JUAN BAÑUELOS

Óscar Wong

Cincuenta y siete años han transcurrido desde la aparición de “La espiga amotinada“. Y en ese tiempo los resultados han sido acaso favorables para la literatura de México. Para estos autores el ejercicio poético es inherente al cambio de la sociedad, como postula en su momento el grupo Taller, encabezado por Efraín Huerta y Rafael Solana, cuya característica esencial articulaba “el deseo de revolucionar al hombre y a la sociedad”, actitud más sólida y destacada en los “espigos”. A partir de dos vertientes —1) el mundo como caos y el hombre víctima de la razón y, 2), la actitud revolucionaria, donde la realidad se mostraba en su complejidad y hondura—, los poetas de La Espiga enfrentaron el entorno social, por lo que ante el desmoronamiento de la racionalidad establecida, buscaron redescubrir la cadencia implícita en el lenguaje y apoyarse —según Fernando Alegría— en las asociaciones de sentido que la escritura postula (Cf., Literatura y revolución, 1971).

Los cinco autores —Juan Bañuelos (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, octubre 6 de 1932-Ciudad de México, 29 de marzo de 2017), Oscar Oliva (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 5 de enero de 1938), Eraclio Zepeda (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 24 de marzo de 1937-Tuxtla Gutiérrez 17 de septiembre de 2015), Jaime Augusto Shelley (Ciudad de México, 1937) y Jaime Labastida (Los Mochis, Sinaloa, 15 de junio de 1939)— venían de “… dar un doble puñetazo/ en la mesa del hambre y de la usura”, o tal vez: “De llevar la mañana a los ojos nublados,/ de sacar a la calle al luto y a la fiebre”, como profetizara Juan Bañuelos.

Dos parámetros históricos son fundamentales para comprender la importancia de esta corriente literaria: la huelga ferrocarrilera en 1958, con Demetrio Vallejo a la cabeza, y que hizo coincidir, políticamente, a José Revueltas con estos escritores y el asesinato de Rubén Jaramillo. Además, Adolfo López Mateos se perfila como un estadista internacional, pese al “problema”, con el líder campesino Rubén Jaramillo; Díaz Ordaz asume el poder, luego de las usuales elecciones, aún no estalla el conflicto estudiantil del 68, etcétera.

Es evidente que la Revolución Cubana, así como los procesos sociales en Hispanoamérica —golpes de estado, gorilatos, represión, persecución y encarcelamiento, etcétera—, marcaron la pauta. Por esos años la guerra fría comienza a cobrar relieve; persiste el bloqueo económico a Cuba; John F. Kennedy intenta invadir la isla revolucionaria en Bahía de Cochinos; el hombre empieza a circunvolar el espacio. Erotismo y revolución, angustia y poesía metamorfoseados en el Yo colectivo, trascenderían el realismo socialista de la época, al igual que los léxicos “antipoéticos” del Gran Cocodrilo. Aclaro: los Contemporáneos —excepto Salvador Novo—, los del grupo Taller y más tarde los seguidores de Paz, articularon una proposición formal en tono y contenidos. Literariamente hablando, México continuó con su tono crepuscular (Pedro Henríquez-Ureña dixit) y salvo algunos autores como Sergio Mondragón, Jaime Sabines, Eduardo Lizalde y Orlando Guillén, no hubo pretensiones de vanguardia o de adecuación de los contenidos versiculares. La expresión lírica de La espiga amotinada generó ese logos social, que conciliaba la ética y la estética.

La obra de Bañuelos constituye una crónica de las cosas diarias, cotidianas, y va desde el paseo noctámbulo citadino, con su correspondiente cúmulo de observaciones naturales y situaciones físicas —como son el movimiento de las ramas por el viento, el llanto de un niño, el dolor de un enfermo, etcétera—, hasta la descripción de los hechos sociales. Por fortuna, su poesía ya fue recogida en algunas antologías: Donde muere la lluvia (1992) y A paso de hierba (2006), así como en la edición de su obra completa [El traje que vestí mañana (2000), que incluye No consta en actas (1971); Destino arbitrario (1982), Estelas de los confines (1994), Telar de la neblina (1997) y Nudo de tres vientos (1999)]. La cólera vibra en cada página, en cada imagen, en cada metáfora que expresa con certeza el proceso social:

Largo a largo me estiro, me preparo a vivir

Como si no existiese la muerte (la muerte es

Un gusano de seda que se encierra).

Quiero decir el agua, el universo, el viento

Que no muere dos veces la misma rama, amigos.

Este es un corazón que late. Es cosa seria.

Vivo,

eso sucede:

¡vivo!

Y este grito desata una tormenta.

En la imagen superior, “La Espiga Amotinada”: arriba, de izquierda a derecha: Eraclio Zepeda, Óscar Oliva y Jaime Augusto Shelley. Abajo: Juan Bañuelos y Jaime Labastida.

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