BERNARDO GONZÁLEZ SOLANO

Mientras se aclara la incógnita, lo seguro es que el domingo 7 de mayo se disputarán el ballotage (balotaje) el joven centrista Emmanuel Macron (39 años de edad), y la ultraderechista Marine Le Pen (49 años), para dilucidar cuál de los dos será el próximo mandatario de la V República Francesa durante el siguiente quinquenio (2017-2022). El domingo 23 de abril, los votantes de Francia llevaron a cabo la primera vuelta de las elecciones presidenciales, en las que tuvo el primer lugar el antiguo ministro de Economía y Finanzas  del gobierno de François Hollande, con el 23.86% de los votos –un millón de papeletas de diferencia–, ganando por dos puntos y medio a la dirigente del Frente Nacional, Le Pen, que obtuvo 21.43%. En esta ocasión las casas encuestadoras no se equivocaron, habían pronosticado un final apretado. Tal cual.

Aunque para la segunda y última ronda de votación las casas especializadas pregonan que Macron será el triunfador, las apuestas no están cargadas, pero el apoyo que se apresuraron a brindarle dos de los competidores derrotados (el conservador François Fillon y el socialista en el poder, Benoi Hamon), fortifican sus posibilidades  de ser el sucesor de Hollande en el palacio del Elíseo. A su vez, otro de los ex aspirantes presidenciales, el militante de extrema izquierda Jean-Luc Mélenchon, no quiso, después de conocer los resultados, dar consignas a sus seguidores  sobre el voto  en el balotaje: “Cada uno sabe cuál es su deber”, afirmó. La difícil sucesión –también pronosticada por los organismos electorales–, parece descartar la amenaza que representa la eventual llegada de la extrema derecha al poder, posibilidad que ha mantenido a vilo al Viejo Continente, sobre todo después de la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea (Brexit) y el triunfo del derechista republicano, Donald Trump, en Estados Unidos de América (EUA).

Mientras se dilucida el asunto, los resultados del domingo 23 de abril fueron “revolucionarios” pues echaron por tierra el viejo sistema político de alternancias entre los gaullistas y socialistas. Emmanuel Macron era desconocido hace dos años y su partido, En Marche!, apenas lo fundó hace un año, en abril de 2016. Así, Francia arriba a una época nueva y quizá convulsa. Dado el caso, si Macron gana la presidencia forzosamente tendrá que formar una mayoría parlamentaria y no es fácil que En Marche!, apenas con trece meses de vida, pueda reunir los necesarios diputados y senadores. En tal condición, los dos grandes partidos de la V República se verían obligados a cooperar con el presidente electo. Con los resultados en la mano, el domingo 23 de abril por la noche, el primer ministro, Bernard Cazeneuve y otros dirigentes de los viejos partidos, apelaron a los militantes de sus respectivas formaciones políticas a actuar con “espíritu republicano” en la segunda vuelta y sufragar a favor de Macron para cerrarle el paso e impedir la posible victoria del Frente Nacional y a su “campeona” Marine Le Pen.

El asunto preocupa a muchos, pues Le Pen logró, por primera vez en la historia, superar la antigua marca de 16.86% que alcanzó su progenitor, Jean-Marie Le Pen, fundador del FN, en las elecciones de 2002, aunque en el balotaje del mismo año perdió frente a Jacques Chirac por 82.2% contra 17.8%. Además, en la contienda presidencial pasada, en 2012, Marine logró 17.90% de la votación, situándola en el tercer lugar, después de François Hollande y Nicolás Sarkozy, lo que la eliminó de la segunda vuelta. Ahora, la historia es diferente. Marine, como Emmanuel están a un paso de alcanzar el poder. Y ahí está el quid de la cuestión. Parece que el FN sufre el síndrome del “techo de vidrio”. No puede ir más allá, pues ese límite traduce la desconfianza del electorado galo que lo califica como un partido xenófobo, racista, antimusulmán, anti europeo y anti-OTAN. Con todo esto, parece que los franceses no quieren transigir. Pero, en política, nunca se puede asegurar al cien por ciento, aunque las matemáticas electorales aseguren que Macron “tiene” el triunfo en la mano. Para el domingo 7 de mayo, la moneda está en el aire, y varios millones de electores “quieren” que Macron sea el sustituto, pero otros tantos millones desean lo mismo para Marine.

Carlos Siula, periodista francés, en su análisis “Macron, a las puertas del poder”, explica con claridad: “Más que el desenlace de la segunda vuelta, que en teoría está prácticamente definida, el gran desafío para Macron consistirá en extender el perímetro de su movimiento para asegurarse una confortable mayoría en las elecciones parlamentarias, previstas para el 11 y 18 de junio”.

La ausencia de mayoría parlamentaria –continúa Siula–, puede constituir una amenaza para el futuro presidente, pues lo obligará a recurrir a negociaciones permanentes y alianzas circunstanciales para imponer su programa de Gobierno, lo que significaría un regreso al sistema de la IV República.

En fin, dice, “para los otros partidos también constituye un desafío crucial porque la elección de 577 diputados –que se juega esencialmente a nivel local–, les puede permitir recuperar el impacto de la derrota de ayer (23 de abril) y mantener una fuerza capaz de influir en el próximo quinquenio”.

Las compañías demoscópicas no se equivocaron en esta ocasión, y descubrieron que el nuevo golden boy  de la política francesa supo hacerla de cero a cien en seis meses de campaña, llegó a la final y disputará el triunfo con la experimentada Marine Le Pen, que encabeza el Frente Nacional fundado por su padre, aunque en los últimos tiempos la relación entre ellos sea más que pésima. En el arca de Macron caben todos los franceses y en cierta forma remeda el trabajo que hizo Noé para llenar su arca, pero desgraciadamente no a todos los puede llevar a su campo de juego. En su discurso triunfal, la noche de los comicios, fue parco, casi frío, como si fuera una homilía dominical, sin olvidar sus compromisos para cambiar a Francia. Con su adversaria fue muy cortés, no mencionó a Marine Le Pen ni una sola vez.

De tal suerte, Macron se abrió paso en una “soberbia Francia” sumida en la crisis y el pesimismo. Su discurso sin florilegios sobre el futuro del país y de Europa sedujo a los electores en pleno auge de los populismos, los nacionalismos y la xenofobia. En otras palabras, la Francia que defiende Macron es una Francia moderna, reformista, abierta, multilateral. Otra de sus apuestas es crear una Europa unida de la defensa, para callarle la boca a Trump.

Emmanuel Macron nació en Amiens en 1977 en una familia de clase media. Muy joven, a los 16 años de edad, se enamoró de Brigitte Trogneux, su maestra de literatura y teatro, que era veinte años mayor que él. Historia de amor sin parangón. Ella era casada y tenía tres hijos. Se divorció para vivir con él y contrajeron nupcias hasta 2007. Claro que esta unión desató todo tipo de comentarios, hasta su supuesta homosexualidad que él mismo ha desmentido. Cursó la maestría en Filosofía en el liceo Henry IV. Banquero de negocios, no se considera ni de izquierda ni de derecha. Y a los 39 años puede ser el presidente más joven de Francia.

Por su parte, la probable llegada de Le Pen al Elíseo es tan amenazante para el futuro de Europa que la mayoría prefiere no pensar en ella ni hacer planes al respecto. Por improbable que esto parezca, los franceses y otros europeos sí deberían hacerlo. Como presidenta francesa, Marine podría dañar seriamente el proyecto europeo con las consecuencias mundiales que esto causaría. Se ha posicionado como la antítesis de Angela Merkel, y prometió abandonar el espacio Schengen de libre circulación y la eurozona. Respecto a la UE adelantó que imitaría los pasos de Gran Bretaña, incluyendo un referéndum sobre el acuerdo, Y si la Unión rechaza sus exigencias de reforma, promovería la salida de Francia, es decir, una “Franxit”.

El domingo 7 de mayo, sabremos la verdad. VALE.

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