Hay que recuperar la senda nacionalista

Raúl Jiménez Vázquez

El 18 de marzo de 1938 quedó grabado con letras de oro como el día en el que cobró vida la gesta heroica, la colosal hazaña, la gran epopeya de la expropiación petrolera. En esa fecha, conducido por un presidente patriota, nacionalista y visionario, el pueblo de México doblegó a poderosas compañías extranjeras que a su paso sólo dejaron una estela de crímenes, pobreza, devastación, abusos y humillaciones.

Ese memorable acto afianzó la dignidad nacional, fortaleció la fe en el potencial de los mexicanos, hizo brotar un poderoso sentimiento de unidad, una genuina ola de esperanza, y cimentó las bases para el surgimiento de un desarrollo sostenido cuyos beneficios alcanzaron a muchas generaciones.

La reforma energética revirtió la nacionalización del petróleo. Los recursos energéticos dejaron de ser bienes estratégicos y fueron convertidos en mercancías sujetas a las leyes de oferta y demanda, por lo que su explotación será hecha bajo enfoques depredatorios, cortoplacistas, mercantilistas, extranjerizantes y ajenos por completo a los intereses de nuestro país.

La nación fue despojada de sus derechos históricos y constitucionales sobre los hidrocarburos para cederlos a inversionistas privados, los cuales se apropiarán de una porción significativa de la renta petrolera y tendrán bajo su mando y operación directa, instalaciones y procesos industriales comprendidos dentro del ámbito de la seguridad nacional.

Los efectos nocivos de esa brutal regresión son incalculables. Baste decir lo siguiente: I) Pemex ha sido objeto de un sistemático desmantelamiento y se halla virtualmente en la ruina; II) con la reciente liberación de la importación de las gasolinas y el diésel, sin dar nada a cambio, poderosos corporativos trasnacionales tendrán el control hegemónico y el usufructo de un mercado cautivo de petrolíferos valuado en 75 mil millones de dólares; III) en breve, la comercialización del crudo y el gas natural, función que es propia del Estado, estará a cargo de particulares.

El gasolinazo es consecuencia directa de la reforma energética y ello avivó la exigencia ciudadana de su derogación. Un creciente número de mexicanos está tomando conciencia de que es necesario recuperar el dominio y el aprovechamiento integral de estos preciados bienes de la nación. Los tiempos que corren son propicios para honrar el legado cardenista y dar paso a una acción de similares dimensiones históricas a la de 1938. Desandar los pasos equivocados y recuperar la senda nacionalista es una empresa política perfectamente factible.

La reversión de la reforma energética es ya un imperativo categórico cuya materialización habrá de sustentarse en el principio irrenunciable de la soberanía nacional, en el derecho de las naciones a la soberanía permanente sobre sus riquezas y recursos naturales, en el derecho humano al desarrollo y, sobre todo, en el derecho humano a la vida digna inherente a todos los mexicanos.

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