Patricia Gutiérrez-Otero

Hasta ahora no he comentado la película Silencio del director Martin Scorsese (1942) quien ya antes ha tocado el tema de la fe, la duda, la libertad humana; en particular en la adaptación de la magnífica novela de Nikos Kazantzaky, La última tentación de Cristo, cuyo argumento, la naturaleza humana de Jesús en pugna con el terrible llamado divino, causó gran polémica en 1988. En esa película, como en la actual, la novela exigía un guión, una dirección y una actuación de gran precisión; algunas escenas fueron mejor logradas que otras, pero en La última tentación el todo es mucho más que respetable.

Scorsese adaptó la película Silencio de una novela del escritor Shusaku Endo (1966). Narra la historia de tres sacerdotes jesuitas confrontados con muy graves tomas de decisión durante la persecución de los cristianos en el Japón en el siglo XVII. Sin embargo, el meollo central de la espiritualidad ignaciana, el discernimiento personal sobre la acción a seguir bajo la luz del Espíritu, discernimiento muchas veces desgarrador, fue tratado anteriormente de manera magistral en el cine por el británico Roland Joffé en 1986 en La misión con base en un guión de Robert Oxton Bolt, ganador dos veces del Óscar al mejor guión, y con un uso emotivamente británico de la música de Enzo Morricone. Mi error al ver Silencio es haber esperado el fino tejido de La misión, de ahí mi decepción.

No pretendo comparar ambas películas en este corto espacio, sin embargo señalo que las dos tienen una base histórica. La misión, la destrucción de las “comunidades” cristiano-jesuitas que protegían a los indios guaranís de Paraguay de ser esclavizados en el marco del Tratado de Madrid (1750), y, Silencio, la persecución cristiana en Japón, siglo XVII, y la casi imposibilidad de transmitir la fe cristiana en ese contexto de poder budista (tan paradójico como lo es el poder cristiano). La misión sitúa el conflicto geopolítico con diálogos entre los personajes y usando la herramienta literaria de la misiva. Silencio no lo logra ni usando estas herramientas.

Ambos filmes indagan en el mundo interior de los personajes para develar el drama, propiamente cristiano, que viven ante los requerimientos de la autoridad y de su conciencia. Scorsese ya lo había logrado hasta cierto punto en La última tentación, pero ahí su camino estaba trazado por la genialidad del novelista griego. Este adentramiento se queda corto en Silencio. La actuación del protagonista (Andrew Garfield) no es convincente, y los otros personajes principales no tienen oportunidad de mostrar su agonía interna. El guión no ayudó a los actores, la dirección tampoco; se priorizó una bella fotografía, más que el silencio que habla del drama de la ausencia de Dios en un momento personal y social decisivo. La capacidad de Scorsese de mostrar la tribulación histórica, personal y espiritual de sus personajes en Silencio fue una regresión en relación con lo que logró en La última tentación de Cristo. Vislumbro lo que quiso revelar en esta película que indudablemente lleva su sello, pero por desgracia se quedó sólo en un intento que se agradece, pero que no se aplaude.

Además opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés y la Ley de Víctimas, que se investigue Ayotzinapa, que trabajemos por un nuevo Constituyente, que se respete la educación, que Graco sea destituido, que recuperemos nuestra autonomía alimentaria y nuestra dignidad, y que dejen de pulular los presidenciables independientes.

@patgtzotero

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