Juan Antonio Rosado

En las obras de arte literarias, no sólo es esencial el estrato fonético-fonológico y la selección de cada palabra, sino también la sugestión visual de las imágenes y los efectos sinestésicos que se logran con los muchos recursos descriptivos. No tienen que ser siempre imágenes visuales objetivas, miméticas o precisas, con un contorno “real”. Eso dependerá de las intensiones del autor, de los efectos o mensaje que desee transmitir. Describir siempre es delinear o dibujar cualquier objeto, con el fin de proporcionar una idea clara de lo que es, pero también es definir cualquier cosa. Para ello, resulta necesario presentar una idea de sus partes y propiedades. Describir sabores, texturas, sensaciones, sentimientos, ambientes, atmósferas, lugares, épocas, puede implicar su ubicación en el espacio, y también su modificación mediante adjetivos. Todo, incluidos los conceptos, puede describirse. Cuando lo hacemos mucho, parece que el tiempo se detiene, puesto que nos concentramos más en el eje espacial, que implica enumeración: se presenta el objeto y se lo caracteriza. Enumeración y adjetivación son operaciones básicas, pero no las únicas para lograr la visibilización. Sólo con ellas no necesariamente encarna o cobra vida un objeto, y en una narración pienso que es importante dosificar las descripciones, ya que ni en la vida real conocemos un objeto completo, sino que se nos va presentando de modo fragmentado, poco a poco, a lo largo del tiempo. Esto es más claro si pensamos en personas o personajes.

En cuanto a las intenciones, pueden ser desde representar fielmente el objeto hasta distorsionarlo mediante la hipérbole. En El entierro del conde de Orgaz, de El Greco, o en la pintura de Goya, las figuras se distorsionan. En literatura, Francisco de Quevedo recurre a dicha distorsión. En uno de sus famosos poemas, por ejemplo, dice “Érase un hombre a una nariz pegado”. Se refiere a una nariz superlativa y todo se concentra en ella con la intención de satirizar a Luis de Góngora. Tiempo después, Ramón del Valle-Inclán, influido por el expresionismo alemán, creará sus “esperpentos”. En la obra de Valle, el héroe clásico se contempla en un espejo cóncavo y se distorsiona, se vuelve grotesco. Lo dice explícitamente en Luces de bohemia.

Antes, en la película El gabinete del doctor Caligari (1920), hallamos la distorsión: el hombre reducido a máscara o animalizado. Hay imágenes fantasmales.

Algunas narraciones, al establecer ciertas imágenes violentas o grotescas, diagnostican una situación crítica, metafísica o sicológica. A todo esto nos referimos con sugestión visual de las imágenes. Ellas, al penetrar en el ámbito literario, son también susceptibles de interpretación: se vuelven símbolos. Hay unos muy claros, que pertenecen a tal o cual tradición mitológica, religiosa o literaria, pero hay otros muy personales o sencillamente polisémicos, susceptibles de interpretarse de múltiples maneras. Un ejemplo: en La montaña sagrada, película de Jodorowski, existe una impresionante cantidad de símbolos e imágenes sugerentes, insertadas en una narración, en una historia muy clara. Hay ocasiones en que, incluso si la imagen es nítida o muy clara, exige una interpretación por el contexto en que se halla. Como animales simbólicos, los seres humanos no hacemos sino interpretar: encontrar sentidos indirectos a las cosas, pero todo parte de la experiencia sensorial.

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