Nadie, ningún político de izquierda, se había atrevido a tocar el mito. Ni Porfirio Muñoz Ledo o Cuauhtémoc Cárdenas le han dicho públicamente, hasta hoy, a Andrés Manuel López Obrador, lo que el candidato del PRD al gobierno del Estado de México, Juan Zepeda, le dijo: “Perdiste la Presidencia en dos ocasiones por dividir al país”.

Zepeda ha sido el único perredista, desde un templete y ante miles de simpatizantes de las llamadas izquierdas, que ha tenido el valor de hacer una radiografía completa del autoritarismo del tabasqueño.

Zepeda ya demostró que el mesías tiene pies de barro. Que es tocable y no es invencible. Ya lo desacralizó, y cuando un santo es descontinuado deja de tener aureola, le disminuyen fieles y limosnas. Ya no se le atribuyen poderes para hacer milagros.

El candidato perredista no va a ganar la gubernatura del Estado de México, pero lo que sí puede hacer es echar al rey del trono. Es decir, puede convertirse en la cabeza de una nueva izquierda, más moderna, que acabe con el liderazgo anacrónico, primitivo y populista de López Obrador.

En la entidad mexiquense se están llevando a cabo tres elecciones de manera paralela: la estatal entre Alfredo del Mazo, Delfina Gómez y Josefina Vázquez Mota; la presidencial por el impacto que van a tener los resultados en la designación de candidatos para 2018, y otra donde PRD y Morena luchan por su sobrevivencia política y liderazgo nacional.

La derrota de la candidata de Morena, Delfina Gómez, significaría, en automático, el triunfo político —no electoral— del candidato Zepeda y el Waterloo moral de López Obrador. Aun perdiendo, Zepeda va a emerger del proceso mexiquense como un triunfador. Como alternativa de una izquierda que, no por serlo, tiene que ser golpeadora, intolerante y destructiva.

Zepeda puso en entredicho la utopía inexpugnable del mito cuando se negó a acatar el ultimátum de declinar por Delfina Gómez. Pero, sobre todo, cuando lo acusó de no revisar la honestidad del grupo político, encabezado por Higinio Martínez, que rodea a la candidata de Morena.

El exalcalde de Nezahualcóyotl y abanderado de las izquierdas mexiquenses le hizo agujeros a la supuesta incorruptibilidad de un simulador al mostrarlo como un cómplice del cacique que llevó a Delfina Gómez a la alcaldía de Texcoco y la utilizó para hacer todo tipo de negocios.

Estas frases y testimonios que los periodistas y analistas repetimos a diario para describir los excesos del eterno candidato a la Presidencia adquieren un valor distinto al salir de los labios de un político de izquierda que, por serlo, tendría que estar rendido a los pies del monarca.

Zepeda se atrevió a desnudar al rey y se ha convertido en el denunciante o acusador de una retórica que, por simplista y reduccionista, impide que una masa poco educada se percate del odio, rencor y venganza que hay en su contenido.

Pero hay algo adicional. Juan Zepeda ya detuvo el reloj de López Obrador. “Tú no eres Juárez y esto no se compara a los episodios que tú relatas…” le dijo el joven candidato a un político cuya vejez prematura no solo se advierte en las canas de su tropical cabellera sino en la decadencia y anquilosamiento de un ídolo que ya no tiene ideas.

López Obrador podría ser Marguerite. Aquella mujer rica que creía ser una diva en la ópera, que aturdía con los gritos desgarrados que emitía sin que nadie se atreviera a decirle que vivía en la mentira, y cuando alguien se atrevió a reproducir su voz para que se escuchara… murió.

Juan Zepeda está haciendo las veces de un espejo para que se refleje el mito.

@pagesbeatriz

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