Trump y Kim

Marco Antonio Aguilar Cortés

El presidente estadunidense Trump, a sus 70 años, con una altura de 1 metro 88 centímetros sigue siendo golpeador y buscabullas; mientras, el líder supremo norcoreano Kim Jong-un, a sus 33 años, con una altura de 1 metro 75 centímetros es un provocador contumaz a la guerra nuclear.

De esa manera actúan, y gustan de exhibirse en ese triste y desalmado papel, de suscitadores de confronta atómica de alcances incalculables.

Corea del Norte tiene, al igual que EU, una economía de guerra. Bélica y hacendariamente los estadunidenses son muy superiores, en el mercantilismo y en el combate. Los americanos tienen a muchos países en explotación permanente, como fuentes de ingresos. Los norcoreanos están solos y semiaislados, pero con cohetería de cabezas nucleares.

Kim y Trump se están tanteando, y en sus fines y tácticas pueden llegar a tontear, afectando severamente a sus propios pueblos, pero desgraciando a otros que nada o poco tienen que ver en ese asunto de truhanes encubiertos como jefes de Estado.

China, Rusia, Comunidad Europea y ONU, no deben ser sólo observadores pasivos de esas querellas que acercan a todo el planeta Tierra a su destrucción temprana; menos aún, ingenuos buitres en acecho de lo que quede.

Las naciones del orbe, sus gobiernos y sus pueblos, deben exigir respeto para los humanos y su hábitat terrícola, tan rico en diversidad de vida.

Impidamos toda guerra, y detengamos las que se encuentran en desarrollo. Frenemos los preparativos de agresión militar. Aprendamos que el poderoso o los poderosos, en turno, a través de medios masivos de comunicación siembran odio, en la gente, contra sus enemigos.

Así, incitaron a que se aborreciera a los alemanes, japoneses, norcoreanos, vietnamitas, cubanos, afganos, iraquíes, iraníes, sirios, musulmanes, a los de Isis, incluso a los mexicanos recientemente, calificándolos de los “malos, diabólicos, perversos”, cuando conviene al interés político-mercantil de la pequeña pandilla internacional que manda en esta parte de occidente.

Pero lo mismo hacen los amos de otros epicentros de poder en el mundo: siembran previamente resentimientos a sus pueblos en contra de sus enemigos, y a través de sus propios medios de comunicación masiva.

Siempre obrará mal el poderosos que engaña a sus congéneres para excitar a la guerra, y por ende a la muerte. Tan malo el Trump como el Kim, al envenenar irresponsablemente a sus respectivas poblaciones con el rencor y el miedo contra otras naciones y otros hombres.

Si el pueblo de los EU hiciera entender al presidente Trump que ganarían más si en lugar de lanzar bombas que cuestan miles de millones de dólares, y que matan, mandara técnicas para producir alimentos, medicinas, y vivienda, para la vida; incluso, reafirmarían con ese proceder su liderazgo mundial.

Cuando el pueblo de Corea esté unido y no dividido en dos, empleará ese gran potencial en fuerza para la paz, con desarrollo.

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