Cómo piensan, imaginan y reflexionan

Roberto García Bonilla

Ya lo sabemos: hoy se escribe más que nunca antes en la historia; esta afirmación la escribimos, la leemos con satisfacción o con resignación, eso depende de quién lee y de quién escribe; depende de lo que se escribe y, sobre todo, de cómo se escribe.

La explicación del hecho es ostensible: los medios a través de los que nos comunicamos, ahora, lo exigen: los mensajes en los teléfonos y las computadoras, además de los chats, son inevitables porque al parecer ya es muy difícil comunicarse sin tener —prácticamente la obligación— de hacerlo a través de las redes sociales.

Quienes se abstienen de usarlas se caracterizan por tener oficios y profesiones independientes, por completo, o sencillamente de estar al margen de la gigantesca burbuja de palabras sin reposo y, en más de un sentido, sin sustancia.

La información que circula en las redes sociales es circunstancial y, por ende, tiene una vida, breve… fugaz… Escribir, entonces, ya no es una práctica concentrada en unos cuantos; la escritura más que haberse democratizado se ha masificado a niveles literalmente incontrolables

Esta realidad ha repercutido en el cambio de paradigmas y de imaginarios alrededor de la definición y los atributos de un escritor; la misma noción de escribir y sus múltiples acepciones se transforman y es necesario matizar. Y para responder a la pregunta qué significa ser un escritor ahora, en México, habrá que precisar a qué tipo de escritores nos estamos refiriendo.

 

El papel de los blogs

Precisemos: no sólo nos referimos a la “persona que escribe”; a la “persona que escribe al dictado”; a la “persona que tiene el cargo de redactar la correspondencia de alguien”.

Entre las definiciones del Diccionario de la lengua española dejo fuera la más cercana a los propósitos de este texto: “autor de obras escritas o impresas” (sic). Sobre esta definición habrá que preguntarse: ¿quien escribe obras y no las imprime no es escritor?

Esta acepción ciertamente vaga es útil para precisar: el escritor del que ahora se ocupa este redactor es aquel que escribe obras que comprenden los llamados géneros literarios, aceptando que éstos todo el tiempo viven transformaciones, debido sobre todo, a la irrupción de la escritura en las redes sociales, las cuales han permitido que no poco escritores que no pueden imprimir sus textos a través de una editorial o en las usuales acudan ahora a las autoediciones.

A través de los llamados blogs no pocos escritores con oficio dan a conocer a lectores cada vez más anónimos tan insospechados como circunstanciales. Y aquí aparece una pregunta que ha dado lugar a largas disquisiciones: ¿por qué un escritor es profesional; por la sapiencia, el oficio y el dominio de su trabajo o por qué recibe una remuneración a cambio de los textos o libros que entrega a las editoriales?

La hoja o la pantalla en blanco

Si el lector quiere matizar sus nociones sobre lo que es ser un escritor y la manera que enfrenta el desafío de la creación, podría ahondar en Trazos en el espejo. 15 autorretratos fugaces, reflexiones de creadores sobre cómo enfrentan la hoja o la pantalla en blanco como misterio (si se quiere decir desde el inefable poético), reto (si se desea hablar de un propósito que encarar y resolver) o la aventura (si se quiere asumir como un proyecto de vida, sobre todo vocacional).

En todos los casos está presente la conciencia de ser individual y colectivamente escritor, lo cual significa configurar identidad, desde la escritura, y una imagen, desde su posición dentro del gremio que los identifica y con el cual los reconoce, los crítica, los rechaza, los prestigia o los ningunea.

En Trazos en el espejo sabemos de cómo piensan, imaginan, luchan y, sobre todo, reflexionan autores jóvenes, de no más de 40 años; las narraciones en casi todo los casos son emprendidas desde el lugar de un personaje que se ve a sí mismo; implica la representación, incluso, teatral; la riqueza está en el estilo, en la profundidad y en el oficio que Juan Rulfo deploraba que le mencionaran no porque creyera que no existe sino porque lo confrontaban con el proyecto escritural sin culminar.

Trazos en el espejo tiene textos declaradamente autobiográficos, algunos más reveladores desde la anécdota como los de Julián Hebert, Juan José Rodríguez y Guadalupe Nettel; otros más reflexivos, incluso de un intimismo anímico sin concesiones como en el caso de María Rivera y Alberto Chimal. Hay escritores como Luis Jorge Boone que parte desde la domesticidad familiar para concebir y explicarse como escritor y también hay casi en que realizan un ejercicio de la fugaz recuperación de un instante memorable, una suerte de antimemoria instantánea.

Incluidos y excluidos

Estos trazos son reveladores porque se advierte la hibridez estilística de las escrituras del Yo, que en rigor dan cuenta de la intimidad, pero en algunos casos es el discurso de desde una imagen (la escritura ligada a la enfermedad o la sombra de la enfermedad en los procesos de escritura) como sucede en el texto de Hernán Bravo Varela.

Toda compilación tiene el principio riguroso de la inclusión, aunque en verdad destaca la cruel realidad de la exclusión para aquellos que no fueron los privilegiados; de cualquier modo con estos trazos, el lector puede crear una pequeña orografía de nombres que desconocía e integrarla a su república de letras o a la república de sus letrados. Incluso los lectores profesionales desconocerán alguno de los nombres, entre los que destacan Luis Felipe Fabre, Brenda Lozano, Agustín Goenaga (1984) —el más joven— Daniela Trazona, Socorro Venegas y José Ramón Ruisánchez (1971), entre los mayores.

Estos trazos será también una suerte de ejercicios para los incipientes escritores, jóvenes o adultos, para desarrollar virtudes explícitas o entrelíneas advertibles, y evitar algunos lugares comunes o estilos que sólo observan indecibles cuando se leen y no cuando se escriben.

María Rivera et al., Trazos en el espejo. 15 autorretratos fugaces, México, Ediciones Era, 2012.

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