Acabar con la pobreza alimentaria

Mireille Roccatti

Este 10 de abril se cumplieron 98 años del traicionero, artero y cobarde asesinato de Emiliano Zapata, quien fuera abatido víctima de una celada ordenada por Carranza y ejecutada por las tropas de Pablo González. Emiliano Zapata junto con Villa son los únicos revolucionarios que siguen vivos en el imaginario popular y son, quizá, los únicos mexicanos universales. Y Zapata sigue vivo y cabalga en las montañas del sur, hoy por cierto incendiadas por la ira social producto de la enorme e injusta desigualdad social.

La conmemoración de la memoria de Zapata es ocasión propicia para abordar el tema de la “reforma del campo” que el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto ha anunciado como propósito central de su régimen. En principio es necesario aclarar de manera contundente que la transformación que se busca no es ni tiene como propósito modificar el régimen de tenencia de la tierra. La reforma no afectara la propiedad social, por el contrario, busca mejorar las condiciones de vida de sus propietarios, propiciando modelos de asociatividad que eleven la productividad de sus tierras. Quienes afirman que es una reforma privatizadora, mienten flagrantemente.

La trasformación no es tampoco superficial o lampedusiana, es una verdadera reforma que tiene como eje central a los hombres y mujeres del campo. La reforma se hará con ellos y para ellos. Tiene dos vertientes: ajustar y potenciar las políticas públicas delineadas en el Plan Nacional de Desarrollo y en el Programa Sectorial del Sector Agroalimentario y realizar las modificaciones que resulten necesarias al marco jurídico normativo que regulan el sector.

Los propósitos centrales de la reforma consisten en garantizar la alimentación de todos los mexicanos y el desarrollo rural integral y sustentable, tal y como dispone nuestra carta fundamental. Establecerá con claridad el compromiso del Estado mexicano para garantizar el derecho humano a la alimentación.

La situación del campo mexicano después de tres décadas del modelo de desarrollo neoliberal refleja la desigualdad social que sufre todo el país. Es posible afirmar que tenemos un campo dual, en el que conviven un sector altamente rentable, productivo, con tecnología y otro de sobrevivencia, de minifundio, con escasa productividad, sin acceso a crédito, fertilizantes, semilla mejorada y otros insumos y por ende con campesinos en condiciones de vida inaceptable.

La transformación busca elevar la productividad; la reordenación de los mercados, evitando distorsiones y procurando precios justos; reactivar la banca de desarrollo agroalimentaria; potenciar la biotecnología y el acceso a semillas mejoradas. Se concretarán acciones para la mecanización y equipamiento; se detonará la pesca y la acuacultura; se optimizará el uso del agua en los distritos de riego y se desburocratizará el sector público, entre otras muchas acciones de gobierno. Todas las líneas de acción que habrán de emprenderse se harán con las propuestas, el apoyo y el acompañamiento de los productores rurales.

Hoy la economía agroalimentaria crece más que la economía nacional. El reto es elevar las condiciones de vida de los campesinos y acabar con la pobreza alimentaria.

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