Sara Rosalía

El Philadelphia Museum of Art y el Museo del Palacio de Bellas Artes son los responsables de una magna exposición titulada Pinta la Revolución: Arte moderno mexicano (1910-1950). A las primeras de cambio, nos aparece un Saturnino Herrán, quien con todo derecho, junto con Ramón López Velarde en la literatura, pueden simbolizar a la Revolución Mexicana. El mural, ahora transportable, de Herrán es Alegoría del trabajo, fechado precisamente en 1910. Es conocido que López Velarde escribe varios textos que describen cuadros de su amigo Saturnino Herrán, pero esta alegoría del pintor sugiere que, sin forzar demasiado el texto de “La suave patria”, bien podría interpretarse el poema de López Velarde como una alegoría de la patria en el año clave de 1921. (Anecdótico nada más que el poema emblemático de la revolución termine con la frase “¡la carreta alegórica de paja¡)” En esta muestra, además de Alegoría de la construcción, del mismo Saturnino Herrán, hay otras alegorías, la más evidente por “expresar lo abstracto”, “lo que está por definirse”, “lo que todavía no es visible”, como se ha dicho de la alegoría, es la de Tina Modotti: Canana, maíz y hoz (de alrededor de 1927). Si la alegoría es una forma propia de la Revolución Mexicana, las formas neoclásicas acompañan a los movimientos insurgentes, como ocurre en la Revolución francesa, la Independencia mexicana y tardíamente a la Revolución Rusa, ya que al primer momento vanguardista (futurismo, suprematismo, arte abstracto, constructivismo) sigue el realismo social.

Después del Saturnino Herrán, que en estas alegorías muestra su notable influencia en forma y fondo sobre Diego Rivera, aparece uno de los cuadros más famosos de Francisco Goitia: Paisaje de Zacatecas con ahorcados (1914). Alfredo Ramos Martínez está representado nada menos que con Trajinera con flores. Pero este artista, merece párrafo aparte.

Como se recordará, Ramos Martínez fue el director y creador de las Escuelas de Pintura al Aire Libre, educación artística que, junto con el muralismo, son los proyectos más importantes de la Revolución Mexicana. Lo que caracterizó a estas escuelas fue su ausencia de imposiciones, su libertad podríamos decir casi absoluta, pues no exigía una forma determinada, ni siquiera la obligación de pintar. De ahí surgen artistas de la talla de Fermín Revueltas, Alva de la Canal, Leopoldo Méndez, Gabriel Fernández Ledesma, Fernando Leal y hasta Siqueiros que estuvo por ahí un rato. Alfredo Ramos Martínez sugirió que, al modo impresionista, los artistas observaran a su alrededor, y lo que miraron fueron paisajes rurales y rostros indígenas, pues las escuelas estaban situadas, en Santa Anita, (Iztapalapa), Chimalistac (Coyoacán), Churubusco, Xochimilco, Tlalpan y la Villa de Guadalupe. Otro aspecto fundamental es que entre las huestes de las más tardías de las escuelas al aire libre, no como modelos sino como creadores, se contaban jóvenes mujeres de clase media y niños indígenas. Dicen, los que saben, que los colores brillantes de las Escuelas al aire libre provienen de los niños.

Ramos Martínez, y esto ya tiene que ver con la exposición que se está comentando, vivió, primero, en París, donde convivió con los postimpresionistas, (y conoció a Rubén Darío), luego, en 1913, como Director de la Academia Nacional de Bellas Artes, impulsa las Escuelas de Pintura al Aire Libre, pero en 1930, por razones de salud, se va a vivir a California, en los Estados Unidos, donde muere en 1946. De algún modo este pintor es el eje de la exposición, porque la intención del Museo de Filadelfia y el de Bellas Artes de aquí, fue ilustrar, lo que es muy oportuno en este momento de tensión, las relaciones entre los pintores mexicanos y los Estados Unidos. Y de los nuestros, creo que Ramos Martínez es el que más años vivió en el vecino país. Por cierto, si bien Ramos Martínez tuvo que abandonar México, sus temas siguieron siendo nacionales, aquí se exhibe su Zapatistas (de alrededor de 1932) que con su juego de planos de sombreros, unas carabinas y unos cuantos rostros, es, quizás, la imagen de la Revolución Mexicana.

El ícono de este movimiento es, sin duda, Emiliano Zapata, en esta muestra está La muerte de Zapata, (1933) de Luis Arenal, quien fue cuñado de Siqueiros, y Retrato de Emiliano Zapata, de Xavier Guerrero, quien murió en Nueva York, en 1974. También hay obra de Miguel Covarrubias, quien se avecindó y alcanzó fama en el vecino país.

Nahui Ollin (Carmen Mondragón) aparece en una imagen futurista del Dr. Atl, el mismo que la bautizó con este nombre náhuatl. Además de las fotos de Tina Modotti, están otras Edward Weston (la Pirámide del Sol) y de Paul Strand.

Diego Rivera es el autor del retrato cubista de Martín Luis Guzmán, que ya se había dejado ver en el homenaje al escritor en el Museo de Arte Moderno. Los murales de Diego de la Secretaría de Educación Pública se reproducen y giran alrededor del espectador. Por su selección que proviene de los Estados Unidos, Diego se acerca mucho a los estridentistas pintando, más que a campesinos e indígenas, a obreros, por ejemplo, está su famoso boceto del primero de mayo en Moscú o Soldadura eléctrica, y la mayoría (sin perder su aire renacentista) en los estilos de Diego de Montparnasse, según la afortunada frase de Olivier Debroise. La música de fondo en la exposición es HP: Caballos de vapor, la obra vanguardista de Carlos Chávez, esta vez dirigida por Silvestre Revueltas, música que acompaña los diseños, vestuario y telón, que Rivera realizó para ese ballet. Todo cabe en el apartado de Diego de Montparnasse, pero no es el cubista excelente que conocemos, sino una especie de surrealismo nada onírico, sino de trazos firmes, perfectos. Deslumbrante. ¿Podría decirse que recuerdan a Diáguilev?

Dos cuadros de Frida Kahlo son, como todos los suyos, fuera de serie, Mi vestido colgado allí y otro de ella misma en la frontera de Estados Unidos y México agitando una banderita mexicana, que parece estar hecho ad hoc para estos días.

Varios Siqueiros. El nacimiento del fascismo (1934), y una con George Greshwin en concierto en que, entre otros, está el propio pintor sentado en la primera fila.

De Orozco destaca el Prometeo, que sirve de base al Prometeo de Pomona College, y no puede olvidarse que Justino Fernández llama a su libro dedicado a Orozco precisamente con este nombre: Prometeo.

Cuadros mexicanistas, el de Goitia que captura La Pirámide de Teotihuacan (entre 1917 y 1921), las Mujeres mayas (1926) de Roberto Montenegro e incluso caben aquí las estilizadas figuras de El Holocausto (1944), también de Montenegro.

Como complemento de la exposición, hay dos salitas con cine, de la época: La mujer del puerto (1933) de Arcady Boytler con Andrea Palma en su mejor papel; Vámonos con Pancho Villa (1935) de Fernando de Fuentes, basada en la novela homónima de Rafael F. Muñoz y con guion escrito por el director y Xavier Villaurrutia; Distinto amanecer (1943), de Julio Bracho, basada en una obra de Max Aub y guion del director y de Villaurrutia, la fotografía de Gabriel Figueroa, con Pedro Armendáriz y la gran Andrea Palma (hermana de Julio Bracho); A la sombra del puerto (1948) de Roberto Gavaldón, con Esther Fernández y David Silva. Otras muchas películas acompañaron esta muestra desde la Cineteca nacional y la Biblioteca México en la Ciudadela. La simple mención de las cintas recuerda que la referencia principal de esta muestra, no es la Revolución, sino el arte moderno.

Twitter Revista Siempre