Luis Angel Bellota*
La irrupción de Donald Trump en la vida política norteamericana ha dado mucho de qué hablar a politólogos y periodistas. En el futuro seguirá siendo motivo de discusión entre historiadores. ¿Por qué después de aquellas elecciones de 2008 que amalgamaron el voto de los sectores medios, la clase trabajadora blanca y las comunidades afroamericanas en situación de pobreza, en 2016 el resultado fue diametralmente distinto? El estudio de las preferencias electorales y su decantación en las urnas es uno de los fenómenos más volátiles de explicar: depende tanto del contexto material de una sociedad como de su estado de ánimo, incluso de situaciones impredecibles y factores emergentes que nadie imaginó y al final cambiaron el rumbo de las cosas.
Barack Obama, al encarrilar la economía norteamericana, arregló un poco el desastre doméstico que heredó de su antecesor, lo cual se refleja en los diez millones de nuevos empleos, la reactivación de la industria automotriz y la mejora del salario. Sin embargo, durante los últimos ocho años no pudieron revertirse demasiado las desigualdades socioeconómicas que cerraron el siglo xx y que se agudizaron en la primera década del xxi.
Los obreros blancos
El afluente principal de simpatizantes trumpistas proviene de aquellos sectores cuyo nivel formativo no les permite sobrevivir laboralmente en un mundo donde la innovación tecnológica y el conocimiento aplicado hacen más competitiva a una economía. Los obreros blancos desplazados por la feroz competencia global, pero también por la automatización de los procesos industriales, votaron masivamente por Trump. Sus aspiraciones de clase fueron atendidas por este individuo.
Expresiones abiertas de racismo
Un tema nodal que fue capitalizado para atrapar el voto de quienes vieron frustradas sus expectativas bajo el gobierno de Obama es el de la migración ilegal. Como resultado de la narrativa xenófoba que culpa a la mano de obra foránea por la pérdida de trabajos para los ciudadanos americanos, el mensaje segregador de Trump –con especial énfasis hacia la comunidad mexicana– despertó expresiones abiertas de racismo.
Sacó de las sombras discursos de odio, conductas violentas y actores impresentables, como el Ku Klux Klan. Que en algunos mítines trumpistas se haya coreado con euforia build a wall, kill them all (“construye un muro, mátalos a todos”) habla de un profundo resentimiento contra los inmigrantes. Son los eructos de una sociedad que no logra exorcizar los fantasmas de su pasado. Estados Unidos está muy lejos de la fantasía post-racial que algunos analistas, con total ingenuidad, vislumbraban a comienzos de la era Obama.

Un sistema que no funciona
Trump apeló a soluciones facilistas y absurdas que eluden la complejidad de los problemas con chivos expiatorios y medidas proteccionistas que probablemente no funcionen. Para haber sido candidato del Partido Republicano, resultaba extraño que abordase la cuestión social y propusiera soluciones que lo convierten en un populista reaccionario. Su actuación como jefe de Estado parece no diferir de la que tuvo como candidato, pero tampoco será muy distinta de la orientación empresarial de las administraciones republicanas.
Haciendo de lado los acuerdos comerciales que prometió echar atrás, asunto que cumplió parcialmente el pasado 23 de enero, Trump no modificará el papel del gobierno como palestra de la banca y el complejo militar-industrial. Eso explica la reciente derogación de la ley Dodd-Frank para regular las actividades financieras que detonaron la crisis de 2008, así como la muerte anunciada del Obamacare y los regímenes fiscales de privilegio para los millonarios de siempre. Asimismo, el historial del nuevo gabinete presidencial asoma la simbiosis entre las elites económicas y las políticas. Como ha dicho Carlos Heredia, si en campaña fue un populista en el gobierno será un oligarca.
La postura crítica de Sanders no es una soflama demagógica que aliente la lucha de clases, como afirman las mentes más retrógradas en Estados Unidos. Se trata de un diagnóstico que describe la naturaleza plutocrática de la política norteamericana en las últimas décadas. El gabinete de Trump lo confirma por enésima vez. Si el titular del Departamento de Estado es un alto ejecutivo de la ExxonMobil o su principal consejero es un exbanquero, por citar dos ejemplos, ¿por qué no creer que actuarán en concordancia con su trayectoria y, por ende, en defensa de los fortísimos intereses que representan?
*El autor es historiador y latinoamericanista por la Universidad Iberoamericana.



