seducción como leemos “Los hijos de Ibn Rushd”: “También es la historia de muchos otros yinn, masculinos y femeninos, voladores y reptiles, buenos, malos e indiferentes a la moralidad; y la época de crisis, ese tiempo desarticulado que llamamos la Era de la Extrañeza, que duró dos años, ocho meses y veintiocho días, es decir, mil noches y una más. Y sí, desde aquella época han pasado otros mil años, pero los cambios que nos trajo fueron para siempre. Si fueron para mejor o para peor, eso lo decidirá nuestro futuro”.
Una utopía quimérica, Rusdhie es el personaje de Sherezade en este siglo convulso donde podemos leer relatos con temas familiares, religiosos, sociales y políticos. Dunia, amante de Ibn, es atrapada por las grafías del ser humano, descubre emociones del desamor, amor, sacrificio, erotismo, en sí, la capacidad de amar. “Dunia enamorada, una vez más”: “La mente le daba sensualidad al cuerpo, permitía al cuerpo degustar el placer y oler el amor en el dulce aroma del amante; no eran solamente los cuerpos de los humanos los que hacían el amor, también sus mentes. Y al final el alma, igual de mortal que el cuerpo, descubría la última gran lección de la vida, que era la muerte del cuerpo”.
La religión es uno de los temas centrales que aporta este libro, el autor ajusta sus preocupaciones; entre el dogmatismo y la tolerancia, es ahí, donde una benévola novela tiene el poder de cambiar al lector como lo escribe en el capítulo “Donde empieza a cambiar las tornas”: “—Enséñales, pues —dijo Al-Ghazali—. Enséñales la lengua de la divinidad que simplemente es. La instrucción será intensa, severa y hasta posiblemente temible. Acuérdate de lo que te dije del miedo. El miedo es el destino del hombre. El hombre nace con miedo, miedo a la oscuridad, a lo que no sabe, a los desconocidos, al fracaso y a las mujeres. Y el miedo lleva a la fe, no a modo de cura del miedo, sino de aceptación de que el miedo a Dios es la condición natural y adecuada del destino humano. Enséñales a temer el uso indebido de las palabras. No hay crimen que al Todopoderoso le resulte más imperdonable”.
Otro de los temas que podemos avistar es el desbordamiento de la ficción, un relato fantástico escrito en hechos reales inicia con esas existencias amorosas e históricas mostrando devaneos de intrigas, combates de guerra, personajes emblemáticos como los grandes filósofos árabes. Ibn Rushd mejor conocido como Averroes en el Occidente convivió e instruyó, fue la España finales del siglo XII, musulmana. Dunia, una princesa racionalista profunda, ambos protagónicos se entrecruzan y luchan contra los malévolos genios que codiciarán el mundo terrenal, este combate durará Dos años, ocho meses y veintiocho noches, es decir, Las mil una noches, comenta Rusdhie. “Zumurrud el grande y sus tres compañeros”: “Recordó e invocó sin demora toda su cólera sin aplacar, la furia de un Gran Ifrit que se ha pasado media vida metido en una botella azul, y concibió el deseo de vengarse contra la especie entera a la que pertenecía su captor. Se libraría de aquella obligación insignificante hacia un hombre muerto y entonces llegaría la hora de la venganza. Lo juraba”.
Por último, Salman Rusdhie muestra los rigores e integridades en un espacio desguarnecido y heterogéneo, lucha que se resiste al mundo que observa; intelectualmente ejecuta su pluma, bosqueja sus preocupaciones políticas, religiosas, sociales y económicas. Esta novela toca lo irrazonable y destemplado, es un escritor inconformista.
“Esos relatos se convierten en lo que conocemos, en lo que entendemos y en lo que somos, o tal vez deberíamos decir en lo que nos convertimos o en lo que tal vez podamos llegar a ser”.



