Grandes temas a debate nacional/II

Francisco Suárez Dávila

Uno de los grandes debates que se han dado en la historia de México en materia de ideas y políticas económicas entre ministros de Hacienda, directores del Banco de México y grandes economistas ha sido entre la escuela que le da el papel central al crecimiento económico, frente a aquella que se lo da a la estabilidad de precios. Es evidente que no son excluyentes. La diferencia estriba en qué objetivo es “el punto de partida” y a qué se le da la prioridad. A una escuela se le ha llamado en México y en el mundo: la escuela desarrollista, o su versión actual, neodesarrollista. Tiene como corolarios el Estado promotor del crecimiento, inversión en obras públicas, política industrial, comercio administrado, banca con crédito orientado a fines nacionales, política social redistributiva. La otra se llama liberal o neoliberal. Sus dogmas son el Estado mínimo, el equilibrio fiscal, la baja deuda, la banca desregulada, el libre comercio.

Hay también en el debate la vertiente temporal o transtemporal. En la actualidad, la versión del “pensamiento único” liberal imperante en el gobierno mexicano y, entre sus adictos, consideran que este es “el modelo bueno” en el que hay que perseverar y extender “más de lo mismo” hacia el futuro. Cualquier otra opción es volver al pasado, regresar a las crisis, y debe resistirse.

¿Cuál es la panacea que se defiende? Vamos a suponer que este modelo liberal impera desde 1988 con “el liberalismo social salinista” hasta 2016, más enfáticamente desde 2000. En este periodo la tasa de crecimiento anual ha sido muy mediocre, 2% del PIB. Llevamos 4 años de crecimiento negativo de la inversión pública, los niveles son los más bajos desde los años cincuenta. Sin inversión no hay crecimiento posible. Sí con el monoobjetivo que rige el Banco de México, eje del sistema, ha habido estabilidad de precios, aunque últimamente la canasta básica se eleva a 8 por ciento; la productividad aumenta poco y los salarios reales no han aumentado en 3 décadas; la participación de la masa salarial en el ingreso cae de 43 a 27 por ciento del PIB, obviamente gana el capital. El equilibrio fiscal se ha logrado razonablemente hasta hace poco, que se elevó algo, incluso con un déficit primario, que significa endeudarse para pagar deuda; esta aumentó de 30 a 50 por ciento del PIB. Despilfarramos los yacimientos de Cantarell y el boom de materias primas que prevaleció hasta antes de la Gran Recesión. México, en esos primeros años del milenio, en crecimiento fue número 150 de 170 países. Luego, nuevamente al principio de esta década despilfarramos los precios altos del petróleo. Ha habido una leve corrección fiscal y un aumento importante de la recaudación tributaria, como expresión de una suave austerocracia. El crédito bancario ha crecido como porcentaje del PIB, aunque mantiene niveles bajos, aun comparados con países emergentes. Esta banca sin dirección, que orienta el ahorro de los mexicanos al consumo de alto margen y también a la vivienda, tiene utilidades espectaculares para la gran satisfacción de matrices extranjeras, algunas emproblemadas.

La política de apertura comercial y los tratados de libre comercio, particularmente NAFTA, son el eje del modelo de crecimiento, oh sorpresa, que no genera crecimiento. Es porque se vio como un fin y no un medio. Es cierto, genera exportaciones y estas generan empleo, pero también muchas importaciones. Eso significa que somos una gigantesca maquiladora, “una moderna economía de enclave”. Como el porfiriato, la exportación de henequén de Yucatán generaba empleo. Son un instrumento trunco, porque no se usaron las políticas complementarias para desarrollo doméstico. Estas se llaman política industrial y regional, palabras proscritas para esta escuela. El modelo no ha logrado convergencia en los niveles de ingreso, como sí lo logró la Unión Europea, porque aquí no se usaron políticas compensatorias que permitieron a España, Portugal e Irlanda alcanzar a los otros. Aquí se despegaron los Guanajuatos, Aguascalientes, Querétaros, los llamados “Estados NAFTA” y se rezagaron más los pobres estados del sureste. La pobreza es la mitad de la población, la quinta parte en pobreza extrema y seguimos siendo uno de los países más desiguales del mundo. Ello va de la mano con nuestro gran rezago educativo. El paliativo de conciencia son literalmente cientos de programas de apoyo a la pobreza asistenciales, clientelares e ineficaces. No menciono el deterioro de la gobernabilidad, del Estado de derecho y la pérdida de control de partes del territorio, la corrupción rampante. ¿Queremos perseverar el “más de lo mismo” de este modelo fracasado, que se intentó revigorizar con la vacuna de las reformas “estructurales”, desgastadas, que rinden todavía escasos resultados? Anclar toda nuestra política económica al altar de precios estables, es aberrante.

Ahora, regreso a lo que se considera “el pasado”, vilipendiado por los liberales, con bastante ignorancia. Pero que para muchos es más bien “recuperar el futuro”. El otro modelo que se inició, desde 1933, fue el que nos permitió superar con creces la Gran Depresión, mientras que ahora seguimos atorados en “la Gran Recesión”. El país, el gobierno, la sociedad, dieron la prioridad a crecer al 6 por ciento, invertir fuertemente en obra pública. Cuando en la guerra nos frenaron los suministros de insumos, se impulsó una política industrial y de comercio exterior para industrializarnos, a través de la sustitución de importaciones, apoyada por el financiamiento de la banca: de los grandes bancos de desarrollo y de los fondos de fomento que se crearon, de los bancos mexicanos que prosperaron, ambos con crédito dirigido a actividades productivas prioritarias, dirigidas por un banco central heterodoxo, que perseguía dos objetivos: crecer y mantener estabilidad de precios; que flotaba el tipo de cambio, cuando era necesario para no frenar el crecimiento. Así crecimos 6 por ciento anual de 1933, hasta 1973, 40 años, el periodo más exitoso de nuestra historia económica, se llamó “desarrollismo y desarrollo estabilizador”. Esto se compara con 40 años de liberalismo social y, sobre todo, de “estancamiento estabilizador” con 2 por ciento de crecimiento.

Este modelo se siguió por todos los países “emergentes” o en desarrollo exitosos. Desde Estados Unidos, con Hamilton, uno de los primeros desarrollistas comprometidos con el despegue industrial de Estados Unidos. Ya, a partir de las décadas de 1930, 1940 y 1950, lo usaron Japón, Corea, India, España, Francia, Irlanda y Brasil, entre otros, todos los milagros que crecieron a tasas espectaculares. Algunos países ajustaron sus modelos adecuadamente con los tiempos, otros no. Los países exitosos como China, India, Vietnam y otros países del sudeste de Asia (Brasil en un periodo de breve auge), ahora practican el neodesarrollismo. Estos mantienen los rasgos fundamentales del desarrollismo, pero adaptándolo al momento actual: apertura comercial racional, con fuerte promoción de exportaciones, cuidando el contenido local; apertura a la inversión extranjera, pero fijando reglas de comportamiento; política industrial para escoger sectores ganadores y fuerte banca de desarrollo (Policy Banks).

Cuando algunos, obcecados con el modelo actual y no quieren “regresar al pasado”, en realidad argumentan, o debe hacerlo, contra su caricatura, su deformación. Efectivamente, entre 1973 y 1982, el desarrollismo, queriendo transformarse en “desarrollo compartido”, se fue hacia un gasto público excesivo, desequilibrios fiscales descontrolados, abuso de la deuda externa, inflación disparada, salidas de capital y devaluación. Este desenlace se dio en 1976 y de manera más grave en 1982, en que además se despilfarró el petróleo, se nacionalizó la banca, se introdujo un control de cambios. Esta deformación humana, no del modelo, es la que no debe repetirse. Por cierto, el modelo liberal, con su desregulación del crédito, también descontrolado, produjo la otra severa crisis de 1994. No es pues inmune con todo y el Banco Central autónomo. Desde entonces nos refugiamos en la cauta mediocridad del “estancamiento estabilizador”.

Lo que tampoco se dan cuenta los perpetuadores de “más de lo mismo”, anclado, asfixiado, en la estabilidad de precios, es que el mundo ya cambió. Premios nobeles, economistas del FMI han sentenciado la inoperancia, declive o entierro del neoliberalismo. Sobre todo se han manifestado fuertes corrientes sociales contra la austerocracia fiscal, el libre comercio fundamentalista, la oprobiosa desigualdad del 1 por ciento. Este clamor de cambio de sistema de modelo se ha pronunciado en los terremotos electorales en brexit, Trump, Macron y Corea.

Aquí la falta de liderazgo, parte de nuestras clases dirigentes a favor de un verdadero cambio racional, al aferrarse a lo que ya no funciona, nos puede empujar en el 2018 al cambio que no queremos, como el que se dio de 1976-1982; al populista, al desequilibrio financiero irresponsable, al de la cerrazón. Al atacar esa caricatura, dejan de lado los elementos que aquí nos funcionaron durante 40 años, y su actualización que está funcionando en países emergentes exitosos que representan más de la mitad de la población y del PIB mundial y que están alcanzando a los países avanzados.

@suarezdavila

Twitter Revista Siempre