Maricruz Patiño

Carlos Santibáñez Andonegui

Toda poesía es revelación. Con Maricruz Patiño la poesía se muestra y se demuestra revelación que por sí sola se vuelve protagonista del texto. El argumento pasa a segundo o tercer grado. El único argumento válido de la poesía es ése: el decir más de lo que las palabras dicen. Se necesita creer en lo invisible, ¡pero lo hacemos todos!, es la pregunta que debe hacerse a quienes no creen. ¿Usted no cree en lo invisible? Entonces apague el radio, si es honesto, porque la voz no está adentro, no la ve usted. O deberíamos decir apáguese usted mismo porque le cree a su voz sin poderla ver. Con Maricruz se ve que la secuela de la voz, es la voz hecha piel. Conquista de luz en el cuerpo, mientras se vive: “el cuerpo se mantiene en su sitio/ dando forma a lo vivo”.

“La misteriosa voz” se nos revela al unir lo distante, lo cosido por “cuerdas separadas”, como juicio de antaño: “Mi espíritu despierta a la puesta de sol./ Así la luz me dicta sus destellos”.

La poesía es un modo de brillar por destellos. Quieren los necios encontrarla narrada, demostrando que no la han percibido, ni fueron educados para su voz, la quieren resuelta, como si fuera el hilo de una ponencia, en vez de percibirla, como Valery: “¡Habla, tira del Hilo dorado!”.

El libro que ahora nos ocupa, La misteriosa voz ([Poesía Reunida], Ediciones La Cuadrilla de la Langosta, México), es beneficio de la transparencia para los verdaderos maestros de poesía. Brindada por la autora como crestomatía de sus mejores momentos, cada sección de la obra la constituye una muestra de algún poemario.

Esa porción de la literatura, que ya está definida, como arte de hacernos olvidar que emplea palabras, como supremo arte de acercar lo distante, es poesía del amor donde “los cuerpos se acomodan al espacio:/ Todo toma el ritmo de las lenguas”.

Maricruz Patiño era una chica ya poética en la facultad de Filosofía y Letras. Una discreta invitación a la danza, nos brinda la misteriosa voz que se nos quedará para siempre: “…lo terrible es el viento/ me revela de pronto el soplo que es la vida”.

Con la poesía se obtiene conocimiento: “Hay una sabia que lo recorre todo. Está viva”. Pellicer es difícil que tenga seguidores. Como Paz: tratan de hacernos creer que sus seguidores son un coro de gente que habla bonito. Pero no lo que tiene esta mujer que en su momento, desde la sencillez del trato cotidiano y doméstico, asombró al mismo Paz que tallereó sus textos: “La flor es sólo un gesto de pétalos/ que ocurre revelándose”. Así se oye en su playa el amor de un hijo: “En el crepúsculo el mar dice:/ —aquí estoy— con su rumor perenne”.

A partir de ahí, ya hay poema: “Anhelo el mundo en cada respiración”. En poesía no se tienen que esperar horas. Se es o no se es. No es ensayo que aclare todo lleno de citas, magia de un argumento, o encanto de representación teatral. Quien espere otra cosa lea un cuento, compre un best seller. La poesía es simplemente: “He amado los cuerpos del mundo y sus paisajes”.

Vale decir que en Maricruz se afinó el verdadero oído derecho: el ser de los seres, nuestra gruta, esa voz interior que anticipa ese “Reino”, esa Meditación en casa de Maimónides: “El templo que es mi cuerpo/ el cuerpo que es mi casa/ la casa que es el mundo/ el mundo que es el alma”.

Vale aclarar que no es fragmentarismo interpretar el texto por destellos, sino manera correcta de oír los textos, y si el oído es lo último que se pierde al dejar el mundo, escuchemos los textos, habitémoslos, la casa de la soledad bien hallada. El epígrafe de Bachelard en el poemario: “Habitar la casa”, filosofía del valor que buscara un exégeta del exégeta como lo fue Salazar Bondy (“Epistemología de Gaston Bachelard”, Revista Letras, 1958).

Un libro imprescindible para hacerse brotar, salir de la enajenación que nos absorbe, y tomarse a sí mismo, por la voz que son Voces, titular con sus libros: “Esta es la voz que canta”, y que su canto se haga plural. Entonces serán voces “y llegarán calle por calle”. Uno con uno mismo y con los demás: “vistes tu propia luz/ que desde dentro te nombra”; oírla es comenzar a transmitirla: “hay una voz que lo recorre todo en el silencio”. La poeta insiste al ser entrevistada sobre la voz. Está segura que la oímos todos, en la historia se le oye sonreír, burbujear como aquella agua reída de burbujas que el poeta ya ha visto sonar, “es la enérgica carcajada de la brisa”, que los vientos murmuran, pero también “sonrisa que brota de tu color”. Como la tía Trini, es grande y chica. “Es una voz que despierta”. En su poder de aproximarlo, a la poesía le basta esa voz.

La emoción de leer a Maricruz, es la misma del explorador, que va por hallazgos y hace su propio armado irrompible, su indestructible tejido de luz.

Es la voz que nos queda cuando hemos olvidado todo, es lo único en la vida que no es relato, no nos contamos a nosotros mismos para engañar o para hacernos rabiar. En el estrépito de la poesía está la voz; “primavera enredada en los jacintos/ que mi hija tiene ahora entre las manos”, el furor ha arribado, la verdadera voz ha llegado.

Voz escuchada en “Receta para desvaríos”, donde las manos logran sacar lo no pensado”. Voz de pasan los días, pero quedan:

“Pasan los días/ se me quedan en la cara”. Voz, energía del mundo, que se pluraliza: ”Llego hasta ti, paraje lleno de voces: mundo”.

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