Patricia Gutiérrez-Otero
Vicente Leñero Otero (1933-2014) es reconocido por su trayectoria como escritor creativo y como periodista objetivo. Quienes conocen más su obra de creación literaria saben o adivinan su filiación cristiana crítica. Pero aquellos que conocen a Leñero por la fundación y participación en la revista Proceso difícilmente imaginan que él era católico, y menos que iba a misa los domingos.
En Vicente Leñero no había división entre su fe y su ser público. Era y se aceptaba cristiano católico, aunque su realismo humano y espiritual escudriñaba cómo vivir su fe, y su inteligencia crítica no podía dejar de señalar los yerros y faltas de la institución clerical. Esto aparece de manera nítida en el libro que presenté aquí la semana anterior: Los católicos. Vicente Leñero en torno a la fe (Editorial Proceso, 2016). En esta entrega quiero entresacar de los diferentes testimonios amistosos presentes en ese libro en qué consistía la manera de creer de este literato. Por cuestión de espacio haré una síntesis, sin señalar quién dice qué. Remito al libro mismo.
El joven Vicente participó en La Acción Católica, más por amistad que por convicción, asociación de la que se alejó porque no estaba de acuerdo con el tinte conservador. Aunque se graduó en ingeniería, su pasión era la escritura, por lo que vivió un semestre en España estudiando periodismo, pero sin alojarse en la rígida casa religiosa que podía hospedarlo, prefiriendo vivir en un modesto hostal.
La experiencia mística como éxtasis o unión nunca le fue concedida, sin embargo recibió el don de la fe, que simplemente tenía sin aparente razón (y que quizás es un elemento místico de mayor envergadura). En una entrevista con Adela Salinas dijo: “Yo no lucho por tenerla; la tengo y punto”. En realidad, su fe se mostraba más que en golpes de pecho, obediencia o ritualismo, en sus actos hacia los otros. Sus amigos lo recuerdan como un hombre generoso, de una escucha atenta y discreta, sin pretensiones de superioridad y sin ninguna arrogancia.
La inquietud de su pensamiento no dejaba fuera ni la Biblia ni los cuestionamientos sobre la fe. Gran conocedor de los Evangelios (reescribió las parábolas en “mexicano” en Las parábolas, el arte narrativo de Jesús de Nazaret), de entre ellos prefería al que contiene menos especulación y que narra los hechos de Jesús sin interpretarlos, el evangelista Marcos (una de las fuentes de otros dos: Lucas y Mateo). Su amor por los hechos, presente en su labor periodística, se refleja en esta elección.
Sin embargo, a pesar de esa fe que recibió, que cuestionó, que vivió en su esencia, su literatura no fue confesional. Más que un católico que escribe para dar un mensaje o para evangelizar, Leñero fue un escritor que, además, era católico. Sin embargo, en muchas de sus obras toca el tema, aunque sea de manera indirecta, no de una creencia abstracta, sino de Jesús (nombre incluso del protagonista de una de sus novelas más conocidas, Los albañiles); del cuestionamiento a una Iglesia traicionera a su fundador; de todo aquello que la pura fe ilumina de manera tenue, pero no define. Como dijo el padre Albert Chapelle sj, parafraseo: en esta época la fe tiene un componente de escepticismo, y el escepticismo un componente de fe. Este vaivén no estuvo ausente del pensamiento de Vicente Leñero, pero no afectó su disponibilidad hacia su prójimo, ni, yo espero, su confianza en una vida personal (en el sentido más hondo del término) después de la vida en este eón.
Además opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés y la Ley de Víctimas, que se investigue Ayotzinapa, que trabajemos por un nuevo Constituyente, que se respete la educación, que Graco sea destituido, que recuperemos nuestra autonomía alimentaria y nuestra dignidad, y que dejen de pulular los presidenciables independientes.