Una primera certidumbre: será imposible que se reaparezca en los escenarios y en las pantallas una figura como la de Cantinflas. El talento de aquel cómico fue sin duda excepcional, y las condiciones del país nos presentan aquellos tiempos (sobre todo de los años treinta y los cuarenta) como un pasado del que muy poco queda, y está en vías de extinción segura. ¿Qué tan conocido es Cantinflas de las generaciones más recientes? Es posible pensar que muy poco, a pesar de la machacona insistencia de la televisión en reponer sus películas, en especial, por cierto, las de su última etapa, lamentables casi por entero (una excepción: Ahí está el detalle, en una excelente copia). La gracia y el ingenio de Mario Moreno poco o nada son comprensibles para un público que ahora ha puesto sus intereses en cosas muy distintas y mucho más espectaculares.

Cantinflas viene a culminar una larga tradición urbana. Podría pensarse incluso que remata la línea cultural abierta por el periquillo sarniento, aquel pícaro del que se sirvió Fernández de Lizardi para lanzar rollos moralistas, junto, es necesario decirlo, un más que convincente registro de costumbres, vicios, manías, valores y lenguajes del México de comienzos del siglo XIX. Cantinflas es un pícaro, aunque no llega en todos los casos a arrepentirse, como es el caso del héroe del Pensador Mexicano. En Ahí está el detalle, una de sus obras cumbres, el cómico despliega un alegre cinismo para burlarse de las convenciones y de los que las exaltan devotamente: enamora a la empleada de una casa rica (una afortunadísima Fraustita, en su mejor papel), desdeña a la que le quieren enjaretar como esposa (una simpática, y no poco cínica también, Sara García), ridiculiza sin pausa a un celoso extremo, presa de la moral al uso, de los celos y de la ambición (un simpático Joaquín Pardavé), manosea todo lo que puede a una esquiva pero resignada señora de sociedad (la guapa Sofía Álvarez). Todo en medio de una serie de equívocos que desembocan en la sala de un improbable tribunal, donde el juez mira y escucha las discusiones del defensor y el fiscal (los insuperables Antonio R. Frausto y Agustín Isunza), desquiciados todos por el habla laberíntica del acusado, un hombre sin provecho ni beneficio, un pícaro, en efecto, habilísimo para llenar la atmósfera de vocablos que enristrados nada quieren decir y que si algo expresan es desconcierto y descaro, tribulaciones frágiles y dudas fugaces.

FOTOS: ARCHIVO SIEMPRE!

En pleno auge del nacionalismo mexicano allí está Cantinflas, el peladito, el bueno para nada que no sea sacarle jugo en ocasiones a la vida, sólo lo que haga falta, para irla llevando. Cantinflas no tiene ambiciones. En eso radica su fundamental sabiduría. No espera más que llenar la panza y refrescar la garganta, allegarse un poco de luces en exceso, holgazanear lo más que sea posible, engañar a los otros sólo lo justo para sacar lo de unos cuantos días, un temporadita acaso. En aquella película tiene miedo inclusive de soltarle unos disparos a un perro rabioso. ¿Miedo, lástima? Lo que sea: lo que no quiere Cantinflas (y su existencia entera consistirá en tratar de evitarlas, sin suerte) son complicaciones. ¿Para qué iba uno a esforzarse, si la vida puede correr sin tanto brinco?

Cantinflas representó a una clase de mexicano, en tiempos en que estaba en boga ir en busca de los modos de ser de los nacionales. La clase más común, la más corriente, cuando la vida del país se orientaba ya por el camino de una imparable urbanización. Cantinflas fue un capitalino ideal: pícaro, es incapaz de trapacerías serias; de habla popular y para comprensible, dentro de su jerga no están las groserías; perezoso y aprovechado, no perjudica nunca a ningún prójimo, si entendemos por prójimo a uno de sus pares, de su mismo nivel social. Siempre fue enamoradizo, coqueto, resbaloso, mano larga pero en el ritual de sus gestos no se asoma la lascivia, ni siquiera la mínima lujuria.

Es notable: Cantinflas anda por el mundo sin familia. Es un hombre solo, en sus grandes películas y en las malas. Un solitario pero no un misántropo. Se hace de novias, de amigos, de personas a las que ayudará o de las que buscará sacar provecho. En este detalle biográfico está uno de los méritos de su filmografía: el personaje puede ser lo que es sólo porque no tiene que rendirle cuentas a nadie, porque no está atado a una responsabilidad inmediata. Puede de este modo darse a lo picaresco lo mismo que a la bonhomía y el sacrificio.

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En aquella búsqueda de los modos de ser del mexicano, desplegada hacia el medio siglo, sobresale el registro del lenguaje. En especial del lenguaje verbal, aunque no exclusivamente. Los españoles Luis Cernuda y José Moreno Villa pusieron su atención en otros caminos del lenguaje: el de los gestos, el de la revelación de conductas y actitudes. Nadie como Cantinflas supo reunir las vertientes. Desde aquellos años su habla fue interpretada por escritores de altura, como Octavio Paz o Jorge Portilla, o de estatura menor, como César Garizurieta. Más recientemente, no podía ser de otra manera, observadores de la cultura del país como Carlos Monsiváis han proseguido aquellas tareas. En Aires de familia apunta Monsiváis: “Ni los films de Mario Moreno Cantinflas, Germán Valdés Tin Tan, Joaquín Pardavé y Adalberto Martínez Resortes en México se caracterizan por su ingenio literario y la brillantez de sus gagas [por falta de buenos guiones, y a diferencia de lo que ocurre con las películas, por gran ejemplo, de los hermanos Marx. JJR]. Lo suyo es la vehemencia que regocija a su público, el ingenio descifrable por los coterráneos, y la gana de revuelta contra los policías, los abogados pomposos, las señoras de sociedad, las beatas, los solemnes. Cantinflas, sin duda el cómico más popular, extraordinario en su primera etapa, atrae por su espontaneidad gestual, su habla circular y el ‘jazz’ incomprensible de sus ritmos verbales, pero no, de manera alguna, por la brillantez de sus guiones”.

Llama la atención el tino del crítico para hallar aquella música en el habla cantinflesca. Es posible en efecto que sea “circular” aquel lenguaje, y es un acierto encontrar jazz en el ritmo que siguen las palabras. Invención, improvisación. En tal sentido el peladito mexicano (desfajado hasta el extremo, ensombrerado pobremente, cubierto por una camiseta blanca más que raída) es diferente a todos los demás peladitos mexicanos al tiempo en que los representa. Claramente es una figura ideal, resume valores, guiños, poses, tics.

¿Por qué Cantinflas no dice nada o dice todo lo que dice sin decir nada que pueda comprenderse del todo? En el fondo, no quiere que le entienda el otro, pero a la vez ocurre no sabe bien a bien qué es lo que quiere decir. Tiene una noción clara pero le falta orden, articulación. Su lenguaje discurre por un código distinto al habitual. Cantinflea: en el fondo, y también en la superficie, no hace más que hablar como los demás, los pomposos, los solemnes, los abogados, los de sociedad, que tampoco dicen nada pero que creen que dicen la verdad. Cantinflas sabe que no dice la verdad y piensa o siente que en todo caso aquella verdad sólo puede interesarle a él. Es un hombre solitario, no olvidemos, que usa el lenguaje para mantener su soledad y para reírse de los otros.

Sigue Monsiváis: “Es imposible evaluar el significado del Cantinflas de 1937 o 1945, el modo en que su no decir se transforma en significación beligerante, un ‘juguete cómico rabioso’ que ensalzan en el mundo de habla hispana públicos sin experiencia del lumpen-proletariado de México”.

FOTO: ARCHIVO SIEMPRE!

En nuestros días la vida nacional y la vida urbana se han transformado tanto que el México y el D.F. de Cantinflas son irreconocibles. El propio lenguaje del pícaro, del peladito, ha sido sujeto de incontables alteraciones, en virtud de importaciones del mundo del espectáculo (en general, de la esfera del mercado del más salvaje capitalismo). A la vez, si el modo de vestir cantinflesco representó un extremo, hoy los extremos tienen más que ver con la moda programada que con los caprichos o los gustos personales o brotados de un grupo.

Una fallida y lamentable respuesta a este mundo la dio el propio Mario Moreno en la segunda parte de su trayectoria fílmica. Muy lejos habían quedado los días de las carpas y de las películas heroicas y admirables (con Pardavé o con el gran Manuel Medel) y de frente aparecieron el D.F. con toda la demagogia, tan parecida a la que hoy padecemos. Aquellas películas postreras fueron estelarizadas por un cómico que representó entonces a todos aquellos personajes de los que tan eficazmente se había burlado, con genio y alegría.

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