Secuestrada nuestra soberanía

Alejandro Solalinde

Estos tiempos políticos son de alta transición; se componen de remanentes ancestrales, atávicos, de elementos culturales de la Antigüedad, de la Edad Media, del Renacimiento, de la Ilustración, de la Modernidad y de la Posmodernidad. Las etapas históricas no surgen linealmente, sino que perviven y conviven en ellas elementos muy diversos y hasta contrastantes de épocas pasadas como: monarquías, república, socialismo, luchas hegemónicas, religiones milenarias, teocracias, o instituciones sui géneris como la Iglesia católica. Todo esto, en complejos procesos de síntesis hacia puntos comunes de unidad universal en una diversidad.

En el caso de México, además de todas estas influencias universales, se mezclan ingredientes propios de nuestra historia nacional, prehispánica, colonial, independiente, siglo XX. Hilvanan estos periodos, gobiernos de todo tipo.

Dentro de esta gama de ejercer el poder, tenemos como resultado, ciudadanías y feligresías también variadas, desconcertadas por los cambios vertiginosos, por ir pasando de una institución a otra, de una manera de gobernar a otra, sobre todo porque se han ido perdiendo los referentes éticos, debido principalmente al sistema capitalista que determina en gran medida las relaciones humanas, pero también porque la mayoría de las instituciones religiosas han priorizado el culto y la administración, dejando en un segundo plano la educación en la fe, en los valores espirituales universales, generadores de una ética política, entendida esta como el bien común.

Nuestra época se caracteriza por sus estructuras sociales, políticas, económicas, religiosas, contaminadas por relaciones de poder de dominio. La corrupción y la impunidad son ya una manera de ser, tolerada y sostenida por gobiernos y por gobernados.

En nuestro país el Estado declara una cosa y hace otra. Contemporizan formas arcaicas y hasta caducas en el ejercicio de la gobernanza, solo que usando neologismos, terminología moderna y hasta posmoderna. Eso sí, condimentándolas con vocablos de derechos humanos.

Si los antiguos regímenes, si las viejas monarquías no tenían la costumbre de tomar en cuenta a los súbditos, en nuestro país, ya entrado el siglo XXI, continuamos con la inercia de no consultar, de no consensuar, de no escuchar, y sí de imponer lo que se decida arriba, por unos cuantos. Como no existen mecanismos para escuchar a la sociedad civil, casi las únicas expresiones que le quedan a la ciudadanía son la vía electoral, las marchas, las redes sociales, la organización de frentes de resistencia.

Al tipo de gobierno autoritario, se corresponde una población sumisa, temerosa, inmadura y sometida; de igual manera, se da una feligresía infantil, inmadura, sometida y muy lejana de ejercer una actitud crítica de cara a estas dos autoridades. El poder civil y el eclesiástico no han generado estructuras de participación más democrática; menos aún algo así como una contraloría social, ética sobre su forma de gobernar, especialmente en temas sensibles como los derechos humanos dentro de ellas, o de la administración transparente del dinero. De hecho, el gobierno de Enrique Peña Nieto quedó, desde el gasolinazo, en guardia frente a esta ciudadanía, tan decidida. Del gasolinazo para acá, la sociedad en general que salió a las calles exhibió una diversidad que nos dejó ver muchos Méxicos, pero, sobre todo, nos mostró una enorme fragmentación. Estamos perdiendo el sentido ancestral comunitario de nuestros pueblos originarios.

De hecho, las “victorias electorales” obtenidas a través de la compra de votos, aprovechándose de la necesidad de los pobres, han servido casi siempre para prolongar “legalmente” el poder detentado por unos cuantos.

El sistema político priista administra la pobreza; le saca raja política, con el fin de evitar el cambio verdadero en favor de los intereses de las mayorías.

Desafortunadamente el sufragio no garantiza que, una vez emitido, vaya a ser respetado por el aparato del Estado, hay formas de evadir la voluntad popular. El INE se ha transformado en una especie de botín para los partidos; se ha politizado, y por eso mismo ha perdido su autonomía, y por lo mismo existe desconfianza ciudadana hacia él. De hecho, el único periodo de autonomía real que ha conocido el organismo fue con José Woldenberg. El INE es una de las instituciones indispensables para el país, pero mientras no sea independiente; mientras esté manejada por intereses políticos partidistas y no de la ciudadanía, no garantizará la democracia en la etapa de los comicios.

A esto hay que sumar que la mayoría de la clase política está subordinada al sistema económico capitalista, a los poderes fácticos extra nacionales que acaban decidiendo sobre la vida nacional, sobre el destino de los que menos tienen, pueden y saben. Ellos tienen secuestrada nuestra soberanía.

Una genuina democracia responde a la voluntad de la ciudadanía, se construye con ella, a favor de ella, desde ella. Desafortunadamente el gobierno actúa de espaldas al pueblo y usa la represión como sustituto del diálogo, sobre todo cuando la ciudadanía defiende la soberanía ante la entrega de los recursos nacionales. Como ejemplo están: Michoacán, Guerrero, Oaxaca, y Chiapas. Veracruz está en lista de espera, pero ya también está en curso la entrega de los recursos de este estado a empresas capitalistas. Habrá que poner atención en la privatización del agua.

Este gobierno castiga y reprime a los pobres. Premia, reconoce y otorga preseas a los magnates, cuyo mérito ha sido acumular su riqueza gracias al apoyo incondicional del gobierno por medio de privatizaciones y privilegios fiscales. Pone policías, en lugar de diálogo a la escucha de legítimas demandas de estudiantes, mujeres, familias de desaparecidos, trabajadores explotados, campesinos e indígenas. Gobiernos opacos, ladrones, enemigos de la transparencia, perseguidores y asesinos de periodistas, de jóvenes y mujeres.

¿Qué podemos hacer en la coyuntura actual, en la que participan Trump, el Estado mexicano, las personas migrantes, la sociedad civil frustrada y abandonada? Nos amenazan muchas cosas dentro y fuera del país; pero tenemos también grandes oportunidades, como la posibilidad de un cambio real en el gobierno, para 2018, reafirmar nuestra identidad nacional, recuperar nuestra memoria histórica, lo nuestro, volver a ser, retomar nuestras raíces, nuestros elementos constitutivos, los valores de nuestras culturas indígenas y aplicarlos al siglo XXI. Urge fortalecer nuestra espiritualidad. Si nos proponemos construir algo nuevo, nadie nos impedirá articular estructuras de información verdadera, completa y oportuna, al mismo tiempo que podamos crear otras, de participación ciudadana en las decisiones que afecten a la nación. El nuevo gobierno tendrá que hacerlo, pero no solo. No deseamos un nuevo presidencialismo, sino un proyecto de nación en cuyo diseño participemos las más posibles y los más posibles. Después de todo, en eso consiste el Reino de Dios y el proyecto del Tepeyac: Una sociedad construida desde abajo, incluyente y justa.

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