Camilo José Cela Conde

Madrid.- Desde que Luigi Luca Cavalli-Sforza tuvo la idea genial de cruzar los estudios genéticos con los lingüísticos, la huella de la dispersión de poblaciones que resulta de seguirles los pasos a ambos indicios, los de los alelos y los de las palabras, ha sido una fuente de conocimiento de gran valor. Ya de entrada, el trabajo de Cavalli-Sforza sirvió para desterrar algunos de los dogmas más queridos de los nacionalismos feroces, mostrando cómo la diversidad genética humana se encuentra en su inmensa mayoría representada incluso en la aldea más remota de cualquier lugar.

La historia de la humanidad es una sucesión de migraciones y mezclas que convierten nuestra especie en el ejemplo mejor del mestizaje que quepa buscar. Pero con la particularidad de que, si la huella lingüística va quedando diluida a través de esos cruces continuos, la genética conserva a veces ciertos indicios del origen ancestral.

Como es harto sabido, la especie Homo sapiens, cuyos individuos, es decir, nosotros, somos conocidos como “humanos modernos”, tiene su origen en África.

cartas desde Europa

En mayor o menor medida, todos llevamos en nuestros cromosomas la huella de esa herencia genética. Pero ¿cómo ha llegado hasta nuestras poblaciones actuales? En ocasiones a través de caminos bien intrincados.

Etienne Patin, investigadora del Human Evolutionary Genetics en el Instituto Pasteur de París (Francia), y sus colaboradores han publicado en la revista Science un estudio sobre la historia genética de los africanos que hablan bantú, un idioma de origen sub-sahariano propio hoy de 310 millones de personas en el continente. Mediante análisis genéticos de 1,318 individuos pertenecientes a 35 poblaciones de África Central occidental —el foco de procedencia de la lengua bantú, la zona fronteriza entre lo que son hoy Nigeria y Camerún— Patin y sus colaboradores han seguido las pistas a los movimientos de población que llevaron a que el bantú se dispersase, acompañando a la extensión de las prácticas agrícolas, por el este y el sur de África.

Esa triple dispersión, genética, lingüística y cultural, se había estudiado ya pero con el enfoque puesto en la comparación de los alelos compartidos por los pueblos cazadores-recolectores y los agricultores. Eitenne Patin y su equipo han centrado su trabajo en el análisis genético de las poblaciones que conservan el bantú como lengua.

Las huellas de los movimientos de población que aparecen por esa vía indican una primera dispersión hacia el sur, sin abandonar la zona del bosque tropical, seguida más tarde de migraciones hacia las tierras meridionales y levantinas. Pero lo que puede que llame más la atención, por razones obvias, es que los autores han identificado una notable contribución genética —hasta un 4,8%— de los pueblos bantúes al acervo de los afroamericanos actuales. Quienes se vieron forzados a ir a América eran ya el producto de un mestizaje considerable.

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