En la respuesta de Andrés Manuel López Obrador a la Secretaría de la Defensa Nacional abundó la demagogia y faltaron las pruebas.
Aunque el director de derechos humanos de la Defensa Nacional no mencionó su nombre, se supo en todo momento que el llamado a presentar pruebas en contra de las Fuerzas Armadas era para el líder de Morena.
Después de que López Obrador sufriera en las calles de Manhattan uno de sus frecuentes ataques de intolerancia y acusara al Ejército del asesinato y desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, el general José Carlos Beltrán hizo ante los medios una petición muy concreta: si hay alguien que tenga pruebas que las presente.
Veinticuatro horas después, López Obrador salió con un spot para inundar las redes sociales de propaganda, simular una respuesta y ocultar que no tiene una sola prueba para sustentar las acusaciones que ha hecho al Ejército mexicano.
Pero, no por demagógico el video es inservible. En cada frase pronunciada queda en evidencia la personalidad de un simulador que vende quimeras. Dice, por ejemplo: “No vamos a reprimir al pueblo con el Ejército…”
En 37 caracteres, menos de los que se necesitan para un tuit, el tabasqueño refrenda inconscientemente que para él —“futuro supremo comandante de las fuerzas armadas”—, el Ejército es un represor. Lo que no nos dice el “supremo” es qué piensa hacer, de llegar a la Presidencia de la República, con una institución a la cual considera corrupta y represora.
Ya le dijo a los soldados que les va a subir el sueldo porque ellos son hijos de obreros y campesinos, pero en las Fuerzas Amadas también hay oficiales de mediano y alto rango.
¿Qué va a hacer con los generales? En el video da a entender que quienes le piden pruebas están nerviosos y que forman parte de la mafia del poder.
Si para él los altos mandos no merecen ningún respeto, entonces estaríamos ante la posibilidad de que el “supremo” llevará a cabo una purga de generales o la disolución de una parte de la fuerzas armadas.
También nos queda claro que para el líder de Morena los soldados son votos y que está dispuesto no solo a enamorarlos para incorporarlos a su propio ejército, sino a convencerlos de rebelarse en contra de una institución que, según ha dejado ver, los usa y explota.
Pero lo que tampoco aclara el “supremo” es cómo va a combatir el crimen organizado o un caso en que se encuentre en riesgo la seguridad nacional.
“Nosotros —tampoco dice quiénes son nosotros— no vamos a apagar el fuego con el fuego ni a combatir la violencia con más violencia”.
Pues, no. A nadie, ni al mismo Ejército —y en eso la institución ha sido muy clara— le gusta estar persiguiendo delincuentes en las calles.
Pero un gobierno, lejos de utopías, necesita tomar decisiones concretas, y el líder moral de las izquierdas tampoco le ha dicho a la sociedad cómo piensa acabar con los cárteles del narcotráfico.
Por el contrario, al satanizar las instituciones militares y de justicia las debilita, y termina protegiendo, consciente o inconscientemente, el crimen organizado.
Siempre hemos escuchado a López Obrador atacar a las Fuerzas Armadas, pero no podemos repetir aquí una sola condena en contra de los cárteles de la droga, de la trata de personas, de las redes de pornografía infantil, por la sencilla razón de que nunca —nunca— la ha hecho.
Efectivamente, es difícil entender que quien aspira a ser presidente de México y en consecuencia comandante supremo de las Fuerzas Armadas se comporte, desde hoy, como su principal represor.