Ya nadie se sorprende

Yazmín Alessandrini @yalessandrini1

La detención de Javier Duarte de Ochoa, exgobernador de Veracruz, hace unos días, en Guatemala, tras casi seis meses de mantenerse prófugo de la justicia mexicana, deja muy en claro, por enésima ocasión, de que en México, cuando se trata de políticos y de la impartición de la justicia, convergen distintos tipos de fuerzas (muy oscuras, muy poderosas y muy corruptas) que se encargan siempre de favorecer a los responsables de infringir la ley y de ofender a la ciudadanía porque, siendo sinceros, casos como los de Andrés Granier Melo, exgobernador de Tabasco; Jesús Reyna García, exgobernador interino de Michoacán o Mario Villanueva Madrid, exgobernador de Quintana Roo, todos en prisión por cometer diversos delitos, son poco frecuentes en nuestro país y es que, repito, cuando se trata de situaciones que involucran a políticos y a la ley muy rara la vez son condenados como Dios manda.

Hará cuestión de unos días, mientras conducía mi automóvil con destino a una de las televisoras en donde trabajo, escuché a través de la radio a un colega comentar que un medio impreso extranjero publicó una nota en la que daba cuenta de que aproximadamente medio centenar de exgobernadores, creo que el total eran 52, estaban siendo objeto de investigación por parte de la Procuraduría General de la República por diversos ilícitos que cometieron durante sus gestiones. Sinceramente, aquí en México ya a nadie sorprende que un gobernante o exgobernante sea señalado de corrupto o delincuente tanto por los medios de comunicación como por la opinión pública. ¡Vaya, pues!, eso ya es cuestión de todos los días, no olvidemos aquel viejo y contundente aforismo de haz fama y échate a dormir… Sin embargo, cuando nos enteramos de que algún político (olvídense de las siglas, de los partidos, de los colores) pasó de ser un simple raterillo de esos que se embolsan los recursos o que se dan la gran vida con la lana del pueblo para convertirse en delincuentes de gran calado (asesinos, narcotraficantes, “lavadores” de dinero…) es porque verdaderamente en México ya se pudrió algo de manera irreversible.

Y se pudrió porque, cuando menos en el terreno de lo hipotético, los políticos deberían de ser los representantes del pueblo, aquellos que ante las instituciones hacen y deshacen para hacer sentir la voz de aquellos que, a través de las urnas y los votos, o sea nosotros, determinan el pulso y el rumbo de una nación (perdón si me leo un poco ilusa o idealista). Pero resulta que no. Al contrario. Ahora resulta que, cuando menos en el México actual, los políticos son una especie de raza con características biológicas, psicológicas y conductuales diametralmente opuestas a las que poseemos los llamados ciudadanos de a pie y, aunque nos consideran inferiores a ellos en todo sentido, se valen de nosotros para eternizarse en el poder y así poder hacer de las suyas desde las alcaldías, los ayuntamientos, las gubernaturas, los despachos gubernamentales, las curules, los escaños y demás despachos de la administración pública con el único fin de darse y darle a sus familiares y amigos la gran vida de opulencia, lujos y despilfarros que siempre soñaron.

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