El llano en llamas, Primera de dos partes

Carmen Galindo

Recuerdo que a Salvador Elizondo, como a mí, le gustaba más el libro de cuentos de Rulfo que Pedro Páramo. Empezaré por el título, lo que primero atrae la atención del lector, es la aliteración, vale decir la reiteración de sonidos de llano y llamas. Los coterráneos del autor precisan, que ese llano se refiere a Llano Grande y que por lo mismo, debería escribirse con mayúscula por ser un toponímico. Sus biógrafos sugieren que alude, soterradamente, a la muerte de Juan Nepomuceno Pérez Rulfo, asesinado por Guadalupe Nava el 9 de junio de 1923, porque el padre del futuro escritor le había reclamado que el ganado de Nava pastaba en sus tierras. Juan José Doñán lo evoca así en las páginas de la revista Luvina, número 86: Esa noche, relata el hermano mayor del escritor, “pudo verse un prodigio que retrospectivamente podría parecer una imagen que anuncia una premonición literaria: un llano en llamas, debido a la gran cantidad de personas que, desde distintos rumbos del inmenso Llano Grande, se dirigían a San Gabriel, iluminándose con hachones, para ir a darle el pésame a los deudos de Don Cheno, quien había sido muy querido por toda aquella región.”

A cada quien su cuento

Los cuentos de la primera edición de 1953, son diecisiete, a los se añadirán más tarde, creo, “La herencia de Matilde Arcángel” y “El día del derrumbe”. Cada quien tiene el cuento de su devoción, muchísimos prefieren “Talpa”, que narra una traición amorosa que acaba por separar a los amantes; otros, “Anacleto Morones”, por su malicioso y asesino protagonista; otros tantos, “Diles que no me maten” que acaba con la muerte por venganza y en el que algunos vislumbran tintes autobiográficos, y los más, “Luvina”, porque prefigura a la Comala de Pedro Páramo. No faltan los que consideran cuento clave a “Macario” y yo, en lo personal, más adelante diré las razones, prefiero “La Cuesta de las Comadres”.

Todos los cuentos relatan una muerte o rondan el tema. Por más que se le dé vueltas, al parecer, la literatura sólo trata dos temas: el sexo y la muerte. Podría añadirse que los personajes de Rulfo no mueren de muerte natural. La desolación, otros dicen que la soledad, que viene a ser lo mismo, es el otro motivo recurrente en la obra de Rulfo.

¡Qué famoso se ha hecho Juan!

Una vez, en Colima, me quedé, descansando de la campaña política de Socorro Díaz, en la camioneta con la mamá de Socorro y la señora sin decir agua va comentó como pensando en voz alta: “Qué famoso se ha hecho Juan”. De inmediato comprendí a quien se refería: “Es el más famoso de los mexicanos, ni Fuentes, que es muy conocido, y desde luego, ni Paz son tan famosos y sobre todo, tienen tal reconocimiento. Lo admiran escritores tan distintos como García Márquez o Borges. La mamá de Socorro terminó la plática en torno a Rulfo con estas palabras: “Mire, que hacerse tan famoso con las historias que todos conocemos por acá”. (Hay que recordar que el sur de Jalisco, de donde es Rulfo, es casi esquina con Colima, es más, una Comala con ese nombre, más similar a los recuerdos de Doloritas Preciado y distinta al territorio creado por Rulfo, está en Colima.

Por el relato oral se cuela el mito

Con ánimo de denigrar su literatura, las huestes de Paz han asegurado que Rulfo sólo repite, casi como antropólogo, los relatos orales de su tierra. Otros, con la buena intención de defenderlo, (como si lo necesitara) niegan el origen oral de los cuentos. No sobra decir que la literatura de todas las latitudes, desde el Ulises de Joyce para acá y no digamos desde la generación beat, se ha arrimado al lenguaje de todos los días. El mismo Rulfo ha revelado que les pedía a sus amigos que le relataran anécdotas para, añado yo, tratarlas literariamente. En la Sala Ponce de Bellas Artes, en un homenaje que le rindieron Benítez, Fuentes y Elizondo, Salvador sostuvo que Rulfo tenía “un horizonte oral”. Los que niegan su origen oral olvidan que por ese medio se cuela el mito, elemento intemporal (por no decir universal e incluso inmortal) de la literatura, que todos los lectores advertimos en la obra de Rulfo.

Contar como quien se acuerda

En su ensayo, publicado en la revista Nexos, Roberto García Bonilla considera que en “La cordillera”, la legendaria “próxima” novela de Rulfo, lo que el escritor perseguía eran los registros lingüísticos, (yo diría “el habla”) de los que llegados del Bajío se establecen en la ciudad de México, vale decir, intentaba atrapar el horizonte oral de la capital.

Que se trata de literatura que finge la oralidad está presente en los cuentos de El llano en llamas, como lo está, a pesar de sus ánimas, en Pedro Páramo. El que narra los cuentos de Rulfo, a veces sin nombre que lo identifique, no es la tercera persona, y mucho menos el autor, siempre son sus personajes. El hijo en “Diles que no me maten”, el padre en “No oyes ladrar a los perros”, el malicioso Lucas Lucatero en “Anacleto Morones”. Y el que narra, como está recordando, (supuestamente improvisando), titubea al contar, como que va tentaleando, y luego, de modo precipitado, concluye, como quien dio en la clave, al final, de lo que quería contar. En “La Cuesta de las Comadres”, de repente, el narrador nos revela:

“A Remigio Torrico yo lo maté”

Esta técnica tiene mucho de la del famoso iceberg de Hemingway. El escritor omite una parte del relato, siempre muy importante, justamente como el iceberg que deja ver sobre las aguas del mar sólo el pico y mantiene sumergida, oculta, la masa de hielo. Casi todos los cuentos de Rulfo comparten esta técnica, como en “La noche que lo dejaron solo” y muy notoriamente en “El hombre”.

Sin embargo, lo más notable es que se va contando a retazos, al compás de los recuerdos, con datos sueltos, en apariencia secundarios, pero que para el que narra, y así lo comprende al final el lector, son los fundamentales. Esa forma de narrar, creo, es la que da la impresión de relato oral, de quien cuenta de viva voz o de su ronco pecho. Con la forma provisional, que podría incluso ser sustituida por otra, que caracteriza, dicen los lingüistas, al lenguaje hablado y no escrito. En Rulfo, parece que el que narra va contando sin orden, tentaleando, como dije improvisando. La gran paradoja es que El llano en llamas se convierte en un clásico y en los clásicos, considera Borges, nada parece dejado al azar, todo parece deliberado. Tal vez presenciamos el proceso creador del artista, un intento, siempre provisional, de Rulfo que, otra vez hay que decirlo, es nuestro clásico.

En “Macario”, no ha faltado quien vea un trasunto de Benji, el narrador débil mental de El sonido y la furia, de William Faulkner. “Luvina” tiene un personaje que cuenta su estancia en Luvina a otro que lo escucha y nunca lo interrumpe. El gran Guimaraes Rosa que muchos críticos consideran el mejor escritor de Brasil, escribió una obra maestra titulada Gran Serton Veredas en que un yagunzo le cuenta a un su compadre, que apenas lo interrumpe con frases de asentimiento, sus aventuras durante más de 600 páginas, es decir, el recurso literario de “Luvina” alargado hasta el infinito. (En 1967, conocí, y los vi conversando, a Rulfo y a Guimaraes)

El ser del mexicano y el fatalismo

Un aspecto que las huestes de Paz han aprovechado para atacar a Rulfo es que el escritor jalisciense y Diego Rivera han sido elegidos, dicen que por el Estado, como representantes de lo mexicano. La verdad es que los mexicanos hemos visto en ellos expresado el ser del mexicano, nuestra identidad. No voy a tratar aquí, el caso de Diego Rivera, baste decir que el muralismo nace al mismo tiempo que se crea la Secretaría de Educación Pública, vale decir el proyecto cultural de la revolución mexicana que tiene dos expresiones fundamentales: el muralismo y las escuelas de pintura al aire libre. Se pretende la alfabetización del país y se publican los clásicos de la literatura universal. Diego Rivera, por su raigambre renacentista (tanto Vasconcelos como Rivera habían pertenecido al Ateneo de México) y su admiración del mundo indígena, es quien expresa mejor este momento histórico. Es el tiempo de la formación del Estado-nación por lo que el nacionalismo es insoslayable.

El contexto de Rulfo es diferente, sus obras se publican en los cincuentas. Es la época del existencialismo, vale decir el momento de reflexionar no sobre el hombre en abstracto, sino sobre el hombre concreto, el francés o en nuestro caso, el mexicano. Jean Paul Sartre propone al calor de la resistencia contra los nazis en Francia, la literatura comprometida. La generación del Hyperion, en México, se propone en los libros de Emilio Uranga, Jorge Portilla e incluso las novelas de Carlos Fuentes, bordar el tema del ser del mexicano. (Paralelos son los estudios sobre la psicología del mexicano, como los de Santiago Ramírez). Este es el contexto de Rulfo, sobra decir que ni el gran escritor ni el Estado se lo propusieron. Rulfo escribe sus dos obras maestras y los lectores vemos en ellas la expresión del ser del mexicano.

En “La Cuesta de las Comadres”, Remigio Torrico acusa falsamente al narrador sin nombre de la muerte de su hermano Odilón. Una vez que Remigio permite que la luz de la luna ilumine la aguja de arria con que el personaje está cosiendo un costal:

…al pasar Remigio Torrico por mi lado, desensarté la aguja y sin esperar otra cosa se la hundí a él cerquita del ombligo. Se la hundí hasta donde le cupo. Y allí la dejé.

Y dos párrafos más tarde:

Entonces vi que se le iba entristeciendo la mirada como si comenzara a sentirse enfermo. Hacía mucho que no me tocaba ver una mirada así de triste y me entró la lástima. Por eso, aproveché para sacarle la aguja de arria del ombligo y metérsela más arribita, allí donde pensé que tendría el corazón.

¿Qué hace que uno se identifique con el narrador? ¿también a uno le entra la lástima? ¿Sonríe el lector, porque lo que juzgó un gesto de arrepentimiento fue para rematarlo? ¿no somos el pueblo que se ríe de la muerte con las calaveras de azúcar con nuestro nombre? ¿Porque, al que agoniza sufriendo, lo ayudó a morir de inmediato? ¿vemos en la escena una expresión extrema de la característica cortesía del mexicano? ¿se identifica con los diminutivos como “cerquita del ombligo” o “metérsela más arribita”” Le aseguro que a nadie, mas que a los mexicanos, se nos podría ocurrir buscarle diminutivos a ¡dos adverbios! como cerca y arriba. Por ahí, en los párrafos omitidos, otras palabras muy nuestras: “se engarruñó como cuando da el cólico y comenzó a acalambrarse”. Este párrafo termina con el laconismo rulfiano: “Nada más eso hizo.” Al que muere “poco a poco” se le van “doblando las corvas”, y se queda “todo entelerido”. Formas todas mexicanas y no porque lo diga el Estado, sino porque así hablamos o así se habla, según un excelente y breve estudio, en el sur de Jalisco.

Pueblo que ha sufrido tanto, el mexicano tiene una resignación que se confunde con el fatalismo, con lo irremediable, con “apurar un cáliz”. Ese fatalismo que tienen los personajes de Rulfo, no hay que olvidarlo, es también la fuente de la tragedia griega.

Twitter Revista Siempre