Camilo José Cela Conde

Madrid.- Europa tiembla. La amenaza del auge del populismo de extrema derecha en Holanda ha sido controlada con mucha mayor facilidad que lo que las encuestas indicaban. Falta ahora ver lo que sucederá en Francia.

En realidad lo que nos estamos jugando en toda Europa en estos momentos en que tantos países se ven llamados a las urnas, o han acudido a ellas hace poco, no es el acceso al gobierno de los grupos populistas, en trance de convertirse en partidos tradicionales con los mismos esquemas jerárquicos e idéntica ansia por el poder. Lo que anda ahora en la cuerda floja es la libertad de prensa, estigmatizada en España por el otro populismo, el de la extrema izquierda. Es decir, por quienes se dicen defensores a ultranza de los débiles. Hablando, según sostienen, en el nombre de éstos, el mensaje que se lanza es el de que cuando se deja que la prensa diga lo que quiera va a decir lo que conviene a los sectores más reaccionarios de la sociedad.

La falacia de semejante planteamiento es doble; en primer lugar, porque cuando se tiene una prensa libre se dicen muchas cosas contrapuestas entre sí; son los ciudadanos quienes, salvo que se les tenga por débiles mentales, separarán por sí mismos los mensajes y asignarán a cada uno de ellos el contenido ideológico que les corresponde. Pero hablando de ideologías, la sospechosa coincidencia entre el populismo llamado de derechas y el que se dice de izquierdas lleva a dudar, apuntando hacia el segundo componente de la falacia, sobre dónde queda el progreso y por qué camino discurre la reacción. Cuando se amenaza a los periodistas incómodos y se plantea el recorte de la libertad de prensa nos acercamos a épocas en las que el pretendido gobierno de izquierdas era cualquier cosa menos un factor de progreso.

cartas desde Europa
Que periodistas ilustres, cuyo empeño por una sociedad más justa, libre y equilibrada lleva años manifestándose, tengan que quejarse en público de los acosos y las maniobras, es algo que lleva a que salten las alarmas. Pero no es la prensa política la única que se ve sometida a un asalto intolerable. Crecen las amenazas de trasfondo machista, que intentan descalificar a las mujeres que ejercen en la prensa de los periódicos, radios y televisiones por el sólo hecho de su género y entrando en el aspecto que tienen como única condición a ser tenida en cuenta.

Aunque pueda parecer que las críticas populistas a los generadores de opinión y los insultos machistas sin más obedecen a claves muy distintas, no es así. Une a ambas formas de denigrar a los periodistas la coartada de dejar de lado el contenido de las columnas y las noticias para centrarse en la hojarasca capaz de justificar el ataque. La libertad de prensa no consiste sólo en escribir por propia voluntad y al margen de quien dicta al oído las consignas. La libertad de verdad, la deseable, obliga a considerar la profesión de periodista como lo que es y no con arreglo a supuestas condiciones externas, ya sean físicas o ideológicas.

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