René Sánchez García

El 16 de mayo de 1917 en el poblado de San Gabriel (hoy ciudad Venustiano Carranza, Jalisco) nace Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, quien al pasar de los años se convertiría en uno de los escritores más reconocidos en México y el resto de Latinoamérica, gracias a las excelentes narraciones vertidas en sus libros El llano en llamas (1953), Pedro Páramo (1955) y su novela corta llevada al cine: El gallo de oro (1980). En todas ellas plasma de forma magistral la realidad social indígena en plena revolución armada y de paso da continuidad a la novelística de la Revolución Mexicana que iniciara Mariano Azuela, autor de Los de Abajo.  Si bien, sus dos principales novelas se circunscriben en los espacios geográficos delimitados por sus andanzas y observaciones infantiles y juveniles, muestran sin duda alguna, lo que verdaderamente sucedía en la vida nacional, influenciada aun por las secuelas de la dictadura porfirista que se negaba a morir.

En vida, Juan Rulfo no sólo se dedicó a la escritura, fue siempre un apasionado lector. Incluso uno de los mejores fotógrafos de su época. Fue empleado de la Secretaría de Gobernación, de la compañía llantera Goodrich Euzkadi y corrector editorial y de estilo en el Instituto Nacional Indigenista, todos en la Ciudad de México. Su traslado de residencia a muy temprana edad a la Guadalajara le fue de vital importancia, pues allí conoció al escritor Juan José Arreola (autor de Confabulario [1952] y La feria [1963], entre otras), quien de alguna manera influye en su obra escrita temprana. El también escritor Eraclio Zepeda menciona que Juan Rulfo fue un incansable viajero, pues su pasión por la fotografía le permitió llegar y conocer muchos de los lugares donde se asientan los grupos indígenas de nuestro país.  Se dice que en la Ciudad de México la amistad que sostuvo con el periodista Fernando Benítez (autor de los cinco volúmenes de Los indios de México), influyó demasiado en su tarea como escritor y colaborador en varios suplementos culturales de la época.

Su libro El llano en llamas, dice Emmanuel Carballo, es una colección de 15 cuentos “de ambiente rural, en el que se recrea la provincia jalisciense, en él están ausentes las asperezas técnicas de expresión, los anacronismos de que aún se valen cuentistas de ahora, y están presentes, en cambio, las técnicas que han orientado la novela y el cuento actuales por nuevas sendas: el monólogo interior, la simultaneidad de planos, la introspección, el paso lento y presenta por primera vez al hombre de campo mostrando su insospechada interioridad”. En cambio en Pedro Páramo presenta al novedoso “dentro de su aparente estructura desquiciada y desordenada composición, una mezcla de lo real y lo fantástico, y con ello logra la unidad imprescindible, con un vigor poco común y con una fuerza extraña. Sus personajes son elementales, de pasiones oscuras, sin alegría ni generosidad, llenos de codicia, lujuria y remordimientos”.

No sólo Jorge Luis Borges, Gunhter Grass, Susan Sontag, Gabriel García Márquez y Jorge Volpi hicieron comentarios valiosos a  estos dos libros.  Sus principales críticos, más bien los conocedores de su obra, mencionan que Juan Rulfo estuvo fuertemente influenciado por las teorías literarias de Marcel Proust, James Joyce, Nathalie Serrarte, Alain Robbe-Grillet y Michel Butor, padres de la gran novelística europea de los inicios del siglo XX y que revolucionó las formas y estilos de escribir y narrar hechos dentro de un nuevo realismo: el mágico. De allí que estos dos libros estén llenos de saltos, atmósferas fantasmales y alucinantes, mundos caóticos, tiempos que nunca fluyen, eternidades pertenecientes a los muertos, instantes desordenados, que sólo el lector va dándoles sentido. Toda esa violencia, codicia, venganza, traición, sensualidad y amor que aparecen en sus narraciones, sólo alguien como “Rulfo las trasmite con una extraordinaria belleza y fuerza poética”.

Entre los años de 1956 y 1958, dice Mario Saavedra, Juan Rulfo escribió El gallo de oro, misma que sale a la luz hasta 1980, versión cinematográfica de Roberto Gavaldón y con adaptaciones de García Márquez y Carlos Fuentes, misma que resultó todo un éxito y es considerada ya como clásica de nuestro cine mexicano. Con estas tres obras, Rulfo cumplió con la literatura, posteriormente se dedicó a la poesía y siguió con su pasión fotográfica hasta el año de su muerte: 1986. A cien años de su nacimiento, el mejor homenaje a este autor es volver de nuevo a las páginas de estas tres fabulosas obras literarias para comprobar que “en verdad nadie escribe en la obra de Rulfo, solamente alguien habla y somos nosotros los lectores quienes recreamos cada uno de los acontecimientos y relatos que allí suceden y se desarrollan”. Estos hombres y mujeres protagonistas, mismas que a pesar de haber permanecido siempre muertas, hacen en el texto un sinfín de denuncias, demandas llenas aun de esperanzas hasta nuestros días.

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