Camilo José Cela Conde

Madrid.- En España al menos, se llama política de café a la que hacemos todos a diario cada vez que se nos ocurre dar una opinión acerca de asuntos de Estado muy complejos en términos de lo más sencillo, como si fuésemos unos expertos en casi todo lo que sucede en el planeta y, ante sus muchos problemas, tuviésemos en nuestra mano la solución. Mientras se toma el café por la mañana en el bar, o la cerveza de media tarde, se opina, cuando no se adoctrina, de la crisis de Corea del Norte con su escalada verbal de violencia, del proceso soberanista catalán enquistado y de la salida más o menos traumática del Reino Unido de la Unión Europea. En todos los casos, lo hacemos con la alegría que da el resumir asuntos llenos de matices y de aristas, o sea, una espiral de complicaciones, resumiendo la situación con un par de frases y aventurando las soluciones bajo la fórmula mágica de “lo que hay que hacer”.

La política de café hace poco daño, salvo para la imagen de uno mismo —que sale menos reforzada de lo que nos parece—, y contaba hasta hace poco con muy escaso eco porque las tertulias del barrio eran todo lo lejos que podía llegar. Hasta que apareció Internet y, de su mano, surgieron las redes sociales. La proliferación de las páginas de opinión gratuita —en todos los sentidos de la palabra—, las que se conocen hoy como blogs, y las herramientas de comentario instantáneo al estilo de Twitter logran multiplicar el eco de la política de café hasta extremos impensables. A costa de acentuar aún más las miserias de la opinión que no necesita de casi nada detrás, salvo auditorio. Quien era un ignorante antes de que surgieran las redes de redes lo continúa siendo ahora que éstas proliferan. Pero la difusión gigantesca de las frases vacías convierte en un arma de daño masivo lo que antes era pura banalidad. Con el añadido de que las matizaciones desaparecen por completo cuando hay que decir algo en 140 caracteres, el límite de un tuit para los mensajes de acceso generalizado.

cartas desde Europa

¿Hacen falta ejemplos? Demos uno, aunque sea en su versión traducida. Nada más anunciarse los fastos con los que Pyongpyang iba a celebrar no sé qué aniversario de su dinastía republicana, con el lanzamiento de un misil de largo alcance —al cabo fallido—, como principal alarde, Twitter hizo público el siguiente mensaje: “Corea del Norte está buscando problemas. Si China quiere ayudarnos, estupendo. Si no, ¡resolveremos los problemas sin ellos! EE UU”. Es una muestra excelente de lo que supone la capacidad de reducción a la trivialidad más absoluta de una cuestión llena de recovecos. La diferencia viene, en este caso, del autor de ese tuit que es, como se sabe, el propio presidente de los Estados Unidos. Pero eso no convierte la política de café en sesudo y comedido análisis geopolítico. La idiotez no gana peso con el eco; sólo se convierte en una idiotez convertida en enorme. El signo mismo de estos tiempos, vamos.

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