Carlos Santibáñez Andonegui

Conocedora de los secretos del arte de amar, de los nexos entre el amor mundano y el divino, una de sus antologías de poesía erótica lleva por título: Poesía del siguiente orgasmo (Amarillo Editores, 2010).

No la satisface como a tantas autoras el lado bonitoide. En ocasiones se pelea con el guión que nos quieren imponer por pauta poética: “Rolero sarcástico:/ el cosmo de tu inspiración/ se domestica”.

Maya Lima: despojarse de máscaras, no cejará hasta descubrir por sí misma, que hay formas en el arte, que se proponen para ser seguidas y ante ellas el problema consiste en obedecer o no. Su problema no es distinguir entre verdadero y falso. Con quien mejor se comunica ella, que es a una misma su mejor lector —lector ad hoc como diría Alfonso Reyes—, es con quien comparte su desobediencia: “Yo no te amo/ te atrapo, te asfixio/ te mato”. Tampoco ejerce la transgresión de los renegados: dejémoslo en desobediencia.

No pretende hacer tabula rasa, le basta con estacionarse al lado de los suyos y gozar, se llama gozar. Otra de sus antologías lleva el nombre de: Garage 69. (Cascada de palabras, Cartonera, 2010).

Lo mejor no ha llegado, si había algo de poesía se quemó, la realidad se lo fumó y la poeta lo registra en un montón de cigarros cargados que no son sino: “cerro de cenizas,/ recuerdo de momentos/ cuando se queman cuerpos/ en hoguera funeraria”. En poetas así, desobedientes pero llenas de fe, el no retorno es una pista falsa, que se recupera en el alivio de lo que vendrá. Antes de entrar en una “pérdida de aura”, escribe poemas “con olor de polvareda”, va detrás de la “señal rojiza” con la que se marcó la entrada al infierno, y entonces crea Gerontofilia de una reina (Pinos alados), lección del verdadero arte de amar, permeada de travesura: “Estoy aquí para prevenir a tu piel/ que conserve la elasticidad… No puedo pedirte que me ames,/ sólo quiero mostrarte/ el mapa que vive entre tus piernas”. Obra que pertenece al tipo de poesía o literatura hecha por mujeres que válidamente escudriñan lo que es ser mujer, de frente y sin complejos que conduzcan a la autocompasión, la victimización o el desprecio fatal hacia otro sexo. Invitación a penetrar en el significado de ser mujer y estar en el mundo. Lo que yo llamo una mujer para enseñarse, no para ensañarse.

“Poema cárnico”, contiene la semilla de la transgresión, no como en Bataille, sino algo no tan lucrativo: que a fin de cuentas la muerte no existe, amar la vida es amar todo: la vida y la muerte. Veamos cómo lo dice Maya Lima: “desmembrado, engullido,/ regresas a mi vientre”.

La naturaleza, la energía total es la única mujer que nos quita todo, para darnos todo.

Por ella se accede a formas de conocimiento no acartonadas, como es precisamente, el ser mujer. Hay como una dorada reticencia, como si se atuvieran a que uno es adivino, tantos significados dejan colgando en el tintero, esperando aquí sí de modo ingenuo, que el hombre lo adivine todo.

Una mujer es capaz de mentarle la madre a un hombre, queriendo hacerle en el fondo una sublime declaración de amor. Muchos van de obedientes a cumplir la condena, a condenarla a ella a través del despecho, en vez de arrostrar el riesgo y dejarse enseñar por ella en cuanto dice: “Vine para activarte el apetito”, y devolverle ese aprendizaje.

Ante la imposibilidad de probarlo se ha pasado a la inadmisibilidad: ya no se reconoce la superioridad de la mujer, se oponen ellas mismas, y no hay patente química que lo demuestre pero al menos se puede asumir esto como riqueza, pero aún ahí, el hombre suele sentir que da su brazo a torcer. Mas si te sabes barro que se resumirá en un rato y se irá con su música a otra parte, a otro barco ebrio, a otro nivel del infinito universo, entonces vibras con la poesía de una mujer que te dice: “Deseo ser la enfermera de tus últimas horas”.

Despierto y canto, escribe Maya Lima y tales son, en efecto, dos de las cosas primordiales que la poesía enseña a hacer. Hacer poesía es una forma de despertar, de enseñarse a despertar. Tal vez el mundo de la poesía es el mundo futuro. En el que la gente de fe espera despertar. Para poetas que guardan fe, el estilo siempre tendrá un telón que parece decir: “lo mejor está por llegar”.

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