Son frecuentes en CU asaltos, intentos de violación y narcotráfico

Humberto Musacchio

La muerte de la joven Lesvy Berlín Osorio Martínez en la Ciudad Universitaria ha causado una generalizada indignación en la UNAM. La chica fue encontrada bajo una caseta telefónica con el cable del auricular enredado en el cuello, aparentemente en un intento de simular que se había suicidado, aunque la suposición generalizada es que se trató de un homicidio.

Por supuesto, este crimen no es un hecho aislado. Son frecuentes los asaltos a profesores y estudiantes, los intentos de violación y la actuación abierta, a plena luz del día, de los traficantes de drogas. Como todo el mundo sabe, grupos de delincuentes se cobijan en la autonomía que los gobiernos federal y local toman de pretexto para no intervenir, pese a que desde siempre la Ciudad Universitaria ha estado llena de orejas, madrinas y aun de agentes empistolados.

El rector Enrique Graue declaró, y hay que estar de acuerdo con él, que la muerte de la chica “representa todo lo que como sociedad no queremos ser y representa también el miedo justificado con el que vivimos, la constante inseguridad que percibimos y la atroz violencia a la que indebidamente parece que nos hemos acostumbrado”, para concluir que se sentía “en deuda por no haber podido eliminar la violencia”.

Pero el clima de violencia incontrolada en que está sumido el país no es responsabilidad del rector, sino de la ineficacia, la corrupción y la indolencia de los funcionarios públicos. Graue Wiechers recibió una institución enferma, con males que tienen décadas de existencia y ante los cuales hay una actitud hipócrita de las autoridades civiles.

Un caso representativo es el del auditorio Justo Sierra o Che Guevara, donde hay puestos de comida, se venden alcohol, pastillas, marihuana y otras sustancias, funciona como hotel, se ejerce la prostitución  y es santuario de delincuentes buscados fuera del campus por la justicia.

En la Ciudad Universitaria, desde siempre ha habido y debe haber policías de diversas corporaciones. Están disfrazados de maestros, alumnos o trabajadores administrativos. Saben quiénes son los delincuentes que actúan en el espacio universitario, pero no actúan. Podrían detenerlos al salir de Ciudad Universitaria, pero prefieren no hacerlo o tienen órdenes para mantenerse pasivos. Es la vieja política de las autoridades, que de esa manera ejercen un permanente chantaje sobre la comunidad. Pero en la UNAM no hay extraterritorialidad. La policía debe evitar las provocaciones que causaría su actuación abierta entre los estudiantes, pero no por eso está facultada para permitir la delincuencia, porque de ese modo la estimula.

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