Boris Berenzon Gorn
La explicación de la conducta humana oscila entre dos extremos: el que define al devenir histórico como resultado de la acción de grupos de individuos, y el que valora en el nivel de la acción individual como potencia de cambio fundamental. Ambas exigen tomar en cuenta diferentes limitaciones, pues en un análisis más riguroso, pareciera ser que la dialéctica entre ambas es la que plantea posibilidades de comprensión del fenómeno histórico mucho más cuantiosas.
Todos los grupos sociales pueden descomponerse en individuos sujetos o personas y, por lo menos en principio, su actuación social puede verse como el resultado de la acción de individuos que persiguen metas. Esto no implica necesariamente auto-interés excepto en un sentido superficial, pues entre las metas que persiguen se encuentra, por ejemplo, el altruismo que bien podría identificarse con la cohesión de un grupo tan pequeño como una familia o tan grande como una tribu o nación. Simuladamente, la conducta altruista, si fuese vista exclusivamente desde un punto limitadamente individual, podría explicarse sencillamente en términos del deseo de pertenecer a un grupo u obtener su aprobación. En la teoría clásica de la decisión, esto se interpreta equivocadamente pensando en individuos que toman decisiones luchando por optimizar sus funciones utilitarias e incluyendo sus preferencias.
En el extremo contrario, el economista Gary Becker, por ejemplo, sostiene que “las suposiciones combinadas de la maximización del comportamiento, equilibrio de mercado y preferencias estables, usadas responsablemente, proveen un esquema unificado y valioso para el entendimiento del comportamiento humano”. Aunque podría resultar extremista, su posición general encuentra mucho apoyo. De la misma manera, el “paradigma estructural” se aplica a interpretaciones marxistas o neomarxistas del comportamiento histórico y está en gran medida restringido a las estructuras económicas. Esto es innecesariamente limitado. Podemos definir los resúmenes estructurales de un fenómeno social como aquéllos en que la toma de decisiones individual es menor y en donde las explicaciones requieren hacer referencia a las colectividades para poder explicar el comportamiento social. Así, por ejemplo, un recuento de la Revolución Industrial inglesa no se entendería como resultado de la acción de gente que ha decidido armar una revolución industrial, sino porque en diferentes ocasiones, la estructura habría hecho posible que ciertas decisiones tuvieran lugar o alcanzaran consecuencias que no hubieran ocurrido en momentos diferentes. Se arguye asimismo, que muchos descubrimientos técnicos inherentes a la modernidad habrían sido posibles en la Edad Media porque existía todo lo necesario para que fueran llevados al cabo; pero adolecieron de consecuencias prácticas. De ser así, asumiríamos que dadas tales estructuras las elecciones se dieron muy naturalmente y otras quedaron relegadas. Así, aunque varias decisiones pudieran ponerse en práctica en ciertas circunstancias, simplemente no se realizan sino hasta que las condiciones lo permiten.
Las explicaciones estructuralistas son diferentes a las explicaciones de la toma de decisiones individuales, pero asumo que no son necesariamente incompatibles. Se discute que aunque se toman decisiones, éstas podrían resultar típicamente triviales según el contexto en el que ocurren, dado que la situación general está más o menos determinada. Expliquemos con un ejemplo la necesaria dialéctica entre el poder de una decisión tomada en un nivel individual y las posibilidades contextuales de que tenga trascendencia. Un caso típico de sistema estructural que también implica decisiones es el modelo de mercado perfectamente competitivo; si bien podríamos explicar el comportamiento de los mercados en términos de los participantes individuales, resultaría trivial hacerlo, si no somos capaces de reconocer las determinantes de la dinámica económica mundial a la que responde.
Pensemos ahora, ¿fue Hitler responsable de la situación de Alemania en los años treinta? ¿Fue debido a sus decisiones individuales que la Segunda Guerra Mundial se desató en esa época (y no en otra) y de la forma en que lo hizo? Para aclarar esto podríamos presentar el caso contrario: “Si Hitler hubiera muerto de niño, la historia europea habría sido diferente”. Muchos comentarios acerca de esas aseveraciones sostienen que hasta cierto punto fue el cúmulo de decisiones que tomó lo que hizo que las cosas sucedieran de determinada manera. En su discusión clásica sobre los orígenes de la Segunda Guerra Mundial, A. J. P. Taylor y Hugh Trevor -Roper lo dan por hecho. Sin embargo, casi nadie estaría en desacuerdo con que Hitler requirió de amplias bases en que operar.
Considérense, de todos modos, las dos siguientes proposiciones. Primero, si Hitler mismo no hubiera existido, alguien más con las mismas actitudes y habilidades hubiera aparecido en las circunstancias de la Alemania de la primera posguerra. Aunque la personalidad del dictador fuera poco común, no era única. Esto no significa que el “Hitler sustituto” hubiera hecho exactamente las mismas cosas que hizo el conocido, pero en ese sentido, el mismo tipo de cosas hubiera sucedido, incluida una guerra europea. La segunda proposición es que de hecho Adolf tuvo poca libertad de movimiento y fue más o menos obligado a hacer lo que hizo para mantener su poder. Muchas otras personas hubieran querido ser el dictador de Alemania y probablemente lo hubieran sido si no hubiera acabado con ellas. De manera similar, hubieran seguido el mismo tipo de políticas que resultaron populares y obtuvieron la aprobación general. Así, dado el argumento, quien estuviera en el poder hubiera tenido que seguir más o menos las políticas que Hitler siguió o, como el hombre de negocios que no maximiza las ganancias, se hubiera encontrado fuera del juego.
Se nos revela de esta forma la importancia de las decisiones individuales dentro de un contexto estructural que las hace posibles y trascendentes. Es decir, la complejidad de la acción humana no puede ni reducirse ni restringirse al ámbito de alguno de los dos extremos; pues en la contingencia, si bien puede distinguirse al menos cierta tendencia a que las cosas ocurran, ésta siempre puede verse trastocada por acciones que son impredecibles en la esfera del comportamiento pulsional. Si trasladáramos esta problemática a la esfera de posibilidad de la crisis actual abriríamos diversas interrogantes: ¿Qué hizo posible la llegada al poder de Donald Trump? ¿Fue la personalidad del individuo lo que lo llevó a la presidencia? ¿O fue el grueso de los votantes el que decidió elegirlo como primer jefe de la nación? ¿En qué medida favoreció la estructura esa elección? ¿Cómo se puede explicar el papel de México en el contexto internacional? ¿En qué medida es el presidente de una nación responsable de los logros y fracasos de un gobierno? Dado que nos encontramos nuevamente en el área de la teoría probable, esto se vuelve un punto empírico que puede examinarse con el desarrollo de las ciencias sociales. Lo que queda claro es que no resulta pertinente simplificar el problema si de verdad queremos pensar en soluciones factibles. La dialéctica entre la acción y el espacio en que ésta tiene lugar es, en última instancia, el modelo más amplio al que podemos apelar para pensar la historia.