Felipe Garrido

Para muchos intelectuales, maestros, periodistas, escritores leer y escribir son actos tan naturales, automáticos, cotidianos, que se vuelven invisibles. Se olvida que son patrimonio de muy pocos. El asunto se agrava en los países donde el nivel educativo está muy por debajo del que hace falta para detonar los procesos de desarrollo, como México. Nuestras escuelas forman cuatro lectores autónomos —gente para la cual la lectura y la escritura por interés personal son prácticas cotidianas— por cada 35 alfabetos no lectores —gente que lee y escribe todos los días para trabajar, estudiar e informarse, pero nunca por el gusto de hacerlo, y que, por lo tanto, no alcanza a entender lo que lee—. El asunto es grave. En los últimos quince o veinte años se fue haciendo tan evidente que muchos alumnos de primer ingreso a las instituciones de educación superior no comprenden lo que leen, ni pueden hacer un resumen, ni escribir clara y correctamente, que ha sido necesario prestarle atención. Hoy, muchas universidades y otros centros de estudios superiores trabajan sobre la comprensión de la lectura y cuentan con asignaturas de redacción y con programas de estímulo a la lectura y la escritura. Es un remedio desesperado. Junto con las matemáticas, leer y escribir tendría que ser el propósito fundamental de la educación básica.

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