Juan Antonio Rosado
Es fácil contar una anécdota. El verdadero reto del artista empieza en la lucha con palabras y frases. El arte radica en la forma, es verdad, pero una obra no es pura forma. El arte literario, complejo y multiestratificado, no es un simple problema de estilo ni de intensidad. A lo largo de la historia, se han producido muchas tendencias estilísticas. Middleton Murry cita una frase de Stendhal que define el estilo: “agregar a un pensamiento dado todas las circunstancias calculadas para producir todo el efecto que debiera producir ese pensamiento”. Esta idea puede mejorarse. Cuando Stendhal dice “agregar”, podemos también decir: “o quitar”. A menudo se quita más de lo que se agrega. A su vez, son notorias las palabras “circunstancias calculadas”. El autor, malicioso, debe ejercer control sobre los pensamientos: nada hace de forma espontánea, y si lo llega a hacer, lo corrige, pule, transforma. No hay espontaneidad, sino apariencia de espontaneidad. Cuando Stendhal dice “pensamiento”, podemos agregar “emociones”, “sensaciones”, “sentimientos” e “imágenes”. El adjetivo “calculadas” significa que ya les dijimos “hasta luego” a las Musas para permitir que entre el cerebro en acción.
La frase atribuida a Buffon, “el estilo es el hombre”, le parece a Murray muy simple. Mucho más completa es la apreciación de Alfonso Reyes, para quien la literatura es premeditada. Él consideró el estilo desde dos puntos de vista: como reflejo del temperamento (y en esto coincide con Buffon), y como procedimiento o técnica para acatar un tema, y en esto concuerda con Stendhal. Creo que en Reyes es claro el vínculo entre la postura de Buffon y la de Stendhal. Una no excluye a la otra, o no debieran excluirse. Reyes sostiene que, con el fin de que el temperamento se refleje en la superficie de las palabras, como en un espejo, se requiere un estudio minucioso de giros y vocablos, de técnicas y procedimientos, de nuestra lengua, la materia prima que debe transformarse en arte literario, en palabra esencial.
Todo esto es verdad, pero el reto más grave es lograr que forma sea fondo. Se empieza planteando que lo importante en arte y literatura no es el tema, sino el tratamiento del tema. Hay pocos temas en la historia de la humanidad, pero el arte literario no sólo resalta su tratamiento; también contempla la sugestión musical del ritmo, y para lograrla hay recursos en que, por cuestiones de espacio, no podemos profundizar. Otro elemento es el tono con que acatamos los temas, o incluso la combinación de tonos, siempre de acuerdo con el personaje y con los narradores. Otros elementos son la sugestión visual, auditiva, táctil… No hay trabajo artístico en esas anécdotas donde los personajes son sólo su nombre. Ellos no deben ser ni sólo su nombre ni tampoco estatuas o pinturas descritas cabalmente y en bloque. Tanto a los seres humanos como a los personajes se les conoce de modo fragmentario, poco a poco. Un reto es lograr su aparición mediante detalles, irlos “dibujando” con palabras. El lector conocerá más a unos que a otros, como en la realidad. El uso de color, de efectos sinestésicos nos da lo que Pound llama fanopea (proyección de imágenes). Hay un sentido plástico, una sugestión visual, pero también puede enfatizarse la riqueza verbal o léxica. El estilo barroco y acumulativo contrasta con el llano o directo.
El tono, el ritmo, las imágenes sugieren, pero nada funciona sin una estructura coherente. Debe haber capacidad de experiencia sensorial, sensibilidad al percibir lo real mediante los sentidos para apropiarse de una imagen y plasmarla con concisión, otra cualidad del buen estilo. La realidad carece de estructura, o por lo menos de una estructura conocida. Vivimos en la contingencia. Lo real no tiene límites conocidos: sólo la muerte y nada sabemos de ella. En cambio, en el arte todo es estructura y el autor inventa los límites. No puede decirse “todo” en un texto artístico, y sin embargo, como afirma Borges, “la literatura no es agotable, por la suficiente y simple razón de que un solo libro no lo es”.