Felipe Garrido

Dijo Antonio Alatorre, en una mesa redonda sobre cómo puede mejorarse la educación: Me eduqué en una escuela porfiriana completamente laica y extraordinariamente eficaz, como pude comprobarlo al seguir mi educación aquí en México. Mis compañeros, de distintos estados, no habían tenido una primaria tan buena como yo. Ninguno había estudiado álgebra; ninguno sabía solfear; no tenían mis conocimientos de gramática, mi práctica en la lectura y en la escritura ni mi buena ortografía. Si esto me lo dio la escuela de un pueblo perdido en el mapa, que ni siquiera tenía carretera a Guadalajara, la solución es fácil: basta imitar al Autlán de aquellos años y ponerles a los muchachos unos profesores tan buenos, tan conscientes de su papel, como la señorita Cuca y la señorita Magdalena, y al frente de cada escuela una directora como María Mares. En mi casa, en Autlán, había libros que mis hermanos y yo leíamos, como Genoveva de Brabante, Robinson Crusoe y la María de Jorge Isaacs. Pero fue la escuela la que más me sirvió. La primera hora, todos los días, era de lectura en voz alta; y dos o tres veces por semana escribíamos algo, a veces sobre un tema señalado por la maestra, y a veces con tema libre (que era lo que más nos gustaba).

Digo yo: Aquellas señoritas Cuca y Magdalena, aquella directora María Mares con quienes estudió Alatorre, y el propio Alatorre, ¿de dónde sacaron todo lo que sabían y transmitieron a sus alumnos? ¿Dónde aprendieron la infinidad de cosas que llegaron a saber? Lo aprendieron leyendo Genoveva de Brabante y Robinson Crusoe y María, y esos miles de libros que siguieron leyendo a lo largo de sus vidas, incluidos los de texto —bien leídos; no para pasar exámenes, sino para aprender—. La solución de nuestros problemas educativos, como dijo Alatorre, es sencilla: necesitamos profesores enamorados de la lectura y la escritura y las matemáticas. Los maestros son la pieza clave del engranaje educativo. La calidad de la educación depende de la calidad de los maestros.

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