Jaime Septién
Durante 15 años, cada dos meses, un grupo animado por Vicente Leñero se reunía para hablar de Dios. La muerte del autor de Los albañiles disolvió al grupo, pero su memoria y su intimidad siguen pendiendo de cada uno de ellos, de Estela Franco, viuda de Leñero, de Myrna e Ignacio Solares, Alicia y Paco Prieto, Javier Sicilia, Eduardo y Analú Garza; la hija de los Leñero, Mariana, y su esposo Ricardo Solar…
Animados por Estela Franco, todos ellos y algunos más que estuvieron en el grupo (José Ramón Enríquez, Luis de Tavira) han vertido sus memorias en el libro “Los católicos” que edita la casa a la que dio muchos años de su vida Leñero: Proceso. El texto tiene como subtítulo la materia de la que tratan los artículos (incluso la entrevista que le hizo Adela Salinas): “Vicente Leñero en torno a la fe”.
¿Qué hay detrás de la fe de Leñero? Una generación que sintió las sacudidas del Concilio Vaticano II y que descreyó, profundamente, en la jerarquía eclesiástica. Una generación tocada por la imposibilidad casi absoluta de compaginar —por el clero y por los jacobinos— en su vida literaria la fe y la cultura (pienso en Leñero, pero también en Paco Prieto e Ignacio Solares, también en Javier Sicilia, aunque él ha sido uno de esos raros escritores mexicanos tocados por la experiencia mística, experiencia que está por encima —¿o por debajo?— de las corrientes y de los tiempos).
Habiendo conocido poco y admirado mucho a Vicente Leñero, puedo decir que, tras leer el libro “Los católicos” me quedó el paisaje con la figura de un hombre con sed de Dios de fondo; una sed tranquila (no desgarrada ni a empujones) que corría en su sangre; una sed que no era necesario gritarla, tan sólo era necesario “traducirla”. Así lo hizo en un hermoso texto en el que pone en lenguaje cotidiano las parábolas de Jesús.
Qué lejanas las nuevas generaciones literarias, las de la post-verdad, de este camino que toca el abismo. Al entronizar el sentimiento, la emoción personal, la expresión abrupta o la mera opinión, ese espacio en donde se tambalean las seguridades y de donde surge la luz de una lámpara que ilumina la noche oscura del alma (la única luz que comunica) lo que se tuerce es el sentido propio de la literatura, de la poesía, incluso del periodismo: la redención.