Entrevista con Liliana Blum/Autora de El monstruo pentápodo

Eve Gil

Aunque algunos creen a Liliana Blum una autora debutante, lo cierto es que lleva muchos años puliendo su escritura, hasta graduarse como uno de los autores más originales y cautivadores de la literatura mexicana con la novela Pandora, y redoblando la hazaña con su más reciente y controversial novela El monstruo pentápodo donde se atreve a tocar el escabroso asunto de la pedofilia y la pederastia:

“Recurrí totalmente a mis propios miedos —prosigue la también autora de magníficos relatos, compilados en diversas publicaciones—. Cuando mis hijos eran pequeños, yo tenía pesadillas con regular frecuencia: que los perdía o alguien me los robaba. No puedo imaginarme algo peor que perder a un hijo y no saber qué sucedió con él. Es mucho peor incluso que una muerte, porque al menos queda la certeza de que el hijo ya no sufre. La incertidumbre de Susana, la mamá de Cinthia es voraz: ¿la robaron para sacarle los órganos, para prostituirla en una red de trata de blancas, o para el solaz de un depravado sexual?”

No obstante lo anterior, Liliana narra no solo desde la perspectiva de la madre de la niña plagiada, sino también —y principalmente— de la de Raymundo, un hombre en apariencia inofensivo y amable, pederasta en activo que procura inútilmente no ceder ante sus impulsos —lo ha hecho dos veces, la segunda con fatales consecuencias para la víctima— hasta que se topa con una hermosa niñita en patines llamada Cinthia.

Liliana Blum

 

El pedófilo no es consciente

“Nunca me he encariñado con mis propios personajes, pero sí me he enamorado de los ajenos —aclara la autora cuando le pregunto si, pese a todo, experimentó algo de piedad o empatía hacia Raymundo y Aimee, su cómplice—. Intento tratarlos con imparcialidad, tanto a los abominables como a las víctimas o las heroínas: les doy cualidades humanas, chance de equivocarse y cometer errores, pero también de recapacitar. Aún los más terribles, como Raymundo, tienen sus propias motivaciones que los mueven a actuar de cierta manera: yo quiero mostrar esos mecanismos internos para que el lector pueda entenderlos también”.

Respecto a su investigación realizada en torno a la pedofilia, señala Liliana:

“Hay diferentes posturas en torno a la pedofilia como enfermedad mental. Tendemos a patologizar aquello que no entendemos. Por increíble que parezca, no fue hasta 1987 que la homosexualidad dejó de ser clasificada como una enfermedad por las asociaciones de psiquiatría de Estados Unidos. Durante décadas se utilizaron crueles terapias de aversión estilo La naranja mecánica para «curar» a personas con esta orientación. Mi teoría personal es que las personas que sienten atracción sexual por niños o pubertos (porque cada pedófilo tiene muy definido su rango de edad predilecto) nacieron de esta manera. No se trata de una decisión consciente. Lo que sí creo es que muchos pedófilos están conscientes de que su deseo supone una acción criminal y daña al objeto de su deseo permanentemente, así que suprimen su deseo a costa de vivir frustrados toda su vida. Pero también los hay que deciden actuar y saciarse. Y aunque pedófilos como Raymundo son los que hacen noticia, la triste realidad es que son una especie muy rara comparada con los miles de casos de pedofilia que se dan al interior de las familias, o a manos de curas católicos o redes de pedofilia tolerada, como es el caso de los niños en Acapulco, cosa que las autoridades no ignoran”.

Un rasgo que El monstruo pentápodo tiene en común con Pandora, es un personaje con un defecto físico llamativo, la obesidad mórbida en el caso de aquella… aquí tenemos a Aimee, la “prometida” de Raymundo, una adulta con la estatura de una niña de siete años.

“Los enanos, así como las personas mórbidamente obesas —dice Liliana—, son seres humanos que intentan llevar sus vidas con la mayor normalidad posible, pero  el resto de la sociedad no les permite olvidar que su aspecto es diferente. Salirse de la «norma» supone un precio muy demasiado caro: ser tratado como un monstruo. Tendemos a olvidar que tienen sentimientos, deseos, que se duelen: yo quería darle una voz a esos seres marginados que han sufrido tanto a manos de la «sociedad normal» y que están dispuestos a hacer cosas extremas precisamente porque consideran que no tienen qué perder… o temen perder al único ser que ha mostrado amor e interés en ellos”.

 

El mundo real no es novelable

Cuando pregunto a Liliana si alguna escena de la novela estuvo a punto de hacerla retroceder, la respuesta es casi obvia:

“La escena de la violación de la niña me resultó muy difícil de escribir. Tuve que parar muchas veces y de hecho me tomó varios días completarla. Luego, en la revisión, fue todavía más difícil: no podía creer que yo misma hubiera escrito aquello. Es repugnante, es terrible y, sin embargo, es una escena que necesita estar en la novela. Cuando un niño es violado por un familiar, le sucede lo que a Cinthia: tiene que convivir con su violador, saludarlo, fingir que no pasa nada porque en la mayoría de los casos sus padres o no le creen, o prefieren no actuar en consecuencia”.

Y continúa Liliana: “Si alguien se sigue sintiendo exactamente igual después de leer una obra literaria, algo falló por allí. Lo que en la vida real sería lo ideal, en ficción se traduce en aburrimiento. Es mi teoría personal que la novela se nutre del conflicto, de personajes imperfectos que desean cosas. Si quisiera mostrar el mundo tal cual debería de ser, no escribiría novela”.

Liliana Blum nació en Durango en 1974 y El monstruo pentápodo lo publicó Tusquets, México, 2017.

 

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