Habrá moños y listones de luto el Día Internacional de la Mujer.

Cuando creíamos que la mujer había alcanzado un alto nivel de conciencia sobre sus derechos humanos y dignidad, nos topamos en pleno siglo XXI con una dolorosa realidad: el 65% de las mujeres blancas hicieron posible, con su voto, el triunfo de Donald Trump.

El hecho parece baladí, pero no lo es. Sería importante saber por qué pese a las múltiples y claras evidencias de que el magnate ha humillado y maltratado de múltiples formas a sus parejas, esposas y colaboradoras, una parte importante del electorado femenino decidió convertirlo en presidente.

Vejaciones que van más allá de anecdotario o del simple rumor. Michelle Obama tuvo que presentarse en un mitin de la candidata demócrata Hillary Clinton, para advertir sobre el riesgo de que un enfermo de misoginia llegara a gobernar la primer potencia del mundo.

Michelle subió al pódium para decir: “No puedo creer que un candidato a la presidencia de Estados Unidos se jacte de agredir sexualmente a las mujeres”. La esposa de Barack Obama calificó a Trump —sin mencionar su nombre— de ser un “depredador sexual”.

Trataba con ese mensaje de decirle a la votante norteamericana que entendiera bien lo que mostraba el video difundido por The Washington Post en el que el millonario confesaba su afición a besar a las mujeres sin permiso y tocarles los genitales.

Ni este ni otro testimonio de igual o parecida contundencia fueron suficientes para impedir que el 42% de las mujeres, especialmente las blancas, salieran a votar por un depredador. Votaron por Trump más mujeres que hispanos, asiáticos o negros.

El 8 de marzo de este año se conmemora el 107 aniversario del Día Internacional de la Mujer. La efeméride, por cierto, nació —aunque de manera local— en Estados Unidos en 1909. Un año después, la Internacional Socialista le dio en Copenhague, Dinamarca, una dimensión mundial y en 1975 Naciones Unidas fijó un día en el calendario oficial.

La lucha a favor de la equidad de género ha sido milenaria y tortuosa. A lo largo de la historia de la humanidad la mujer ha sido discriminada, maltratada, e incluso asesinada, por muchos Trumps.

Saber, entonces,  que  millones de mujeres del primer mundo salieron el 8 de noviembre de 2016 de sus casas e hicieron fila para votar por su torturador, provoca una especie de shock porque nos deja ver como autoras de nuestra propia destrucción.

Melania Trump, esposa del presidente de Estados Unidos, es un vivo ejemplo de ese suicido social y existencial. Tal parece que muchas mujeres, sin importarles el costo, hubieran querido ser Melanias.

Ese 42% de boletas electorales fueron depositadas en la urna de la regresión. Era en sentido metafórico ver a la mujer darse un balazo en la sien o metiendo un puñal a la equidad de género, símbolo de una de las luchas más emblemáticas en materia de derechos humanos.

Un proceso y resultado electoral tan polémico como el que acaba de darse en Estados Unidos ha rasgado muchos velos y ha dejado ver, entre otras cosas, que ella, la mujer, opera como su propio verdugo.

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