Patricia Gutiérrez-Otero

Usar con eficacia la luz solar para beneficiar las actividades económicas nos golpea físicamente en cada cambio semestral. Nuestro cuerpo toma tiempo en adecuarse, porque el cuerpo no es una máquina, es un ser sintiente que no se rige automáticamente por una alarma que nos despierta. Si los adultos, condicionados ya a cumplir su deber impuesto y a ser prácticos, obedecemos con desgano y dificultad el sonido del despertador, los niños y los animales, relacionados de manera más simple y límpida con un cuerpo que percibe el tono de la luz, la frescura de la mañana o del atardecer, los indicios sutiles de los ruidos, nos muestran que hay algo antinatural en regir la vida conforme a la eficiencia del uso solar para fines prácticos y productivos.

¿Quién nos dijo que el fin último de la Tierra y sus habitantes, debía sujetarse a la productividad? ¿Quién nos dijo que el Tiempo es dinero y no tiempo simbólico de fiestas y celebraciones? ¿Quién que los ritmos menstruales femeninos deben controlarse? ¿Por qué aceptamos esta situación como borreguitos dóciles? Es cierto que el ritmo vital ligado con la luz solar, y obedeciendo a sus cambios de manera natural, progresiva y lenta, se vio trastocado a finales del siglo XIX por la llegada de la luz eléctrica que con mayor eficiencia que las velas iluminaba la noche. Sin embargo, desde la antigüedad altas culturas quisieron aprovechar la luz solar. Curiosamente las “altas culturas” son la que se desligan del transcurrir natural y pretenden someterlo a la razón, a la eficacia, a lo incorpóreo. Algo a lo que movimientos contemporáneos se oponen como aquellos ligados con la lentitud y la mesura en varios aspectos de la vida: Slow Food, Slow Life, el Descrecimiento… Sin embargo, los cambios de horario anteriores no eran tan drásticos como lo que implica el horario de verano o tiempo de ahorro de luz (daylight saving time, DST, en inglés).

En la modernidad, quien escribió por primera vez sobre ello, en 1784, fue Benjamin Franklin (quien de niño ayudó a su padre en la fábrica de velas), aunque él no instituyó el cambio de horario. Luego, el tren obligó a plegarse a horarios rígidos. En 1905, el inglés William Willett retomó el tema. Sin embargo, fueron los alemanes y sus aliados quienes impusieron en 1916 el horario de verano durante la Primera Guerra Mundial. A lo que les siguió Gran Bretaña y posteriormente otros países europeos. Desde entonces, este horario ha sido modificado y ha terminado implantándose en el mundo globalizado para aumentar la productividad (incluso de las Bolsas) y un supuesto ahorro de energía. La cuestión es que la ideología subyacente a estas elecciones debe ponerse en duda para deconstruir un imaginario implantado: ¿el horario está hecho para el ser humano o el ser humano para el horario? Y ni qué decir con respecto al gallo y al infante, y menos al campesino, quienes perciben el tiempo horario como una imposición y no como un transcurrir vital que sigue su ritmo propio.

Además opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés y la Ley de Víctimas, que se investigue Ayotzinapa, que trabajemos por un nuevo Constituyente, que se respete la educación, que recuperemos nuestra autonomía alimentaria y nuestra dignidad, que revisemos a fondo los sueños prometeicos del TLC.

@PatGtzOtero

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