Títeres de Washington

Humberto Musacchio

Alguna vez México tuvo una política exterior propia, echó mano de la Doctrina Estrada y levantó los principios de no intervención y autodeterminación de los pueblos para capotear la infaltable presión del vecino del norte, empeñado en hacer de sus amigos meros sirvientes.

La Doctrina Estrada servía lo mismo para un barrido que para un fregado y nuestra cancillería se valía de su ambigüedad a modo de paraguas. La no intervención y el respeto a la autodeterminación permitieron cierto margen de maniobra al amparo de una retórica internacionalista a veces nebulosa, pues se trataba de decir no y que pareciera que sí.

Pero todo eso pasó a mejor vida con Ernesto Zedillo, el inepto y entreguista burócrata que llegó a presidente gracias al asesinato de Luis Donaldo Colosio. Los dos sexenios panistas ahondaron el gran viraje a la derecha, primero con el vergonzoso activismo de Jorge G. Castañeda en contra de Cuba y luego, ya sin tapujos, con Felipe Calderón, quien se asumió como una especie de marshall de Washington en tierra azteca, al costo de cien mil vidas mexicanas.

Por supuesto, los tiempos de una política exterior propia no excluyeron actos penosos, como ocurrió durante el sexenio alemanista, cuando se apoyó a trasmano la intervención estadounidense en Corea, o ya en los días del guatemalteco Adolfo López Mateos en que el representante mexicano en la reunión de cancilleres de Punta del Este aportó la coartada que necesitaba Washington para aislar a la Cuba socialista: la presunta incompatibilidad del marxismo-leninismo con la democracia occidental. Ese fue el enunciado, palabras más palabras menos.

Pese al insolidario desliz, cabe a México el honor de haber mantenido los nexos con La Habana cuando todos los gobiernos latinoamericanos rompieron relaciones con la Cuba castrista, actuando con unanimidad propia de títeres, no de naciones independientes.

Cabe recordar todo esto hoy, cuando el gobierno mexicano ha optado por fungir como mero peón del imperio para combatir y aislar a Venezuela, un país convulsionado, pero donde toca a los propios venezolanos resolver sus diferencias.

El papelazo del gobierno mexicano y quien lo encabeza, las miserias del canciller de paja y el asumirse como simples repetidores de las consignas dictadas por Washington están causando un daño gravísimo a la soberanía mexicana, a lo que resta de ella. Pero es explicable: cuando no se cuenta con base social propia, interna, los gobiernos que están en esa tesitura buscan el amparo de un Estado más fuerte para convertirse en sus lacayos. Así de simple.

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