BERNARDO GONZÁLEZ SOLANO

La buena noticia es que del cuatrienio de Trump –que comenzó el 20 de enero de 2017–, ya transcurrieron cien días. La mala es que todavía le restan 1,360. La esperanza: ya terminará y ojalá fuera antes. No es un mal deseo, sino algo que se desprende de la incertidumbre que el mentiroso magnate le ha impreso a su (des)gobierno, por la improvisación y la imprevisibilidad de casi todas sus órdenes ejecutivas. Además, el inconstante personaje de las numerosas relaciones amorosas –sus tres matrimonios al hilo no dejan mentir–, plantado en la realidad, muy pronto comprobó que de las promesas de campaña al cumplimiento de las mismas hay mucha distancia, a veces insalvable. Dicho en propia voz a la agencia Reuters: “Me encantaba mi vida anterior. Tengo más trabajo que en mi vida previa. Pensaba que sería más fácil (gobernar)”. Y todavía no ha visto casi nada. Le faltan problemas verdaderamente graves por resolver. Si es que puede.

Hasta en sus reacciones xenófobas –que no se cansó en cantar y cantar en la campaña que lo llevaría a la nominación republicana para ser el candidato que enfrentaría a su rival demócrata–, Trump tuvo que recular obligado por jueces que no comulgan con el tinte racista antimexicano y antimusulmán del sucesor de Barack Obama. El odio racista de las proclamas de Donald Trump no es apoyado por la mayoría, aunque también es cierto que los votantes republicanos y de otras tendencias que sufragaron a su favor, no han cambiado, todavía, de parecer.  Llegado el momento lo harán. Al tiempo.

Por alguna razón desconocida, aunque lo disimula en su trato telefónico con el presidente mexicano Enrique Peña Nieto, Trump continúa mostrando su faceta antimexicana. Un día se sabrá el por qué del resentimiento del inquilino de la Casa Blanca contra México y sus proclamas antimusulmanas. A nuestros nacionales los tacha de “peligrosos narcotraficantes que envenenan a nuestros jóvenes”, olvidando que si el narco se ha convertido en un gran negocio es porque la sociedad estadounidense la consume, no porque la droga se les ofrezca cruzando la frontera. Respecto a los “terroristas islámicos”, firmó otra orden ejecutiva que prohíbe la entrada a EUA de ciudadanos de siete países musulmanes (entre los que curiosamente no se encuentra ninguno donde las compañías de Trump tengan inversiones). Este veto anti migratorio fue paralizado por un juez federal, alegando “persecución arbitraria”, posteriormente una Corte de Apelaciones le dio la razón a este magistrado judicial.

Respecto al “hermoso muro”, en la frontera norte de México, que no ha dejado de anunciar para impedir el ingreso a territorio estadounidense de inmigrantes ilegales, Trump ya fracasó (al menos por el momento) pues no logró que los asambleístas republicanos y demócratas incluyeran en el presupuesto federal del presente año, una partida de 1,400 millones de dólares para empezar a levantar el ignominioso muro. Su “gran obra”.

Cuentan los historiadores de la antigüedad romana que el hijo del emperador Marco Aurelio, Lucio Aurelio Cómodo Antonino (161-192), que en más de una ocasión cambió su nombre, aunque siempre mantuvo el Cómodo con el que llamaba a muchos objetos, plazas y actos que le rodeaban –a semejanza de lo que hace Trump con casi todos los edificios que ha construído en su país y el extranjero, como la ahora famosa Trump Tower en New York–, solía teñirse el cabello de rubio y para que brillara se ponía polvo de oro. Individuos tipo Trump los ha habido en todas las épocas.

Como hijo de emperador, Cómodo recibió esmerada educación. No obstante, aún cuando presidiera un acto oficial importante, sus palabras eran vulgares. Asimismo, contó con maestros de excelencia en muchas materias que no pudieron quitarle su tendencia a la deshonestidad, a la vulgaridad, la crueldad, y lo libidinoso. Cómodo quería trascender a su época. Lo logró, solo que como uno de los peores gobernantes del Imperio Romano. De hecho, los historiadores consideran que el inicio de la debacle imperial comenzó con el hijo de Marco Aurelio, que terminó sus días a manos de un esclavo que lo ahogó con sus propias manos. La muerte no fue accidental, sino ordenada por la mujer de Cómodo, Marcia, que descubrió que su marido ya había ordenado matarla. Antes del asesinato, Marcia le puso veneno a una copa de vino. Cómodo resistió a la infusión y entonces la mujer buscó al esclavo para que terminara la tarea. Cómodo murió por órdenes de una de sus mujeres. ¡Qué extraña es la vida!

Trump presume de sus éxitos, de sus posesiones, de sus mujeres, de sus hijos. Aunque hasta el momento nadie, oficialmente, se atreve a reconocer que el presidente Donald John Trump sufre un desorden mental, lo cierto es que el sucesor de Obama está perturbado por su megalomanía. Por lo menos, ve la realidad muy diferente a como lo hace el resto de los habitantes de EUA, México y Canadá, ni qué decir de China, de Rusia y de Corea del Norte. Un botón de prueba. El sábado 29 de abril –día que se cumplieron los primeros 100 días de su gobierno–, Donald declaró, sin ruborizarse: “He hecho mucho. He hecho más que cualquier otro presidente. Soy muy querido”.

Los datos duros dicen lo contrario: Trump es, hasta el momento, el mandatario más impopular de la historia de EUA en sus primeros cien días de gobierno. El único presidente que reprueba entre sus ciudadanos con solo el 42% de aprobación, abajo de John Fitzgerald Kennedy (78%), Ronald Reagan (67%), George Bush Jr. (62%), George Bush Sr., (58%), Richard Milhous Nixon (61%), Jimmy Carter (63%), y Barack Hussein Obama (63%).

Aunque el Colegio Electoral le otorgó el triunfo presidencial, Trump es el presidente que gana con la mayor diferencia de la historia del voto popular (tres millones de votos) a favor del abanderado perdedor. En este caso, la demócrata Hillary Rodham Clinton. El rubio magnate no vio las cosas así, y dijo: “Hubo fraude masivo. Los demócratas movilizaron a inmigrantes indocumentados a votar con credenciales falsas e incluso de fallecidos. Tengo pruebas”. Nunca las ha presentado. Toda una teoría del complot, como la que maneja el Trump mexicano: Andrés Manuel López Obrador.

Otro de sus tonantes fracasos es su propósito de destruir la reforma sanitaria implantada por Barack Obama, pero ni siquiera fue apoyado por el Partido Republicano y no pudo votarse en el Congreso. Sin duda, el discurso populista de Trump tiene un recorrido corto.

Para mitigar su disgusto, el nuevo presidente estadounidense se consuela con un largo rosario de tuits que envía casi todos los días. Lo deplorable del caso es que nadie sabe lo que va a decir Trump cuando activa su cuenta de Twitter. Peor aún, es que Donald Trump olvida, con frecuencia, que todo lo que escriba, declare o comente tiene repercusiones mundiales, en las Bolsas de Valores, en los ministerios de Defensa y las cancillerías de todo el planeta. Cuando aparecen las réplicas a sus “genialidades” –sin olvidar el pleito cruzado que mantiene con la prensa y los medios electrónicos de su país, a los que ha llegado a calificar como los “verdaderos enemigos del pueblo”–, el rubio mandatario (que cuida su cabellera tanto o más que Cómodo), dijo: “Este es un ambiente muy duro…Y no necesariamente por mi culpa”. Y todavía le esperan más sobresaltos. Su decisión de no asistir a la cena de los corresponsales que cubren en Washington las actividades de la Casa Blanca, es una de las peores que haya tomado. Los chistes que en dicha reunión se hicieron sobre el “líder nacional que vive en Moscú”, se repetirán hasta el aburrimiento. El mentiroso hablantín que ha acusado a su antecesor de interferir sus comunicaciones telefónicas durante la campaña, no tiene idea de que lo que significa tener como enemigos a los medios de comunicación. Casi da lástima.

En el concierto internacional, Trump sorprendió a todos con su decisión de bombardear Siria. Buen golpe, pero casi de chiripa. Tiene enfrente al desquiciado líder norcoreano que lo enfrenta un día sí y otro también. Conclusión: en cien días, Trump demostró su mediocridad. Quizás por eso la economía de EUA en ese lapso solo creció 0.7%, muy lejos del 4% que se cansó de prometer en su campaña electoral. Lo bueno, solo faltan 1,360 días para que esta “pesadilla” termine. VALE.

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