La encrucijada política de México y el Reino de Dios

Alejandro Solalinde

Desde hace varios años he venido dialogando con militantes de diversos partidos: del PAN, del PRD, del PRI, del PT y alguno más. Con cada uno me fui acercando sin más interés pastoral que el bien de personas migrantes, de la defensa de los derechos humanos y de México. Los busqué o me dejé encontrar con expectativas de colaboración y suponiendo buena voluntad personal y política. Al principio dialogamos con calidez y confianza. De mi parte hubo respeto, esperanza, no obstante mi estilo directo para tratar cuestiones de justicia a víctimas. Les acerqué la voz, los clamores y dolencias de la gente de abajo, de los que no son de aquí, y también de los que no son de allá. Les presenté personas cargando violencias pasivas y activas, que nunca habían pisado el Senado, el Congreso, Gobernación. Muchos foros y fotos, muchas veces inútiles. Se lucieron en los medios como funcionarios, como servidores públicos sensibles. Comimos juntos, platicamos horas.

Fuera de algunas leyes, como la de Migración, la de Interculturalidad (CDMX), de poco sirvieron esos encuentros. Platiqué con algunos altos funcionarios priistas de alto nivel, incluidos Peña Nieto, Miguel Ángel Osorio Chong, Paloma Guillén, Lía Limón, Pedro Joaquín Coldwel, Humberto Roque Villanueva y muchos otros más. Les solicité que me dieran una oportunidad para compartirles mi visión como misionero itinerante del Reino de Dios. Nunca tuve la intención de adoctrinarlos, ni de atentar contra el Estado laico en el que creo. Nada de eso es mi estilo. Ni mucho menos pasó por mi mente promover intereses políticos o económicos de la Iglesia católica. No. Mi único propósito era fortalecerlos espiritualmente en su servicio de gobierno, aproximándolos a las realidades de personas más lastimadas por la descomposición nacional, por el abandono de los de abajo, de los que pasan inadvertidos. Pero por encima de todo anhelaba facilitar un encuentro vivo con Jesús de Nazaret. Este partido histórico ha oscilado es estos últimos años de su decadencia entre los valores que abandonaron y el capitalismo materialista. Sucumbió ante este último.

He pensado que a la clase política la tildábamos de corrupta, pero que tal vez por parte del clero no le habíamos transmitido suficientemente el mensaje de Jesús. Casi todos los políticos son católicos, o al menos bautizados, sin embargo, muchos de ellos son solamente practicantes barnizados de una religión muy rudimentaria; no han tenido un encuentro vivo con Cristo. Me cuestioné una y otra vez, por qué si la mayoría de los políticos se relacionan con algún obispo o sacerdote, incluso si han compartido mesa y copa, no los hayamos evangelizado, despertando en ellos un compromiso social desde la fe; por qué no aprovechan esas ocasiones.

Pues estuve insistiendo en mi propuesta de reunirnos así, informalmente, en confianza. Me puse muy feliz, pleno de esperanza cuando pareció concertarse una fecha para nuestro diálogo amistoso. Como misionero me sentí emocionado ante esta oportunidad pastoral. Estoy convencido de que una omisión grave de la Iglesia es la pastoral en política, entendiéndola como el bien común.

Se fijó para el 27 de septiembre de 2013. Incluso hubo alguna confirmación por medio de la persona mediadora. Me imaginaba sembrando nuevas semillas del Reino en nuevos terrenos en los que el único beneficiado sería nuestro país. Desafortunadamente se interpusieron los huracanes Ingrid y Emmanuel. La subsecretaria de Gobernación para Población, Migración y Asuntos Religiosos me informó que, por ese desastre natural, nuestra reunión se pospondría; pero que ellos buscarían nueva fecha. Lo entendí, comprendí que eran complicadas las agendas de funcionarios de ese nivel y que tendría que esperar. Pero no, nunca sucedió el encuentro. Al contrario, la defensa a la población migrante y a otras causas me obligaron a ir cuestionando el desempeño oficial, a exigir justicia. El Instituto Nacional de Migración incrementó sus actos de corrupción y crímenes contra personas migrantes centroamericanas y de otras nacionalidades.

A consecuencia de esto, las relaciones entre el gobierno y yo se fueron tensando, deteriorando. La impotencia ante las injusticias, la corrupción; al ver que interponíamos cientos de denuncias y no pasaba nada, me fue radicalizando y endureciendo mi discurso ante la falta de respuesta del gobierno y, no pocas veces, el silencio de la autoridad eclesiástica. Concluí que este estado de cosas no se cambiaría mientras estuviera el PRI-gobierno y sus aliados. Entonces comprendí que el PRI está herido de muerte. Se pudrió. Lo dejaron pudrir sus propios militantes, aun los buenos, quienes callaron frente a la corrupción. Alguna vez se escuchó una voz crítica aislada de alguno de ellos, pero no pasó nada. Todos cerraron filas, no hicieron nada por salvar su partido. Tampoco hablaron por México. Recuerdo esa frase memorable del secretario de la Sener, Pedro Joaquín Coldwel, cuando organizaba la campaña del entonces candidato a la presidencia de la república, Enrique Peña Nieto: “Llegó el momento del PRI”. Y vaya que lo han cumplido, porque lo han acaparado y controlado todo, desde el inicio del equipo de transición. Muchos mexicanos necesitábamos ver la llegada del momento de México. No llegó; ¡habrá que esperar a 2018!

Tantos priistas no dijeron nada ante decisiones equivocadas tomadas sin consultar al pueblo; que desembocaron en el repudio general a Peña Nieto y al Grupo Atlacomulco. Por mi parte, acabé horrorizado por el monstruo en que se convirtió el PRI-gobierno. Si en 2012 le di el beneficio de la duda, hoy estoy convencido de que ya no tiene remedio, que se encuentra en estado terminal. El nuevo PRI adolece de amor a la patria, de ética, de amor para con sus connacionales, aquí y en el extranjero, sobre todo para los más desfavorecidos. Quienes lo llevaron a la ruina son tecnócratas, oligarcas, y algunos que creyeron que gobernar es robar. Prueba de ello son no pocos gobernadores, líderes gremiales, cínicos, que han sido escándalo de la nación.

Pero el pecado más grande del PRI-gobierno, junto con su gran aliado el PAN, es estar y haber puesto a México al servicio de los intereses capitalistas.

No todo está perdido para el PRI-gobierno en su relación con México, aunque sea al final, pero puede hacer varias cosas:

Primero: reconocer que está mal; que sus reformas estructurales son un fiasco y la mayoría de sociedad civil las rechaza. Aceptar que casi todo le ha salido mal a Peña Nieto y al Grupo Atlacomulco. Reconocer así mismo que ha gobernado a espaldas del pueblo, sin consultar. Pedir perdón por tantos militantes que han traicionado al país; por el daño infligido a las nuevas generaciones desde el 68 hasta el día de hoy; por haber generado tanta desigualdad y pobreza; por haber continuado la violencia desatada por el PAN.

Segundo: ser humildes y reconocer que el tiempo del PRI se pasó y que por el bien de México tienen el deber moral de retirarse sin hacer trampas, ni obstaculizar la democracia, ni comprar votos, sino respetar la voluntad ciudadana.

Tercero: aprender desde la banca cómo se juega limpio; cómo se atiende con amor a los pobres, cómo se valora a los indígenas, cómo se protege a las mujeres, cómo se responde a las aspiraciones de los jóvenes, cómo se aprovechan nuestros recursos y hasta el último centavo para el desarrollo del país, cómo se practican los derechos humanos, cómo se paga lo justo a los trabajadores. Y algo muy importante: aprenderán cómo se construyen las estructuras democráticas, para informar veraz y oportunamente a la nación y de participación ciudadana, a fin de llevar las decisiones desde las bases.

Si hacen todo eso ¡entrarán en el Reino de Dios!

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