Entrevista con Rius

Alejandro Alvarado

Con la expresión “este país ya no tiene remedio”, Eduardo del Río, mejor conocido como Rius, se suma a los millones de mexicanos que desde hace años ya no viven esperando que el gobierno llegue a salvarlos, sino como les da la gana o como pueden, más bien; pero sin esperar cambios en el gobierno. “Yo me sumo a esos millones de mexicanos y mexicanas que están resignados a que este país nunca va a cambiar. En México existen dos problemas de difícil, si no es que de imposible solución”, asegura el autor de La Truculenta Historia del Capitalismo: “El rechazo de la mayoría de mexicanos con respecto a los indígenas. Una raza ignorada, a pesar de que ella es la raíz de nuestra esencia. Sólo nos acordamos de los indígenas cuando nos representan en el extranjero en una exposición de arte mexicano y nos enorgullecemos de lo chingones eran nuestros antepasados. Mientras no se resuelva el desprecio a los indígenas no vamos a progresar”.

—Su profesión de caricaturista y sus críticas al sistema ¿en qué términos mantienen su relación con el gobierno?

—Los caricaturistas estamos muy contentos con nuestra profesión, porque esta es, en realidad, privilegiada. En qué otra puede uno burlar abierta e impunemente al presidente de la República. En qué otra puede uno pitorrearse alegremente de los reyes y de las reinas, de los diputados, de los senadores y de los políticos; de los curas y hasta del Papa. Cuantas caricaturas le hemos hecho al Papa, no me refiero al actual, dado que él parece que está hecho de otra manera. Helguera, El Fisgón y yo nos cansamos de caricaturizarlo y nunca nos mandó un batallón de angelitos para que nos zurraran encima. La caricatura es una profesión en la que podemos darnos ese lujo. Me decía una vez Badillo, un viejo compañero de profesión con el que empezamos a cambiar un poquito la caricatura en México, que los moneros nos burlamos de la sociedad y la sociedad nos paga por eso. Para ejercer nuestra profesión no se necesita graduarse en ninguna escuela. Yo únicamente tengo como constancia de estudios la de quinto año de primaria y, sin embargo, soy autor de más de cien libros, y han tratado de concederme el nombramiento de doctor Honoris Causa en universidades, a las cuales he rechazado airadamente, porque qué clase de universidad es una que ofrece un doctorado Honoris Causa a alguien como yo. No creo que sea una universidad seria.

Recuerda Rius cuando Naranjo, Helio Flores, Abel Quezada y él iniciaron la revista La garrapata; la cual, por cierto, él considera que “es la mejor que se ha publicado en este país, con el perdón de las otras revistas de moneros que existen. En La garrapata sabíamos que nos enfrentaríamos con nuestro trabajo con el gobierno. Sabíamos de qué manera se comportan en México los gobernantes con los críticos. El maestro Renato Leduc, con quien llevé una buena amistad, me dijo: “Joven Rius, en esta profesión sólo hay dos cosas: o te pegan o te pagan y tú tienes que escoger lo que prefieres”. ¡Y yo de pendejo escogí que me pagaran! (risas), perdón, me equivoque por una letra. Creamos La garrapata en la época que (Gustavo) Díaz Ordaz fue presidente. Dábamos batalla en pleno sesenta y ocho. Arriesgábamos realmente el pellejo porque ya conocíamos de qué talla era el Sr. Díaz Ordaz”.

—¿Qué efecto provoca una buena caricatura en la sociedad?

—Quizá mi respuesta va a desilusionar a muchas personas que la lean; pero la caricatura no tiene ese poder que le atribuyen. Si nosotros fuéramos tan peligrosos ya nos hubieran fusilado a todos. Yo nunca he sabido que una caricatura política, la más fuerte que puedan imaginarse, cuya autoría sea del monero más relevante, haya servido para cambiar, un poquito, la manera de gobernar de un presidente. A mí me secuestraron y trataron de desaparecerme, no por las caricaturas que hacía de los políticos en La garrapata o en otros medios, sino porque yo estaba en unas fichas que había elaborado Luis Echeverría Álvarez, donde estaba incluida toda la gente que debería desaparecerse. A mí me consideraban, ¡imagínese!, como uno de los autores intelectuales del movimiento del sesenta y ocho. Me ponían a la par con el maestro José Revueltas, y me decían los agentes que me detuvieron: “A usted no podemos detenerlo porque la gente se levanta en armas. Usted y José Revueltas son los que han estado moviendo todo este ‘rebundio’ del sesenta y ocho. A usted nada más lo vamos a desaparecer”. No crea que la caricatura es tan poderosa, tan fuerte. Aunque se burle uno de los funcionarios que no funcionan o de los que se roban el erario, no podemos cambiar nada de lo malo que sucede en México. En otro país ya varios gobiernos hubieran caído, con las denuncias, por ejemplo, de la Casa Blanca que se mandó construir Enrique Peña Nieto. En México el papel de los funcionarios con respecto a la prensa es el que una vez expuso claramente Salinas de Gortari: ni los veo ni los oigo. En resumen, este comportamiento de las autoridades para con la prensa les sirve para justificar, para decir, que en México hay libertad de prensa. Aunque quiero aclarar que yo estoy seguro de que los funcionarios ni siquiera leen los periódicos. Sé, por buena fuente, que al presidente de la República le entregan todos los días un compendio, súper resumido, de todo lo que está pasando en México y en el mundo, pero no creo que le hagan ver las caricaturas. Sería una locura esperar eso. Es triste llegar a estas conclusiones, pero en el transcurso de sesenta años que yo llevo haciendo caricaturas nunca he sabido que un cartón mío haya servido para cambiar una decisión o para tomar otra postura frente a un problema. Las caricaturas que hemos hecho desde hace cuarenta años no han servido de nada porque los problemas siguen siendo los mismos. No nos vean a los caricaturistas como los salvadores de este país, porque no lo somos.

—¿Cuál es la función de un caricaturista, entonces?

— El trabajo de un caricaturista debe estar dirigido a crear conciencia en la gente, no a cambiar a los gobernantes. No pensar que el presidente o el secretario de Educación van a tomar en cuenta el libro que he hecho sobre la reforma educativa. Estoy convencido, y esa es mi creencia, que la caricatura sirve, únicamente, un poquito, para tratar de crear conciencia entre quienes nos leen. Lamentablemente vivimos en un país donde casi nadie lee. La mayoría de personas se preocupa, eso sí, por saber los resultados del futbol y por enterarse a diario de los programas de la televisión. Pero sólo se preocupan por leer cosas serias los que ya están convencidos de que el trabajo de un caricaturista tiene sólo alcance hasta ciertos niveles.

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