Ante las elecciones de 2018

Alfredo Ríos Camarena

Partidos y dirigentes, frente a la contienda del 2018, andan en busca de un plan nacional que pueda convencer al electorado, en esta época en que las ideologías parecen haber desaparecido de la vida nacional; levantan la lámpara de Diógenes, pero no aciertan a discernir sobre temas fundamentales.

La esencia de los sistemas económicos se localiza en un tema poco tratado que es la planeación del desarrollo nacional.

En efecto, el carácter planificador define el tipo de sistema que va a responder a las preguntas que el profesor Paul Samuelson considera esenciales en la ciencia económica: ¿qué producir?, ¿cómo producir? y ¿para quién producir?

Para resolver estas preguntas existen, en principio, dos respuestas que obedecen a Sistemas jurídicos, políticos y sociales distintos:

1) En los países socialistas el carácter de la planeación es de orden compulsivo, esto es, el desarrollo de las fuerzas productivas de los objetivos sociales establecen que “se debe producir lo que señale el órgano central planificador”.

2) En los países capitalistas, el qué producir está en la definición que toma el mercado, según la oferta y la demanda; el cómo producir también se relaciona con el desarrollo tecnológico; y, para quién producir, será para quien tenga los votos monetarios.

En países como el nuestro —con una teleología constitucional cuya pretensión es crear un Estado social de derecho o de bienestar, en el marco del sistema económico capitalista keynesiano— la planeación democrática juega un papel fundamental, pues genera un vínculo estructural para el ejercicio de las políticas públicas. Es decir, la construcción de un proyecto nacional que se realiza anualmente con el ejercicio del Presupuesto de Egresos de la Federación que en el papel es facultad exclusiva de la Cámara de Diputados, pero en la realidad, tanto el Plan Nacional de Desarrollo como el Presupuesto de Egresos de la Federación, se determinan desde la Secretaría de Haciend. Por eso, cualquier programa de gobierno que pretendamos exponer a la sociedad en las próximas elecciones presidenciales de 2018, tiene que tocar, necesariamente, el carácter de la planeación y de quién debe ejercerla.

En el gasto público reside la verdadera programación del Estado mexicano y, actualmente, está supeditado por el Poder Ejecutivo. En efecto, el gasto público tiene dos cajones que son prácticamente invisibles para la sociedad: el gasto no programable y el gasto programable. En el primero se localizan todos los compromisos financieros, desde donde se ejerce la influencia externa de la economía neoliberal y permanece intocada la relación subordinada que emana de los organismos financieros internacionales como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial. En el segundo, sólo se repiten las necesidades del gasto corriente y no da margen a una auténtica acción del Estado como rector de la economía del desarrollo, como lo establece el artículo 25 constitucional.

Se hace urgente la reforma al artículo 26 constitucional y a la Ley de Planeación, relativa al Sistema de Planeación Nacional; sin estas modificaciones no se puede hablar de un auténtico plan de gobierno para el 2018.

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