(Segunda y última parte)

Ricardo Muñoz Munguía

La enfermedad mental de Virginia Woolf, hoy conocida como Transtorno bipolar, tuvo un aliciente mayor, tal vez el más fuerte, la Segunda Guerra Mundial. Su familia y gente cercana a Woolf no participaron en la guerra, algunos por considerárseles “inútiles”, como el caso de quien sería su esposo, el que no podría tener tino al momento de disparar por un temblor en sus manos aunque ello obedecía más a su condición de pacifistas, así que eran destinados a trabajos en el campo. La obra narrativa y ensayística de Virginia Woolf marcaba su rechazo a la situación bélica.

Otro golpe que recibiría Virginia de la guerra fue la amenaza de que Leonard, su marido, ante la inminente invasión germana, por su condición de judío, sería perseguido para darle muerte. Era 1941, centro de la época de la Segunda Guerra Mundial, tiempo en el que Virginia se sentía imposibilitada a lo que fuera toda su vida: escribir. Por otro lado, no tenía a su gente cercana y los víveres y el combustible para enfrentar el frío en su casa de campo no eran suficientes; lo que la llevó a una nueva y terrible depresión, casi a un estado de locura. Ya no estaban aquellos mejores días que Woolf describió en sus memorias, los que se remontan a su infancia, entre 1882 y 1894, en la casa Talland House de veraneo de su familia, desde donde veía el mar y al Faro de Godrevy (que, por cierto, le inspiró su quinta novela El faro, en inglés, To the Lighthouse), no, lo que ahí quedaba era una mujer rodeada de frío, de un día gris, por lo que dejó una carta a su marido: “Siento que voy a enloquecer de nuevo. Creo que no podemos pasar otra

vez por una de esas épocas terribles. Y no puedo recuperarme esta vez. Comienzo a oír voces, y no puedo concentrarme. Así que hago lo que me parece lo mejor que puedo hacer. Tú me has dado la máxima felicidad posible. Has sido en todos los sentidos todo lo que cualquiera podría ser. Creo que dos personas no pueden ser más felices hasta que vino esta terrible enfermedad. No puedo luchar más. Sé que estoy arruinando tu vida, que sin mí tú podrás trabajar. Lo harás, lo sé. Ya ves que no puedo ni siquiera escribir esto adecuadamente. No puedo leer. Lo que quiero decir es que debo toda la felicidad de mi vida a ti. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decirlo —todo el mundo lo sabe. Si alguien podía haberme salvado habrías sido tú. Todo lo he perdido excepto la certeza de tu bondad. No puedo seguir arruinando tu vida durante más tiempo. No creo que dos personas pudieran ser más felices que lo que hemos sido tú y yo”. Después salió de su casa envuelta en un enorme abrigo y caminó rumbo al río Ouse, muy cerca de su casa. Ahí contempló el correr del agua y, a pesar de celebrar la vida, estaba ahí para enfrentar la muerte: acomodó varias piedras en su abrigo, todas las que podía cargar, y se lanzó al agua el 28 de marzo de 1941. Su cuerpo fue hallado veinte días después.

Balbina Ruiz Campuzano, Una mujer de letras. Virginia Woolf. Una aproximación a su vida y a su obra. Centro de Estudios Filosóficos, Políticos y Sociales Vicente Lombardo Toledado, México.

Carlota Peón Guerrero, Virginia Woolf y la liberación personal a través de la creación artística. Editorial Porrúa, México.

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