Repara el estado de ánimo
René Anaya
Considerada por algunos como la madre de todas las tragedias o por lo menos de algunas de ellas, la venganza ha estado presente en la vida del ser humano prácticamente desde sus inicios y, efectivamente, ha desatado grandes tragedias pero también, probablemente, ha evitado mayores injusticias.
Sin la venganza nos habríamos privado de grandes obras literarias como Hamlet, Otelo, Las mil y una noches, Relaciones peligrosas, De profundis, ¡Diles que no me maten! y muchas más que reflejan las acciones que se realizan desde tiempos inmemoriales cuando se pretende resarcir una injusticia.
El frío plato de la venganza
Hay de venganzas a venganzas, como las de “ojo por ojo, diente por diente” o “el que a hierro mata a hierro muere”, que tienen sus antecedentes en la ley del Talión que se asienta en el código de Hamurabi y en varios pasajes bíblicos, las cuales son totalmente inadmisibles en nuestros tiempos y fuertemente castigadas por normas jurídicas y sociales que persiguen lograr una convivencia mejor.
En esos casos, la posibilidad de que las autoridades castiguen al infractor es una forma de venganza de quien fue víctima del abuso o injusticia, pero dentro de los cauces establecidos por las normas jurídicas, por lo tanto es aceptable que el ofendido pida se le haga justicia.
Cuando no hay agresión física ni algún delito grave o tipificado en las leyes, pero las personas se sienten afectadas por actos injustos o porque se les hiere emocionalmente o en su honor y reputación, entonces la búsqueda y consumación de venganza, siempre dentro de la legalidad, puede acarrear un beneficio para quien la lleva a cabo, ya que como refiere el psicólogo evolutivo Michael McCullough, de la Universidad de Miami: “Es una experiencia muy extendida de la vida humana, personas de todas las sociedades entienden la idea de enfadarse y querer herir a alguien que te ha hecho daño”.
Esa es una primera reacción: cobrar venganza inmediatamente de quien causó una ofensa o acto hostil, pero se corre el riesgo de llevar a cabo un newtonismo social (en analogía al darvinismo social), según la tercera ley de Newton: a cada acción corresponde una reacción igual y contraria, lo cual podría ser contraproducente. Por esa razón se dice que la venganza es un plato que se sirve frío.
La venganza es dulce
A pesar de que Confucio advirtió que “antes de embarcarte en un viaje de venganza, cava dos tumbas”, en realidad la venganza considerada como la reparación de una injusticia o agravio, sin llegar a conductas antisociales, es benéfica. Nathan DeWall, director del Laboratorio de Psicología social de la Universidad de Kentucky, descubrió que personas que sufren un rechazo social o insulto tienen un dolor emocional, pues la zona del cerebro asociada con el dolor se activa intensamente, según un estudio que realizó con el doctor David Chester, de la Universidad de la Mancomunidad de Virginia (Virginia Commonwealth University).
En su trabajo “Combating the Sting of Rejection with the Pleasure of Revenge: A New Look at How Emotion Shapes Aggression” (“Combatiendo el aguijón del rechazo con el placer de la venganza: una nueva mirada a cómo la emoción modela la agresión”), publicado en marzo de este año en Journal of Personality and Social Psychology, los investigadores refieren que las personas rechazadas socialmente buscan la agresión como represalia porque les sirve para reparar su estado de ánimo.
El rechazo o agravio produce un dolor intenso pero cuando se presenta la oportunidad de vengarse se siente un gran placer, ya que se activa el circuito de las recompensas del cerebro, el núcleo accumbens, que es una estructura cerebral con numerosas funciones, entre las que se encuentran la integración de la emoción, la motivación y acción, la planificación de la conducta, la evaluación de la situación y la obtención de placer.
El doctor Chester ha señalado que quienes son agraviados se comportan agresivamente porque pueden experimentar un placer gratificante, es decir comprueban que la venganza es dulce.
Nuestra moral judeocristiana pretende inhibir los deseos de venganza, se aconseja no responder sino poner la otra mejilla; sin embargo, como refieren Chester y DeWall, la venganza es “una experiencia de regular emociones”, porque nos hace sentir mejor. Así que no hay que poner la otra mejilla porque puede aumentar la sensación de rechazo.
Sin embargo, McCullough ha advertido que no se debe alentar a la gente a cobrar venganza, sino que se debe entender que no es el producto de mentes enfermas, sino que es saludable, pero se debe procurar que la gente ofendida limite sus deseos de venganza. Así se tendrán personas más saludables y menos injusticias.