A 79 años de la expropiación petrolera

Mireille Roccatti

El próximo 18 de marzo, cuando el lector de Siempre! tenga ante su vista este número de la revista, se cumplirán 79 años de la expropiación petrolera por el entonces presidente de la república, general zaro Cárdenas. La epopeya fue posible en buena medida por el entramado internacional previo al estallido de la Segunda Guerra Mundial.

El petróleo que comenzó a utilizarse como fuente de energía a fines del siglo XIX y se industrializó a gran escala con el maravilloso invento del automóvil y los motores de combustión interna, fue explotado a gran escala en nuestro país, con base en concesiones otorgadas por el régimen porfirista a compañías inglesas, holandesas y norteamericanas; principalmente en yacimientos ubicados en Tamaulipas y Veracruz. El pozo de Cerro Azul, por su riqueza constituyó un hito mundial. El petróleo mexicano ayudó a ganar a los aliados la Primera Guerra Mundial, al asegurar el suministro constante del combustible de sus barcos de guerra.

En la gestación y resolución adoptada para recuperar el petróleo, debe tenerse necesariamente en cuenta el contenido del artículo 27 de nuestra centenaria Constitución de 1917, que reivindicó la propiedad originaria de tierras, aguas y las riquezas del subsuelo. Este precepto constitucional ocasionó un grave conflicto con los gobiernos de las compañías petroleras extranjeras, quienes impugnaban argumentando la no retroactividad de la norma constitucional y obligaron al gobierno a tener acuerdos vergonzantes, entre otros, los denominados “Acuerdos de Bucareli”, que permitieron el reconocimiento diplomático estadounidense del gobierno de Álvaro Obregón a cambio de respetar las concesiones, entre otras cláusulas, onerosas al honor nacional.

Es conocida la historia de que la arrogancia y soberbia de las compañías petroleras extranjeras, que se negaron a cumplir un laudo laboral en beneficio de sus trabajadores, llevó al gobierno cardenista a exhibir sus trapacerías fiscales e instarlos a cumplir sus obligaciones laborales, y ante su negativa, maltrato y majadería para con el general Cárdenas que buscó conciliar el conflicto, se desencadenó la toma de decisión de expropiarlas.

El resto es una historia de la capacidad, imaginación y talento de los mexicanos de echar a andar las instalaciones y continuar la explotación de los yacimientos, hazaña que parecía casi imposible. Al agotarse los yacimientos a fines de los años sesenta, México, comenzó a importar petrolíferos, lo que terminó con el descubrimiento y explotación de los yacimientos en aguas someras del golfo de Campeche, en los años setenta. Y otro mítico pozo ahora, Cantarell, ingresó en la historia mundial de la industria petrolera, llegando a producir a finales de la década de 1990 tres millones de barriles de petróleo diarios.

El caso es que los mexicanos fuimos capaces de construir una gran industria con cadenas de valor integrada: exportar crudo en grandes volúmenes; refinar gasolinas y otros múltiples productos, utilizar el gas, reconvertir la generación de electricidad con el uso de este último. En conclusión, una gran hazaña de la ingeniería mexicana y de los ingenieros y trabajadores mexicanos. Tampoco puede desconocerse u ocultarse la enorme corrupción del sector público y privado con la riqueza petrolera. Así como los excesos del sindicato de sus trabajadores.

La enorme renta petrolera permitió financiar por décadas el gasto público, hasta que coincidió la baja del precio del crudo, el agotamiento de los yacimientos marinos y el déficit de producción de gasolinas y otros refinados, lo que nos obligó a importarlos, impactando severamente las finanzas públicas.

La opción ahora para México es aprovechar el enorme depósito conocido como el “hoyo de la dona” ubicado en el Golfo de México. Hacerlo, sin dinero y sin tecnología, era imposible, lo que obligó a realizar una todavía cuestionada reforma, en la que sin perder la propiedad del crudo, se permite la participación de inversionistas privados nacionales y extranjeros. Esta reforma ocasionó un gran debate nacional. Sus beneficios se verán hasta dentro de varios años. En tanto, prosiguen sus detractores y defensores enfrascados en discutir su contenido y pertinencia. La historia como siempre, ese juez implacable, tendrá la última palabra.

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